En un contexto de creciente tensión militar en el Caribe, la República Popular China reiteró su rechazo a cualquier acción que considere una injerencia en los asuntos internos de Venezuela y una amenaza a la estabilidad regional. A través de declaraciones emitidas por la Cancillería, Beijing realizó un llamado al respeto de los principios fundamentales del derecho internacional e instó a evitar una escalada que ponga en riesgo el estatus de América Latina y el Caribe como zona de paz.
El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Lin Jian, manifestó durante una conferencia de prensa que Beijing “se opone a cualquier acción que viole los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas o que atente contra la soberanía y la seguridad de otros países”. En declaraciones, replicadas en múltiples oportunidades en las últimas semanas, el funcionario aseveró que su país “se opone a la injerencia de fuerzas externas en los asuntos internos de Venezuela bajo cualquier pretexto”.
Lin Jian agregó que “el Gobierno chino trabaja con todas las partes para salvaguardar el estatus de la “zona de paz » de América Latina y el Caribe. Asimismo, cabe señalar, que esta referencia al concepto de “zona de paz” alude a la declaración de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) de 2014, que proclama a la región como un espacio libre de conflictos y de injerencia externa.
La postura china se enmarca como una respuesta directa a las recientes acciones y declaraciones del gobierno de los Estados Unidos. En pocos días, la administración del presidente Donald Trump incrementó de forma significativa su presencia militar en aguas del Caribe bajo la denominada operación “Lanza del Sur”, una iniciativa que Washington justifica como una ofensiva contra rutas del narcotráfico vinculadas, según su versión, al gobierno del presidente venezolano Nicolás Maduro.
El propio presidente Trump anunció que las acciones, hasta ahora limitadas al ámbito marítimo, podrían ampliarse “muy pronto” a operaciones terrestres dentro del territorio venezolano. Además, Trump declaró como organización terrorista a un supuesto cártel de narcotráfico vinculado a altos funcionarios venezolanos, denominado “Cártel de los Soles”.

Al respecto, las autoridades estadounidenses afirman que esta red está «liderada» por el presidente Nicolás Maduro, y sostienen que es «responsable» de lo que denominan «violencia terrorista» en el hemisferio. Estas acusaciones podrían servir para el gobierno estadounidense como una justificación ante una escalada de medidas, que van desde sanciones adicionales hasta, potencialmente, el uso de la fuerza.
Durante una reunión del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos celebrada este lunes, se analizaron los próximos pasos frente a la situación con Venezuela. La Secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, indicó que “hay opciones disponibles para el presidente”, sin descartar explícitamente una intervención con tropas en suelo venezolano. Defendió la legalidad de los operativos militares ya ejecutados, afirmando que se actuó “en cumplimiento de la ley de conflicto armado” y con la aprobación de asesores jurídicos.
Frente a estas amenazas, el gobierno venezolano alertó que la estabilidad regional está “amenazada” por lo que describe como un despliegue militar estadounidense sin precedentes que busca “desestabilizar” al país y afectar su soberanía. Caracas denunció que el objetivo final de Washington es propiciar un cambio violento de gobierno para hacerse con el control de los recursos petroleros venezolanos.
En este escenario, el respaldo de China adquiere un valor esencial para Venezuela. El canciller venezolano, Yván Gil Pino, agradeció públicamente las declaraciones de solidaridad provenientes de Beijing. “En nombre del Presidente Nicolás Maduro, expresamos nuestro más sincero agradecimiento a la República Popular de China por su inquebrantable apoyo al derecho de América Latina y el Caribe a ser respetada como una Zona de Paz”.
Gil Pino añadió que valoraban “su firme llamado a la no injerencia en los asuntos internos de Venezuela y al cese de las hostilidades y violaciones al derecho internacional por parte del Gobierno de Estados Unidos”. Este agradecimiento fue dirigido tras las declaraciones de la portavoz de la Cancillería china, Mao Ning, quien instó a Estados Unidos a “levantar sus sanciones unilaterales ilegales” contra Venezuela y a hacer “más para promover la paz, la estabilidad y el desarrollo en América Latina y el Caribe”. Aseveró que China “siempre se ha opuesto a las sanciones unilaterales sin fundamento en el derecho internacional ni autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas”.
Mientras tanto, la retórica desde Washington no muestra señales de desescalada; la advertencia sobre el cierre del espacio aéreo venezolano y la posibilidad de ataques terrestres mantienen en vilo la situación. La Casa Blanca subrayó que sus decisiones se toman para “eliminar amenazas” antes de que, según su perspectiva, alcancen territorio estadounidense, y ha descartado negociaciones directas con Maduro tras tildar su reelección de fraudulenta.

En línea con lo anterior, el Departamento de Estado de los Estados Unidos, a través del Secretario de Estado Marco Rubio, mantiene una lista oficial de organizaciones consideradas terroristas.
Este patrón creó una percepción de que un ataque de mayor escala contra Venezuela podría ser inminente, un sentimiento alimentado por declaraciones de funcionarios como el Secretario de Defensa, Pete Hegseth, quien señaló que la designación terrorista abre «un montón de nuevas opciones». En la teoría de las relaciones internacionales, a esta estrategia se la conoce como «juego de la tolerancia», donde un actor realiza provocaciones graduales y calculadas para medir los límites y la voluntad de respuesta del adversario.
Sin dudas, estas maniobras reavivan ecos de la Doctrina Monroe y parecen buscar, más allá del objetivo declarado de combatir el narcotráfico y cambiar el gobierno en Caracas, asegurar recursos estratégicos y reafirmar la hegemonía regional en el contexto de una competencia global con potencias como China. Los intereses abarcan el acceso a hidrocarburos, minerales críticos, mercados y alianzas diplomáticas.
Encuestas revelan que una mayoría de ciudadanos se opone a la vía militar y no percibe a Venezuela como una amenaza prioritaria. Republicanos como el senador Rand Paul han advertido que una intervención podría fracturar la base política de Trump, quien prometió alejarse de guerras en el extranjero. Simulaciones internas, reportadas por medios como The New York Times, prevén un escenario de caos y una ocupación prolongada y costosa tras una intervención, un riesgo que actúa como poderoso disuasivo.
No obstante, la imprevisibilidad inherente a los acontecimientos y al liderazgo involucrado mantiene el escenario parcialmente abierto. En este contexto, la diplomacia de países de la región, así como el llamado constante al diálogo y al estricto respeto del derecho internacional, se vuelven imprescindibles. La alternativa a la vía diplomática es la profundización de una dinámica de coerción y confrontación que amenaza la estabilidad regional, viola la soberanía de los estados y aleja cualquier posibilidad de una paz duradera y justa para los pueblos de Las Américas.
En este complejo tablero geopolítico, China emerge como un actor externo clave, para contrarrestar las acciones de Estados Unidos hacia Venezuela. Sus declaraciones no se limitan a una crítica aislada, sino que forman parte de una postura coherente y repetida en el tiempo, alineada con sus principios de política exterior y con su interés en una región latinoamericana estable.


Quizá, más allá de simpatías o no, Uruguay individual y también colectivamente, debe emitir un comunicado manifestando su espíritu de mantener Latinoamérica y el Caribe como zona de paz y no intervención.
Ls Casa de Trump (v. g. Blanca) tiene que encontrar una resistencia de la comunidad latinoamericana. Si logran, una vez más, llevar a cabo una invasión de Venezuela, entonces tendrán Carta Blanca, para pisotear cualquier otro país. Al estilo de la política del Gran Garrote, Trump quiere ser otro Teddy Roosevelt.