El Estado es el cúmulo de personas que lo conforman, dentro de determinado territorio y que tiene una autoridad que lo administra, que lo gobierna.
Quienes conforman ese gobierno, esa administración del Estado, se trazan una serie de objetivos, lineamientos y estrategias para alcanzar determinados fines. Los más básicos y reconocibles: la seguridad de los habitantes, el control de sus fronteras, la capacidad de proveer servicios básicos.
Y de allí para adelante, dependiendo lo que se entienda como servicio básico, y dependiendo el rol que se le dé al gobierno de cada uno de los Estados, las funciones crecen y se multiplican, como también los organismos del Estado y los funcionarios / personas, encargados de desarrollar determinadas tareas.
Entonces quizá de los primeros prismas con que debe medirse el trabajo de un funcionario del Estado es la comprensión de las necesidades de su Estado y las posibilidades de que, en cumplimento de sus funciones, logre determinados cometidos.
En el caso de Uruguay las relaciones exteriores han sido, desde el nacimiento de la República, una prioridad. Lo fueron naturalmente por el propio componente internacional que determinó el nacimiento de nuestro Estado, y, consiguientemente, lo fueron por la necesidad de alcanzar el reconocimiento internacional de país independiente.
De allí para adelante la acción internacional de Uruguay tuvo un desarrollo paralelo – entendido como a la par- de la consolidación nacional y el armado de las bases de la República.
Por esta razón, y sin detenernos en enumerar hitos ni personajes brillantes – que los hay y muchos- la acción de la diplomacia uruguaya ha tenido mucho que ver en los progresos del país, en diferentes épocas y ante diferentes desafíos y necesidades. Y mucha de esa acción diplomática ha recaído, precisamente, en sus diplomáticos, como funcionarios que siguen – pero no siempre exclusivamente- las directrices y política planteada por el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Ha habido casos notorios en los que la acción – mediada por la convicción- de algunos diplomáticos uruguayos, actuando siempre dentro de los parámetros normativos y funcionales que rigen su accionar, pero movidos por una fuerza propia de lo que es y debe ser lo mejor para el país, ha llevado a hitos en la política exterior de Uruguay.
En 1955, hace de esto, 70 años, un diplomático uruguayo llamado Mauricio Nayberg comenzó a gestar uno de los grandes hitos de la política exterior uruguaya: el establecimiento de relaciones comerciales con la República Popular China.
Hasta ese entonces ambos países no mantenían vínculos comerciales y menos aún, diplomáticos, dado que Uruguay no reconocía como legítimo al gobierno chino. Por tal razón el diplomático uruguayo se encontraba acreditado como Cónsul en Hong Kong – por entonces, colonia británica-, cuando comenzó a trazar su acercamiento al gigante asiático.
Nayberg recibió una invitación del gobierno comunista chino para visitar Pekin, que fue canalizada en Uruguay por el Consejo Nacional de Gobierno, en octubre de 1955.
Se resolvió en ese entonces que, con el objetivo de buscar colocar en el exterior los saldos portables de producción nacional, y tomando en consideración que la ausencia de funcionarios diplomáticos y consulares en determinadas regiones del mundo dificultaba la tarea comercial necesaria para el país, se designaba al Sr. Nayberg como agente comercial en la República Popular China – sin estado diplomático-.
Lo que viene después significará, ni más ni menos, que la primera misión comercial de un representante de un país de América Latina a la República Popular China, acontecida en diciembre ese mismo año. Sin embargo, lo que debería haber sido considerado una prolífera gestión por parte del enviado uruguayo, encontró en nuestro país una serie de contestaciones y cuestionamientos, lo que hoy llamaríamos palos en la rueda.
La prensa uruguaya de la época tildó al Cónsul uruguayo de Cónsul Fantasma y el accionar del diplomático uruguayo llevó, ni más ni menos, que a un pedido de informes por parte de senadores de la época. Se pedían explicaciones sobre las “extrañas andanzas” del Cónsul Nayberg, exigiéndose conocer las credenciales, antecedentes y referencias personales del funcionario uruguayo.
Esas extrañas andanzas de Nayberg fueron las que redundaron en contactos con las más altas autoridades chinas, incluido el entonces Primer Ministro, Chou En-Lai, donde el enviado uruguayo no solo transmitió el mensaje que se le había encomendado, de establecer relaciones comerciales con el país asiático, si no que consiguió un primer contrato para la lana de nuestro país.
Ya de por sí las audiencias mantenidas y la posibilidad de plantear la existencia de complementariedad económica entre Uruguay y China, y haber recibido una posición favorable por parte de las autoridades locales debería haber representado el éxito rotundo de la gestión. Pero Nayberg fue a más.
Con una lucidez y agudeza intelectual irrefutable, acompañó cada una de las comunicaciones – por entonces, telegramas- enviados a Cancillería de clarísimos informes sobre lo que veía en China, y las proyecciones de a donde podría llegar dicho país en el futuro. Y, lo que es más, a donde podía llegar Uruguay, relacionándose con China.
Leyendo algunos de estas notas se palpa en Nayberg la ansiedad de quien ve algo y necesita que le crean.
Dice el diplomático “ … salvo en caso de guerra, todos los países del mundo tendrán al menos relaciones comerciales con China… llegando en pocas décadas a ser una de las grandes potencias económicas del mundo”.
