Reflexiones por restos humanos de la época colonial en uruguay

Los denominados sitios de memoria afroindígena podrían ser, según relatos históricos, zonas de enterramientos masivos.

Activistas afrodescendientes e Indígenas dialogan con voluntad de lograr un marco normativo y otros aspectos a contemplar en caso de investigaciones del período colonial, inquietud surgida en el contexto de hallazgos arqueológicos recientes de material óseo de origen africano del pasado esclavista según los científicos.

Se busca también diseñar protocolos a cumplir por organismos públicos, que garanticen un tratamiento centrado en la memoria ancestral afroindígena, raíz fundamental de identidad y parte activa de la ciudadanía.

Atabaque, casi tres décadas defendiendo la cultura afroamerindia desde la religiosidad y las creencias, ayuda dando cauce a matices que sienten necesario priorizar lo sagrado y lo jurídico, especialmente por ser situaciones inéditas de implicancias espirituales, que traen dolores emocionales colectivos, traumas que se desconoce cómo transitar individual o comunitariamente, ya que reviven torturas de dimensiones sicológicas y anímicas inexploradas.

Los denominados sitios de memoria afroindígena podrían ser, según relatos históricos, zonas de enterramientos masivos. Por lo mismo, resulta a todas luces una situación de exposición pública de sensibilidades históricamente castigadas. Son necesarias todas las ponderaciones sobre algo demasiado delicado para ser tratado con plazos.

Son nuestros muertos

Los diarios de Bronislaw Malinowski el padre de la etnografía antropológica en los inicios del siglo veinte, ya muestran al viejo régimen de un racismo que legitima el colonialismo, frente a un nuevo régimen que enfatiza la igualdad y cuestiona la superioridad que una cultura tiene sobre la otra. Sus registros desarman la “tontería de que los antropólogos son una especie de máquina de empatía humana que registran imparcialmente las cualidades de las culturas y las analizan con ausencia de subjetividades…”  (Thompson, 2016) Resalta el creciente papel de los pueblos indígenas en determinar cómo fueron estudiados y cómo su patrimonio cultural fue tratado y comunicado al resto del mundo en los museos.

Lo cierto es que la calidad de las democracias en las sociedades modernas, depende del lugar que ocupen en ellas las poblaciones vulneradas.

En un mundo racista la materialidad de un cuerpo, es una “prueba” que las víctimas afrodescendientes y originarias no necesitamos porque somos historia viva.

Aun así, la potencia de la evidencia física del genocidio, ubica al racismo estructural en un antes y un después de este hito, y esperemos sea de igual importancia en la conciencia moral de una sociedad blanco hegemónica que tienda al desarrollo sin exclusiones.

Hasta ahora las excavaciones en los lugares ubicados por la historia del pasado colonialista, se hicieron por gestión de organismos públicos técnicamente competentes, avalados por convenios institucionales, con contactos informativos esporádicos a las poblaciones aludidas, sin injerencia directa de los colectivos objetivo en las decisiones políticas.

Seguro fue lo mejor que se pudo hacer en ese momento y bien por eso.

Hoy duele demasiado que se revuelva una masacre de esa magnitud sin el cobijo de la comunidad en pleno, sin el llanto de los suyos, sin un tambor de duelo ni un pedido de perdón estatal como sucedió en la hermana Brasil, y repetirlo no una vez sino siglos de veces, aunque nunca alcance. Hay avances siempre insuficientes ante tamaña deuda histórica, los hechos desafían todo lo escrito y acordado, y estamos acá; inmersos en una realidad todavía hostil, todavía racista.

Por eso hoy se tiende a revisar la ortodoxia antropológica y ponerla en función de políticas de resarcimiento, decolonialistas, restitutivas y de reconstrucción de la memoria afroindígena sin repetir lógicas colonizadoras, con improntas de diálogo con las personas protagonistas en la génesis de los proyectos, contemplando incluso cuestiones tan delicadas como el pensamiento trascendente y las creencias de origen milenario a fin de respetar lo numinoso, al decir del gran Daniel Vidart, de los sectores a quienes se procura ayudar.

Aquello de nada por nosotros sin nosotros.

Enterramientos clandestinos de épocas esclavistas, morideros o fosas comunes hay por todos lados en los países post colonialistas, en nuestro suelo de las estancias fronterizas del interior y más. Acá nomás en la explanada de la bahía capurrense bajaron casi setenta mil “cabezas de ganado negro”, teniendo presente que el 15% se suicidaban, eran tirados al mar, o morían en los larguísimos viajes durante meses de martirios y horror, si el cálculo es que el 30% aproximadamente llegaba con enfermedades algunas ya en estado agónico o dolencias que no respondían al simple engorde de la cuarentena previa venta, saquemos cuentas; puede haber incontable cantidad de restos de nuestra familia afro solamente allí en plena capital debajo de la escuela, en la senzala, en las casas y edificios colindantes, podría tratarse de un gran cementerio africano. ¿Se impone o no decidir qué hacer antes de seguir excavando?

Tenemos antecedentes de legislación sobre estos temas en países vecinos y a nivel internacional que se están comenzando a estudiar. Vamos despacio que vamos lejos y que primen los sujetos de derecho por encima de los objetos de estudio y nunca intereses individuales que a veces “maquillan” una herida que sangra.

Reclamamos el derecho a reflexionar con calma: los tiempos del capitalismo fagocitante no son los de las comunidades originarias, y el apuro siempre es riesgo de facilitar el uso político de nuestro sufrimiento. Si abren ese dolor latente que sea a nuestra manera, y sino que lo dejen quieto. Porque como dijo el poeta Osiris Rodriguez Castillo: “No es como aparenta sino como yo lo siento”. Tenemos el bastón de la palabra para intercambiar no en términos de subalternidad normalizada sino de equidad racial, reviviendo situaciones tan tristes como no resueltas.

Igual que en la búsqueda de enterramientos clandestinos del pasado reciente, en este tema hay que innovar y no será un debate fácil, aunque apremia y necesita compromiso colectivo.

Hay muertes violentas allí, degradación, ultraje, agresividad extrema, injusticias abyectas, almas que sufren y rondan sin posible reparación. Si no conmueve a la sociedad uruguaya lo sucedido, algo todavía está muy mal. Y si maltratan el tema resultamos otra vez sacrificados banalmente. ¡Cuidado! Estamos pisando la historia que ya fue pisada, silenciada, ocultada, no podemos hacerlo de nuevo peligrando atraer una carga energética muy pesada. Llamamos al menos a no reproducir dinámicas de exclusión para no empeorar queriendo ayudar, ya que esto “solución” no tiene. Se impone una discusión con horizontalidad y sin presiones, porque hacemos del uso de la libertad un emblema y del derecho al pensamiento reflexivo un paradigma civilizatorio.

Y principalmente escucharemos, pues tal vez las Almas ya se hicieron oír.

Oreja no pasa cabeza.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Latest from Opinión