Estos días han sido intensos en hechos y comentarios en materia política que en algún momento podremos abordar, pero hay una serie de cuestiones que particularmente tienen que ver con nuestras democracias y que requieren al menos una reflexión.
Vivimos momentos complejos por los conflictos en lo local, y también momentos dramáticos en países vecinos.
Capaz es momento de prestar atención a esas luces amarillas que se están encendiendo en las formas de relacionarnos y de intercambiar sobre los asuntos que nos son comunes.
La semana pasada gatillaron dos veces a la Vicepresidenta de la República Argentina con un arma que afortunadamente no cumplió con su función y del otro lado asistimos a un Brasil a días de las elecciones con candidatos que incitan explícitamente a la violencia hacia otras y otros, particularmente a los sectores más desposeídos.
No advertir las ideas de ultraderecha que siembran odio en un campo abonado por las promesas incumplidas del neoliberalismo y la globalización implica al menos hacerse el distraído en un escenario que nos puede llevar a cosas que pensamos teníamos superadas como sociedad.
El miedo a la democracia en los sectores conservadores
Para la versión conservadora de la democracia la misma se limita a votar cada 5 años y seguir un marco legal respecto del funcionamiento de las instituciones públicas. Toda acción o situación que implique a sujetos colectivos participando de la cosa pública no es democrática, no solo no es democrática, sino que además significa no dejar gobernar.
A esto se suma un cierto aire de persecución y autoritarismo que se ve en la administración de la cosa pública, en el uso de la comunicación a través de sus medios, las redes y demás canales de comunicación, que por supuesto tiene posiciones extremas, cargadas de odio y de burradas que horadan el debate público y estimulan la violencia política, explícita o implícitamente.
Esto lo podemos ver claramente en las actitudes, declaraciones y acciones de algunos integrantes de los sectores conservadores. Siembran prejuicios, identifican opositores, amenazan o ejecutan represalias a todo aquello que sea un otro portador de derechos que antes no existían. No importa si esos derechos reconocen la igualdad, las minorías suprimidas de la política pública o amplios sectores omitidos del debate conservador.
Este procedimiento intenta una explicación sencilla de los perjudicados por la globalización y las políticas que implican la retracción del Estado de la distribución de la riqueza y de la intervención en la esfera pública. No son procedimientos que estén destinados a convencer a quienes se sienten perdedores desde la Revolución Francesa donde la igualdad, la libertad y la solidaridad pasaron a ser parte de la vida de toda la ciudadanía, sino que están específicamente orientados a los sectores perdedores en los modelos de desarrollo constructores de desigualdad.
Es razonable que estos sectores herederos de la riqueza tengan miedo de la democracia. El mismo miedo que tuvieron frente a la igualdad, la libertad y la solidaridad de la ciudadanía hace 200 años. No lo han ocultado ya que sistemáticamente lo han explicitado durante varias décadas, la teoría del derrame o del crecimiento de la torta los apaña y están claramente representados en nuestro país.
Es muy razonable esa posición frente al ensanche de derechos, que tiene como contracara la pérdida de privilegios. Capaz, no asistimos solo miedo al gobierno de las mayorías y el debate de la cosa pública fundado y constante, más bien sería terror de que se advirtiera que no es natural la desigualdad en los arreglos sociales los que sostienen sus privilegios.
También parece muy razonable que los grandes contingentes de ciudadanía que pierden ingresos o acceso a derechos no estén de acuerdo con ello.
La democracia puesta en riesgo por los sectores conservadores.
Las respuestas a la ciudadanía activa o que se organiza para participar de lo que nos es común es enfrentada con la supresión de su agenda de los medios masivos de comunicación, el ataque sistemático a través de las redes sociales, la despersonalización de los principales voceros y voceras de forma de hacerlos odiables y los discursos más extremistas posibles por parte de actores relevantes del conservadurismo, entre otras acciones posibles y también en caso de contar con el gobierno las que son propias de la administración del estado.
A todas luces hay una intención de horadar las bases de la conversación sobre las políticas públicas y sobre las imágenes de futuro. Cuando uno observa con atención también se suprime el futuro de la conversación pública en estos mensajes y esto tiene que ver directamente con la falta expectativas de grandes contingentes de la ciudadanía que ya hoy sobran para un modelo de desarrollo desigual.
Es razonable que para este sector bastante minoritario de la población la conversación sobre las políticas públicas sea vista como una tranca a lo que vinieron a hacer por mandato de lo que la ciudadanía votó cuando fue convocada.
En general optan por conversar con las peores versiones de las otras posiciones que circulan, sin abandonar el objetivo de orientar la conversación a los sentimientos de insatisfacción de los sectores excluidos y atacando sistemáticamente aquello que enuncien sujetos colectivos
Esto conduce a las expresiones que vemos en los países vecinos donde se mata a concejales, se gatilla a la vicepresidenta de un país o se desarrollan discursos de odio sobre los más vulnerables.
Ante esta afrenta los liberales se ven en figurita, el pensamiento conservador en materia económica en un escenario de ensanche de derechos les queda bien, pero no queda claro si sacrificarán el lugar de la libertad individual en términos de la ciudadanía política, en este paquete conservador muchas veces está costando encontrarlos en la conversación pública.
Pausar para reflexionar
Parecen ser momentos donde la reflexión fundada sobre el debate de la cosa pública no admite muchos atajos.
Las formas en cómo discurren los debates vemos que hacen a la construcción de la democracia, a un reconocimiento o no de los sujetos y actores que participan y los tonos que se ponen en juego, entre otras cosas, parecen indicar que es momento de cuidar nuestras democracias.
Cuidar implica una posición activa, de construcción de la cosa común, de habilitar los diálogos necesarios. Parecen ser momentos de regar un nosotros que nos incluya a todas y todos con sus diferentes visiones e intereses sobre como construir lo común.
Esto requiere de posiciones claras de las diferentes partes y no hacerse los distraídos ante los conflictos en nuestras sociedades. Nadie se levanta a gatillar una Vicepresidenta o a matar una Concejal, antes pasaron varias cosas más.