El gobierno libertario avanza en su proyecto de memoria completa: un eufemismo que oculta el negacionismo del terrorismo de Estado. Pero hay otra amenaza silenciosa: el riesgo que una oposición fragmentada y ensimismada termine facilitando, con su irresponsabilidad, una transición traumática que ponga en jaque la vida republicana.
El revisionismo histórico como herramienta de poder
La insistencia oficial en reescribir el pasado —minimizando los vuelos de la muerte, las fosas comunes y el robo de bebés— no es un ejercicio académico. Es la piedra angular de un relato que justifica el desmantelamiento de las instituciones democráticas, presentadas como «obstáculos» para su revolución neoliberal.
La oposición peronista, en lugar de constituirse como alternativa, se consume en luchas intestinas.
Cristina Fernández, Máximo Kirchner y Axel Kicillof parecen más preocupados por las internas que por el ajuste que pulveriza salarios y jubilaciones.
La bomba de tiempo económica y sus consecuencias políticas
La estrategia del gobierno de Milei —dólar barato, FMI y carry trade- es insostenible:
– Las reservas del BCRA se evaporan; la inflación reprimida amenaza con estallar incluso antes de las elecciones de octubre y el costo social es devastador: los jubilados cobran migajas, la informalidad crece a pasos agigantados y las pymes cierran.
Cuando este esquema colapse —y todo indica que lo hará—, la falta de una oposición organizada podría derivar en un escenario de ingobernabilidad. El riesgo no es abstracto: un gobierno acorralado, con apoyo de fuerzas de seguridad radicalizadas, podría recurrir a la represión para mantenerse en el poder.
El peligro de la transición sin brújula
Aquí yace la gran paradoja: la misma debilidad opositora que hoy beneficia a Milei podría convertirse mañana en un factor de desestabilización.
Si la oposición no articula un frente común, la salida de la crisis podría darse en las calles, sin canales institucionales, aumentando el riesgo de violencia.
El vacío de liderazgo facilitaría soluciones autoritarias, ya sea desde el oficialismo o desde sectores que hoy parecen marginales.
Si el peronismo sigue en guerra consigo mismo los espacios democráticos quedarán indefensos ante los ataques libertarios a la Justicia, la prensa y los derechos sociales.
La ciudadanía, desencantada, podría radicalizarse en cualquier dirección.
En tiempos de crisis, las transiciones políticas pueden tomar dos caminos: se pactan entre cuatro paredes, a espaldas de la ciudadanía, o se construyen desde abajo, con la gente como protagonista. Hoy, cuando el gobierno argentino insiste en su relato negacionista, la oposición enfrenta un desafío histórico: ¿será capaz de articular una alternativa creíble que nazca de las necesidades populares y no de cálculos electorales o acuerdos cupulares?
El riesgo de los acuerdos entre elites
La historia reciente de América Latina está llena de ejemplos de transiciones pactadas que terminaron defraudando a las mayorías.
El peligro es que, ante la debacle económica y social, la oposición repita el error que líderes desgastados negocien entre ellos, ignorando el clamor de trabajadores, jubilados y jóvenes sin futuro.
La construcción política de la transición debería fundarse en candidaturas con legitimidad social, ello quiere decir menos operadores políticos y más dirigentes territoriales genuinamente representativos. Esta modalidad debería dar lugar a plataformas claras y vinculantes, tales como: «Ningún acuerdo con el FMI sin consulta popular». Si la alternativa al gobierno se reduce a un mero cambio de caras sin cambios reales, el riesgo es doble: la abstención o el voto bronca y el fortalecimiento del discurso anti política: «Todos son iguales».
La unidad opositora no es un fin en sí mismo. Debe servir para garantizar lo que la gente exige: trabajo, dignidad y memoria. Si no está a la altura de esa tarea, no será más que otro episodio de teatro político.
El oficialismo intenta borrar el pasado para imponer un futuro sin contrapesos. La oposición parece no entender que su desunión no solo los debilita a ellos, sino a la democracia misma.