Es un conjunto de crónicas sobre el habitar ciudades extrañas y es también una forma de nostalgia por el Cabo de Santa María, más conocido como La Paloma. Como en toda la obra de Rosario Lázaro Igoa, los límites entre los paisajes internos y los externos se desdibujan con facilidad. Es un libro al mismo tiempo intimista y cosmopolita, que da cuenta de una existencia itinerante y de una mirada aguda y sensible que atraviesa continentes, estaciones y relaciones humanas. Los paisajes cambian de la playa al desierto, de la nieve al cemento, así como cambia la narradora con la maternidad, con el exilio, con el tiempo. La literatura es una presencia constante y una herramienta para entender los nuevos mundos.
Este es un libro en el que se ligan los desplazamientos geográficos, el paso del tiempo sobre el cuerpo, los libros y los sueños
Desde hace quince años, Rosario Lázaro Igoa vive lejos del Cabo Santa María, donde creció. Primero en Brasil, luego en Bélgica y hoy en Australia —además de otros lugares que ha visitado—, estos desplazamientos son el germen de las crónicas reunidas en Hasta el sol y todas las ciudades en el medio (Criatura Editora, 2024). La perfección de una ola turquesa en el medio del Pacífico, la sequía sobre la corteza de los eucaliptus, el silencio de la nieve, ciertos arrecifes de coral y el verde eléctrico de los morros: el mundo de estos textos es recién descubierto por quien viene de lejos.
Con la misma mirada inquisitiva y sensible de su obra ficcional, Lázaro Igoa se detiene en la extrañeza de una Vancouver helada en pleno invierno o sobre el torrente de transformaciones de la maternidad. La exploración del cuerpo y del plano onírico, reaparece en Hasta el sol y todas las ciudades en el medio en clave que puede ser, más y menos veladamente, autobiográfica. Ahí cobra especial importancia la experiencia del migrar en el mundo y en el propio cuerpo, que terminan por asemejarse.
Porque así como Hasta el sol y todas las ciudades en el medio es un libro signado por los viajes, es también una oda al Cabo Santa María, donde la autora creció. Ese balneario sobre la costa atlántica se impone como un contrapunto a la experiencia de los nuevos mundos. Desde las dunas arenosas, los caracoles blancos de tierra, el pasto dibujante, el pulso del faro cuando atardece y hasta el pampero que todo lo azota, texto a texto Lázaro Igoa construye un sitio que es origen y destino, lugar al que siempre se vuelve. «La distancia perfecciona la evocación», escribe al tiempo que anhela ese lugar hasta en sueños. No menos importante es que, leídas en su conjunto, las crónicas de Hasta el sol y todas las ciudades en el medio ofrecen un recorrido por lecturas disímiles, a veces motivadas incluso por su propio ejercicio de traducción. Anne Carson, Mário de Andrade, Marosa di Giorgio, Sylvia Plath, Patrick White, Clarice Lispector y Sebald, entre tantos otros, forman una constelación con la que Lázaro Igoa dialoga y traduce. El resultado es que libros y lugares terminan por fundirse en textos poéticos y experimentales.
Estas crónicas, algunas escritas para medios de prensa durante la última década, son una ventana levemente dislocada a la obra de Rosario Lázaro Igoa. Por una parte, expanden temas que ya exploró en su prosa de ficción, premiada con el Segundo Premio Nacional de Literatura en Cráteres artificiales (2021) y con una mención en el mismo premio para Peces mudos (2016). Por otra parte, son textos que entablan diálogos más espontáneos con lo que ocurre a su alrededor y en definitiva, con quien lee.