Dafna Feinholz es Doctora en Psicología de la Investigación (UIA, México) y Maestra en Bioética (Universidad Complutense de Madrid, España). Fue jefa del Departamento de Epidemiología Reproductiva del Instituto Nacional de Perinatología de México y Directora de Investigación y Planeación del Programa Mujer y Salud de la Secretaría de Salud (México). Ocupó sucesivamente los cargos de Coordinadora Académica de la Comisión Nacional del Genoma Humano de la Secretaría de Salud y Directora Ejecutiva de la Comisión Nacional de Bioética.

La aceleración del desarrollo neurotecnológico está transformando rápidamente los límites de lo posible. Interfaces cerebro-computadora, implantes capaces de registrar impulsos neuronales, herramientas de estimulación cerebral profunda y sistemas de lectura neural mediante inteligencia artificial ya no pertenecen al terreno de la ciencia ficción. En medio de este avance vertiginoso, la Unesco dio un paso histórico al aprobar el primer marco normativo mundial sobre la ética de la neurotecnología, una hoja de ruta que busca evitar que la innovación avance más rápido que las salvaguardas que deben proteger a los seres humanos.
Al centro de este proceso aparece el nombre de Dafna Feinholz, directora interina de la División de Investigación, Ética e Inclusión de la Unesco y una de las voces más influyentes en la construcción de políticas científicas con enfoque en derechos humanos. Feinholz, con formación en bioética y una larga trayectoria en el diseño de regulaciones internacionales, fue clave para articular el trabajo de expertos, filósofos, científicos y organizaciones sociales que alimentaron el documento aprobado por los Estados miembros.
Para Feinholz, lo que está en juego no es solo el uso responsable de nuevas herramientas médicas, sino la inviolabilidad de la mente humana. La neurotecnología, señala, puede mejorar la calidad de vida de millones de personas con enfermedades neurodegenerativas, lesiones medulares, discapacidades motoras o trastornos de comunicación. Pero también abre la puerta a riesgos profundos: manipulación cognitiva, extracción de información mental sin consentimiento, vigilancia emocional, discriminación basada en datos neuronales y nuevas formas de control social.
La preocupación no es infundada. Varias empresas tecnológicas ya han desarrollado sistemas capaces de interpretar patrones cerebrales asociados a emociones, intenciones motoras o niveles de atención. En ausencia de normas globales, la posibilidad de que estos datos sean usados comercialmente, militarmente o políticamente se vuelve una amenaza real. “La mente —ha dicho Feinholz— no puede convertirse en un espacio disponible para ser leído, intervenido o monetizado por terceros. Ese límite debe ser absoluto”.
El marco normativo de la Unesco establece principios que los Estados deberán incorporar en sus legislaciones nacionales. Entre ellos se destacan el consentimiento informado reforzado, la prohibición de usos coercitivos o manipulativos, la protección de datos neuronales como información extremadamente sensible, la transparencia en los algoritmos utilizados, y la garantía de que estas tecnologías beneficien prioritariamente a quienes más lo necesitan, evitando reproducir desigualdades sociales.
Feinholz advierte que la neurotecnología se encuentra en un punto crítico: si se orienta hacia fines terapéuticos y humanitarios, puede ser una revolución en salud; si se deja librada a la lógica del mercado o de intereses geopolíticos, puede convertirse en la forma más invasiva de vulneración de la autonomía personal. La directora interina insiste en que la regulación no debe verse como un freno, sino como una condición indispensable para que la innovación sea legítima y confiable.
La adopción del marco por parte de la Unesco marca un hito comparable al de la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos de 2005. Para Feinholz, el desafío recién comienza: transformar principios en prácticas, acompañar a los países en su implementación y promover la educación ética en un campo donde los límites entre cuerpo, mente y tecnología son cada vez más borrosos.
En un tiempo donde las máquinas pueden descifrar pensamientos más rápido que los propios humanos, la labor de científicas como Dafna Feinholz no solo ordena el presente, sino que protege el futuro. Su mensaje es claro: la tecnología puede avanzar, pero la dignidad humana no es negociable.