Y por si eso de ser potencia económica del mundo no tuviera demasiado anclaje para Uruguay, agrega Nayberg “para ilustrar lo que estamos perdiendo para nuestra economía, China acaba de comprar 1.000.000 de libras de lana Tops de Inglaterra…”
Más adelante, el diplomático continúa esbozando ejemplos de lo que vislumbra sería el poderío de China, alertando a las autoridades de nuestro país a no perder el momentum y avanzar formalmente en la relación con el país asiático.
Agrega: “…se dice que se necesitan 15 años solamente para tener una industrialización mediana y no más de 40 años para igualar y/o superar otros grandes países industriales de hoy en día. … 4 fábricas terminadas por día. La no.2, cerca de Pekin emplea únicamente maquinaria hecha en China… El año que viene saldrán los primeros coches hechos en China: buenos o malos el punto es que no hay actualmente ni en la Argentina ni en el Brasil una fábrica propia de coches…”
Es decir, en su Misión comercial a la R.P. China Nayberg consigue reunirse con las máximas autoridades del país, consigue entender la necesidad de producción uruguaya para el país asiático y además plantea lineamientos generales especialmente claros de hacia dónde está yendo el país, de forma tal de darle a nuestro país, Uruguay, elementos claros respecto a cómo proyectar la relación bilateral. Hoy llamamos a eso inteligencia comercial. Vaya si lo sería.
El 17 de diciembre de 1955, días después de la llegada de Nayberg a Peking y como resultado de ésta, se establece la Declaración Conjunta sobre el Desarrollo de Relaciones Comerciales entre la República Oriental del Uruguay y la República Popular China, firmada por él mismo y un asistente del Ministerio de Comercio Exterior de la R.P China.
En esta declaración, que contiene 3 puntos se establece: las partes expresan el deseo de desarrollar relaciones comerciales, ambas partes promoverán visitas de delegaciones comerciales de forma bilateral, y finalmente, las partes evaluarán oficinas comerciales en ambos países.
Dado que el Cónsul Nayberg fue enviado a China como representante comercial, días después de haber retornado a Hong Kong y remitido a Cancillería un profundo análisis sobre su Misión a la R.P. China – que contenía la Declaración Conjunta-, Nayberg recibe una nota del gobierno uruguayo donde se le expresa que “ … considera la declaración conjunta contenida en la nota de referencia, como un simple cambio de puntos de vista que podrían (o no, esto no lo dice) tener ejecución el futuro”.
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Sobre la historia entre Uruguay y la República Popular China hay trabajos sumamente valiosos y personas especialmente dedicadas a explicarla. El Embajador de Uruguay en China, Fernando Lugris ha aportado elementos esenciales de esta historia entre los países, que los historiadores e investigadores Liber Di Paulo y Georgina Pagola – primeros en desenterrar estas notas entre Nayberg y Cancillería- han profundizado y trabajado al detalle. De igual manera uruguayos que han vivido en China durante años, como Pablo Rovveta pueden hablar con gran propiedad sobre cada una de las décadas de relaciones entre ambos países.
Pero lo cierto es que tuvieron que transcurrir más de 30 años desde aquella primera expedición de un diplomático uruguayo a la R.P. China para que Uruguay reconociera a este país y comenzaran las relaciones diplomáticas.
Hoy, 37 años después del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, y 70 años después de la llegada de Nayberg a China, pocos continúan dudando del peso del gigante asiático en el mundo, aunque siga siendo tan necesario mostrar y reafirmar ya no el potencial, si no la actualidad de China para ojos extranjeros que insisten en negarla.
Las proyecciones de Nayberg fueron precisas: China es, desde luego, una potencia económica – acaso la primera- y lo es, sin despeinarse, el principal destino para las exportaciones uruguayas de bienes.
A aquellos incipientes negocios de TOP de lana – sí, el contrato del que hablaba Nyaberg se concretó y la lana comenzó a hacer rodar las relaciones comerciales entre Uruguay y China- se sumaron otros: la carne, la celulosa, la soja, los lácteos, otros cereales, nuestras piedras y hay tantos otros posibles.
Pueden dedicarse hojas enteras a enumerar las áreas en la que China ocupa hoy el primer lugar del mundo: primer importador, primer exportador, principal emisor de turistas al mundo, etc., etc. y su papel en la escena internacional es indiscutido. También es incontratable los vínculos diplomáticos que China ha promovido con el mundo y el peso de iniciativas globales que lidera o apoya y que han dado la razón a Nayberg respecto a la necesidad de que Uruguay tuviera en China un socio estratégico.
70 años después, en un mundo que es otro, algunas cosas se repiten.
A veces seguimos diciendo que no, porque no, o porque anteponemos intereses -¿personales?-, en lugar del interés del país.
Y si el funcionario se debe a su Estado, y tiene clara las necesidades, posibilidades y potenciales de su Estado – como tan claras las tuvo Nayberg-
“la verdad debe siempre decirse, a pesar de lo que dice el refrán que toda verdad no es buena decirse, pero mi amor a la patria, al Uruguay, es más fuerte que conveniencias particulares, y es por eso que expongo las cosas cómo son”.