Preso: Luego empieza mi Exilio – 1975

Sin bien es cierto que la estadía en Perú, más allá de las solidarizares, había dejado un sabor amargo, también, la distancia nos había permitido ver la buena voluntad que había en países hermanos. Surgió la idea de una verdadera Diplomacia anti dictatorial. 

Yo les había visitado allí tres veces, pero por primera vez estuvimos lejos. Iba llegando mi exilio, aunque no me diera cuenta. Siegan aunar nuestros destinos más allá de cercanías geográficas o no. Nunca íbamos a estar tan cerca y tan juntos, que cuando nos separó un océano. Pero faltaba que ocurrieran algunas cosas. 

El viejo tenía un tambo en Pardo, provincia de Buenos Aires. Había vendido campo en Uruguay para tener un rincón en Argentina donde echar raíces. Pasajeramente, pero raíces. Después de las discretas fiestas en del 74 en que pasó la familia junta, Wilson conoció su tercer nieta, fue mi abuela materna, empezaba el 75 y regresé a Montevideo. Por última vez, aunque ni lo imaginara. 

Pero pasó algo en Buenos Aires, que iba pasar por arriba de los planes.

Antes de volver me fui a despedir de Zelmar. Además del mejor amigo de la vida de mi viejo, se había vuelto un referente importante para mi. “El afecto y el respeto juntos permiten la amistad” me dijo una vez, “Por eso soy amigo de tu viejo, y por eso vos también sos mi amigo”. Tras el abrazo que fui a a buscar, me dio un consejo: “En el Hotel Plaza hay un obispo metodista gringo, un tipo muy bien y muy solidario, antes de regresar lleva a tu viejo”.

Así hice. El obispo, con quien me re encontré en el exilio, era James Armstrong de Dakota del Sur. Nos habló de un candidato nuevo que él creía que iba a ganar en EEUU el año siguiente en EEUU: Jimmy Carter. Nunca le habíamos oído nombrar. Nos ofreció presentárnoslo si íbamos a EEUU. Veremos que luego, lo hizo, ese mismo año 75 Después de la tragedia del 76, en Nueva York lo fuimos a visitar durante la Convención que lo proclamó candidato demócrata. Un año alomas tarde nos recibió en la Casa Blanca.

Salimos del Hotel Plaza, con la inquietud de qué se podría hacer desde EEUU para aislar a la dictadura. Toba (Gutierrez Ruiz) había estado en Estrasburgo en el Parlamento Europeo y la Unión Inter parlamentaria. Esta había decido ignorar a los representantes que eventualmente mandara la dictadura y reconocer sólo a los electos en el 71. Zelmar había estado en marzo del año interior en el Tribunal Russell.

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Sin saber lo que se venía en algo más de un año, el viejo acuña la expresión hace falta una coordinada “Diplomacia del Exilio”. Tenemos que hacer un viaje… esa era la idea. Andá viendo con los Embajadores allí en Montevideo y hace alguna “rifa”… Chiste va y chiste viene, ya armamos para un par de meses más adelante un itinerario tentativo… Venezuela, México y Estados Unidos a ver si conocemos al tal Carter. En … un par de meses… 

¿Colombia, Panamá y Costa Rica? A lo mejoran segunda ida más adelante. Según como nos vaya. En Nicaragua imperaba la dinastía de los Somoza. Honduras y Guatemala, eran dictaduras. Y Ecuador, tenía una dictablanda de unos coroneles que buscaban sin mucha suerte, una apertura. 

Cuando me radique en Washington vaya conocer al Embajador ecuatoriano Horacio Sevilla Borja, (muchos añosas tarde colega mío en Buenos Aires)y en su casa a Jaime Roldós, luego Presidente, amigo generoso y solidario. Perorara todo eso falta pasar mucha agua bajo el puente de esta historia.

Se bajó martillo. El Primer viaje (y juntos) va a ser a Venezuela, México y Estados Unidos.

Y pusimos manos a la obra. Puse,porque el que convocaba y abría las puertas era Wilson., Pero el mismo, hasta en forma exagerada hacía gala de su incapacidad organizativa. Entre otras cosas, aunque sueno absurdo, hasta por tímido. Para esas cosas.

Como siempre al ingresar fui detenido e interrogado por Castiglioni. Sabía todo. No se para qué me preguntaba. Que los viejos habían vuelto, que papá y yo habíamos ido a ver a Erro. Sabía todo. Lo que habíamos hecho, sabía tomismo que yo. Lo que vendría a lo mejorar sabía más que yo.Apenas quedé libre,el mismo día empecé a organizar todo. La llegada a Montevideo, legalmente, era la última aunque ni me lo imaginara.

Altor día ya fui ver al Embajador Vicente Muñiz, de México; un par de días más tarde, al de Venezuela, Julio Ramos(el mismo al que un año más tarde le iban a secuestrar a Elena Quinteros de su jardín). No fui, obviamente a la de EEUU, que apoyaba abiertamente a la dictadura. Allí teníamos a nuestro Embajador propio. Era el Obispo Metodista Armstrong, que habíamos conocido, semana antes, gracias a Zelmar. 

Empecé a visitar algunos amigos que que ayudaron financiar el esfuerzo. Don Julio Arocena Folle, (ex diputado por Florida) se echó el tema al hombro. También Alfre

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do Arocena que nos había ayudado a entrar y salir del país al Toba y a mí. Todo venía como viento en popa.

Todo se supo enseguida. Debí imaginarlo.Yo vivía en un pequeño apartamento de Francisco Vidal 683, en el primer piso. Había mucha falta de experiencia en todo esto. Allanaron mi casa y me metieron preso.

Esta vez no era una detención más, de esos casi que de rutina. Esto era distinto. Más largo, ya no fue de un día para el otro. Pasó un mes, otro y yo me imaginaba que en vez de ayudar le estaba causando un problema al viejo. Pero no recibía muchas noticas de afuera.

Estaba en la Dirección de Inteligencia y Enlace de la Policía. Para ir al baño tenía que pasar por un patio cerrado grande donde torturaban a las mujeres. Aveces memoría desganas de ir al baño pero trataba de posponerlo,para evitar ese paisaje demujeres desnudas, encapuchadas, algunas colgadas. De noche, desde el colchón que tiraron en el pisen el propio despacho de Castiglioni. 

De noche, muchas veces sentía los gritos de las mujeres del patio contiguo. Despertaba sobresaltado y ya no podía dormir.Y si no pegaba un ojo en toda anoche,al otro día quedaba igual bien despierto. Y un interrogatorio y otro y otro. A donde íbamos ir, con quienes íbamos a hablar, de qué…

Mi madrina Zulma Castells, me hace saber que habían vuelto a allanar la casa y había personal policial. Todavía no llevaba mis agendas, pero a ojo y recuerdo sería como mediados o fines de octubre del 75.

Bueno, finalmente llegué a Buenos Aires y me abracé al fin con mis padres. Había llegado, pero esa vez sí estaba seguro que iba a volver. Y no fue así. Tres días después estábamos iniciando el postergado viaje. 

Vos y yo tenemos mucho que hablar” me despidió Zelmar. Había empezado, sin saberlo ni darme cuenta, mi propio exilio.

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