El hígado es uno de los órganos más importantes del cuerpo y el órgano interno más grande. Ayuda al cuerpo a digerir los alimentos, almacenar energía y eliminar toxinas.
Las enfermedades del hígado graso son cada vez más comunes, afectando a cerca del 25 por ciento de las personas a nivel global; es por ello que la dieta hepática juega un papel importante en el bienestar del órgano.
Entre las funciones del hígado tenemos: transformar los alimentos en sustancias químicas y nutrientes que el cuerpo necesita para mantenerse saludable; almacenar los nutrientes de los alimentos consumidos; descomponer medicamentos, drogas y alcohol.
Además, elimina los desechos de la sangre; produce enzimas y bilis que ayudan a digerir los alimentos; y finalmente, genera las proteínas que necesita el sistema inmune para ayudar al cuerpo a combatir las infecciones.
Si bien es necesario para una buena salud, el colesterol en exceso puede dañar sus arterias y aumentar su riesgo de enfermedad cardíaca. Aunque la enfermedad hepática a menudo no presenta síntomas, los signos de advertencia pueden incluir dolor; hígado agrandado; fatiga (cansancio extremo); náuseas; orina oscura; heces color arcilla; ictericia (color amarillo de la piel, los ojos y las membranas mucosas).
El sobrepeso y la obesidad son una clara amenaza para la salud pública en nuestros tiempos. Su prevalencia ha ido creciendo, y lo sigue haciendo en los últimos años. Además, existen muchas enfermedades y complicaciones asociadas que dificultan aún más este formidable problema. Y, entre ellas, destaca la enfermedad del hígado graso no alcohólico.
Hoy en día no existen tratamientos farmacológicos específicos para la enfermedad del hígado graso, por lo que los enfoques terapéuticos se centran en modificaciones en el estilo de vida, dirigidos principalmente a prevenir los factores de riesgo asociados.
Estos cambios consisten, básicamente, en seguir unas pautas nutricionales basadas en la dieta mediterránea y realizar ejercicio físico con regularidad.
La dieta mediterránea se caracteriza por una elevada ingesta de verduras, legumbres, cereales, aceite de oliva, frutos secos, pescado y productos lácteos, con poca carne y un consumo moderado de vino. Se ha demostrado que este patrón dietético, tradicional de la cuenca mediterránea, posee propiedades cardiosaludables, lo que ayuda a prevenir la diabetes y la enfermedad del hígado graso, además de reducir el sobrepeso y la obesidad.
Por todos estos motivos, debe fomentarse frente al consumo cada vez mayor de alimentos procesados y poco saludables.
En segundo lugar, mantenerse activo a diario resulta muy importante para tener una buena salud. Es aconsejable reducir los períodos sedentarios de más de dos horas y, siempre que sea posible, desplazarse de manera activa (andando o en bicicleta).
Por otra parte, si seguimos las recomendaciones de hacer ejercicio físico regularmente, debemos tener en cuenta que cada persona, dependiendo de su condición física, podrá realizar una actividad concreta y adaptada a sus posibilidades. Por ejemplo, para personas con sobrepeso u obesidad, lo más aconsejable es, como mínimo, caminar cada día, intentando llegar a los 10.000 pasos diarios, y realizar algún tipo de actividad física adicional personalizada de unos 30 minutos dos o tres días por semana.
La enfermedad de hígado graso no alcohólico está en claro aumento y se vincula directamente al incremento de las tasas de sobrepeso. La falta de tratamiento específico y su relación con otras enfermedades cardiometabólicas hacen necesario centrar el enfoque en prevenir por medio de un estilo de vida saludable. En este sentido, la dieta y el ejercicio consiguen reducir el contenido de grasa intrahepática, potencian la capacidad aeróbica y la condición física y producen una mejora del estado oxidativo y proinflamatorio.