Para muchos resulta exagerado calificar como discurso de odio a frases que a primera vista parecen inofensivas o incluso divertidas (para algunos) pero que tienen un alto contenido de prejuicios que degradan a la persona aludida y a sus semejantes.
El discurso de odio es utilizado cuando se renuncia a la razón y es la antesala de la violencia. Crea el ambiente propicio para que, quienes comparten un prejuicio se sientan empoderados para imponer a la fuerza y, por encima de la razón, a quienes ven como personas inferiores o simplemente como enemigos.
No permitamos que el discurso de odio se imponga por sobre la razón.
Todas las personas que manejan la posibilidad de transmitir opiniones deben comenzar analizar más profundamente los microclimas que generan las mismas.
Los que tenemos la chance de tener espacios de comunicación como este vivimos día a día la responsabilidad de poder aportar a esta situación de manera positiva.
Lamentablemente hoy escala en nuestra sociedad el discurso del odio y ser hilos conductores de encauzar los debates por donde deben transitar en paz es nuestro deber y obligación.
Nos llama la atención estar pendientes de su relativo “éxito” entre los lectores e intentar conectar con los diferentes comentarios.
En lo personal, me gusta leer los comentarios de las personas porque, por lo general, salvo un par de desubicados, su contenido es muy valioso y permiten entender mejor el tema que se trata día a día.
En muchos casos en especial cuando los lectores comentan entre ellos y se enzarzan en microdiscusiones y aparecen las señalizaciones y puntualizaciones que hacemos referencia.
En esa montonera de comentarios que despiertan artículos de prensa, posteados en redes sociales, los que más encienden la llama son los que están relacionados con política, y en particular aquellos que abordan el tema político partidario. Cada vez que alguien se lanza a hablar de temas de coyuntura diaria o a dar una opinión sobre algún hecho del gobierno, los lectores se arrojan como fieras a dar su opinión, expresar su acuerdo o desacuerdo y discutir entre ellos.
Aunque en muchos casos el abuso de la libertad de expresión u opinión no desemboque en una sanción legal, vale la pena reflexionar sobre las implicaciones morales de la opinión y sobre la responsabilidad de quienes difunden o promueven expresiones y discursos sospechosos de discriminación y de atentar contra la dignidad humana.
Ninguna persona puede abusar de sus derechos. Esa máxima es suficiente para comprender que el derecho a la libre expresión del propio pensamiento no legitima la manifestación de expresiones y opiniones que causen daño.
El lenguaje crea y constituye la vida cotidiana. Las palabras tienen un inmenso poder que puede llevar a la acción a los receptores de ciertos mensajes. En el derecho legislado existen muchos ejemplos al respecto.
En Uruguay, las columnas sobre política son las más leídas, lo cual habla bien de nosotros como sociedad democrática, pero contrasta con el desgano a la hora de ir a votar y con la falta de cordura cuando se trata de debatir con “sentido de lo humano”.
Pero seamos honestos, llegar a ese “sentido de lo humano” en un país muchas veces tan polarizado como el nuestro es hoy por hoy un hecho que debemos empezar a encauzar.
No ha sido posible para la sociedad uruguaya quitarse de encima la carga mental de años de violencia ocasionada por la represión política de la dictadura; una carga que nos ha ido convirtiendo en personas predispuestas a poner ese hecho histórico nefasto en casi todos los temas.
En un esfuerzo para regular este tipo de expresiones, muchos países han definido legalmente el discurso del odio. En el caso de la Unión Europea se basó la regulación desde otro ángulo el tema del odio.
El «marco de decisión para combatir ciertas formas y expresiones de racismo y xenofobia por medio de la ley penal», de la Unión Europea, lo define como «incitar públicamente a la violencia o el odio dirigido hacia grupos o individuos sobre la base de ciertos rasgos como la raza, el color, la religión, la ascendencia y el origen nacional o étnico».
Es reseñable que la Unión Europea no incluya en su lista el género, la orientación sexual, la identidad de género, la edad o la discapacidad. En un sentido más amplio, el discurso del odio debería definirse como toda aquella expresión que busca difamar a un individuo por sus rasgos inmutables, como lo son su raza, etnicidad, origen nacional, religión, género, identidad de género, orientación sexual, edad o discapacidad.
Empleo el término «expresión» porque el discurso del odio no incluye solo el lenguaje verbal, sino también los símbolos y las imágenes que degradan a los individuos por poseer ciertas cualidades con las que han nacido.
Suena duro, quizás pudiera ser exagerado, pero a veces ni siquiera nuestra innata amabilidad logra contrarrestar todo el daño provocado por esta violencia.
El perdón luego del debate y la idea de una posible reconciliación en nuestro país tristemente se está inscribiendo casi como excepciones a la regla y nos terminamos quedando cortos cuando se trata de transformar conflictos constantes, en puntos de trabajo a cerrar y construir.
Lo peor de todo es que los políticos lo saben y a algunos de ellos les encanta jugar con esto. La gran mayoría de ellos trata de no entrar con discursos de odio que solo sirven para seguir fisurando nuestra ya resquebrajada sociedad.
Sin ser totalmente conscientes, muchos nos dejamos llevar por sus mensajes subliminales en redes sociales y terminamos defendiendo posturas que en muchas ocasiones ni siquiera compartimos. Nuestras instituciones deberían tener una posición más clara y contundente cuando los discursos de odio aparecen, y los diferentes criterios que los caracterizan dentro del encuadre de odio deberían comenzar a estudiarse de cómo tener contingencias modernas para los mismos.
En un país rodeado de debates de todo tipo por los estragos de un país partido en dos modelos políticos, los discursos de odio cuando aparecen en ese contexto se terminan extendiendo a la vida de todos los días.
La recomendación es clara: no nos dejemos atrapar por los mensajes negativos de los diferentes actores en el ámbito que sea. Siempre podremos reaccionar en redes sociales a su odio, sin importar si los estamos apoyando o no. Frenar esos mensajes es ayudarnos a nosotros mismos, es hacer un esfuerzo por mejorar nuestro bienestar y nuestra sensación de que es posible cambiar la manera como vivimos.
No se trata de ser inocente y de creer que esto va a terminar con toda esa violencia que existe en redes, pero al menos la puede atenuar.
Deberían ponerse de acuerdo de manera más explícita todos los actores de nuestra sociedad.
Principalmente políticos, sindicalistas, periodistas, comunicadores, mujeres y hombres de opinión ciudadanos todos, para rechazar cualquier intercambio que promueva el odio en Uruguay.