Muchas veces, después de comer, el cuerpo pide algo de azúcar y cuando saborea un pequeño bocado de algo dulce, experimenta una sensación de placer. ¿Por qué ocurre? Suele pasar que ante situaciones de ansiedad el ser humano sienta la necesidad de consumir un tipo de alimento que le provoque la liberación de dopamina y, por lo tanto, mejore el estado de ánimo. Pero el efecto placentero producido por el consumo de azúcar es muy corto, por lo que siente rápidamente la necesidad de volver a comer alimentos azucarados para aumentar la dopamina, creando un círculo vicioso del cual cada vez es más difícil salir.
El sistema de recompensa del cerebro, encargado de mediar la sensación de placer en el organismo, se activa frente a estímulos o acciones que generan placer en el individuo. Los alimentos que contienen hidratos de carbono simples, como por ejemplo el azúcar, propician que el cerebro libere dopamina. Esta llamada hormona de la felicidad, aunque no es el único neurotransmisor que hace sentir bien, es uno de los más importantes en el centro de recompensa.
La elección de alimentos es una conducta influenciada por los factores biológicos, fisiológicos, socioculturales y psicológicos de cada individuo, así como por las características propias de los alimentos (color, olor, sabor). En otras palabras, estos factores producen diferentes motivaciones que regulan la elección de la comida diariamente. Existe una, particularmente relevante, que es la activación del sistema de recompensa del cerebro. Este sistema permite asociar ciertas situaciones con una sensación de placer, lo que influye en las decisiones posteriores de los individuos.
Entonces, ¿por qué después de una gran “comilona”, aparece ese deseo incontrolable de comer cosas dulces?
Hay estudios que demuestran que “después de comer, se va perdiendo el apetito, o la sensación placentera, o el encontrar atractivo el comer cosas saladas, o cosas ácidas o sabores agridulces”. Pero, incluso después de comer, no se pierde esa sensación placentera que dan las cosas dulces. “Generalmente, después de comernos un asado, o un buen plato de pastas, que nos deja bien satisfechos, el cuerpo no quiere saber nada con comer una bandeja de papas fritas. Pero el apetito por el postre no se pierde”. No sólo no se pierde el apetito por comer cosas dulces, sino que socialmente está muy asociado a la ingesta de algo dulce, como postre, como algo gratificante después de la comida. Entonces se genera un círculo vicioso”.
Una mirada desde la crononutrición
Desde el punto de vista de la crononutrición, la ciencia que estudia el efecto de la alimentación sobre el sistema circadiano, hay determinados horarios en los que el cuerpo procesa peor los dulces.
Si se consume mucho dulce de golpe, se genera un pico de insulina, algo que no es bueno para el cuerpo, ya que le cuesta procesar estas sustancias dulces, y no sabe bien qué hacer con esto.
Hay horarios, como los nocturnos, en los que el cuerpo está menos preparado para llevar adelante esta tarea. Esto se suma a que, además, si uno come azúcar o cosas dulces durante la noche, le va a costar más poder dormirse y tener una noche placentera porque va a estar cargado de energía. En ese sentido, desde la crononutrición, se recomienda la ingesta de alimentos dulces durante el día, lo más temprano posible, para que el cuerpo tenga tiempo de descargar un poco esa energía que fue acumulando.