Una dieta saludable ayuda a protegernos de la malnutrición en todas sus formas, así como de las enfermedades no transmisibles, entre ellas la diabetes, las cardiopatías, los accidentes cerebrovasculares y el cáncer. En todo el mundo, las dietas insalubres y la falta de actividad física están entre los principales factores de riesgo para la salud.
Los hábitos alimentarios sanos comienzan en los primeros años de vida; la lactancia materna favorece el crecimiento sano y mejora el desarrollo cognitivo; además, puede proporcionar beneficios a largo plazo, entre ellos la reducción del riesgo de sobrepeso, obesidad y de enfermedades no transmisibles en etapas posteriores de la vida.
Distintas investigaciones demuestran cuán importantes son nuestras dietas para el sistema inmunológico, la longevidad, la salud física y también mental. Una mala alimentación es uno de los principales riesgos para la salud mundial, advierte la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Uno de los puntos claves es la alimentación emocional, que se refiere al acto de comer en respuesta a las emociones en lugar de la verdadera hambre física. En este contexto, las personas recurren a la comida como una forma de hacer frente al estrés, la tristeza, la soledad u otras emociones, en lugar de alimentarse por necesidad nutricional.
Este comportamiento puede llevar a consumir alimentos poco saludables en exceso. Como resultado, puede tener impactos significativos en la salud de quienes lo experimentan. Una de las principales consecuencias de la alimentación emocional es la obesidad. Las personas que recurren a este tipo de alimentación tienden a consumir alimentos ricos en calorías, grasas y azúcares, lo que puede provocar un aumento de peso no deseado y, eventualmente, problemas de obesidad.
Además, este hábito puede causar problemas digestivos, como malestar estomacal e indigestión, especialmente si se consumen alimentos poco saludables o se come en exceso. Por otra parte, los alimentos ultra procesados tienen un potencial daño cerebral y cognitivo, así como un mayor riesgo de padecer trastornos mentales como la depresión.
De hecho, un metaanálisis publicado recientemente en la revista “Nutrients”, señala que las dietas que tienen como base estos alimentos, están asociadas con un aumento del 44% más de riesgo de padecer depresión, y un riesgo 48% mayor de padecer ansiedad.
Los especialistas recomiendan que la ingesta calórica debe estar equilibrada con el gasto calórico. Para evitar un aumento malsano de peso, las grasas no deberían superar el 30% de la ingesta calórica total. Limitar el consumo de azúcar libre a menos del 10% de la ingesta calórica forma parte de una dieta saludable.
Para obtener mayores beneficios se recomienda reducir su consumo a menos del 5% de la ingesta calórica. También, mantener el consumo de sal por debajo de 5 gramos diarios (equivalentes a menos de 2 g de sodio por día) ayuda a prevenir la hipertensión y reduce el riesgo de cardiopatías y accidente cerebrovascular entre la población adulta.
Los Estados Miembros de la OMS han acordado reducir el consumo de sal entre la población mundial en un 30% para 2025; también acordaron detener el aumento de la diabetes y la obesidad en adultos y adolescentes, así como en sobrepeso infantil de aquí al año que viene.