Ansiedad

"Lo más repulsivo de aquel ser que tenía ante mis ojos era justamente su humanidad". Henry James

Antes, cuando miraba un paisaje, una calle que se extendía o el cielo nublado, sospechaba. Entonces, me acomodaba en el lugar, y me quedaba rumiando ese sentimiento, esa desconfianza concreta y esperaba que pasara algo. Era como esos malestares que se instalan primero tímidamente hasta que logran una presencia firme, incómoda: laten, pican y después duelen. O como una heladera abandonada en medio de la habitación, que no es solamente incómoda: sino además, peligrosa. Una heladera que esconde una bomba, una cascabel o un sicario. 

Me empezó a pasar con mi hermano. Éramos chicos, nueve y once años, y dormíamos en la misma habitación, una cama contra cada pared, y yo lo miraba: tan sereno, tan abandonado al sueño, tan pero tan en paz… que ahí comenzaba… ¿Y si explota? Porque primero eran preguntas: ¿Si vuela de repente por el aire como una bomba de tiempo? 

Después me pasó con cualquiera que estuviera vivo y cerca: un amigo, un perro, un goldfish en su pecera globo. Al final, era todo lo demás: una habitación vacía, un gran lago extendido y lánguido en la Patagonia o el césped del jardín de mi casa. La quietud me dispone a esperar una explosión. Algo violento que sale de atrás a confirmarme que todo es, efectivamente, una escena: como esos presentadores que rompen una pared de papel para entrar en la arena del circo. 

Miro alrededor y vuelvo a sentir que todo es falso y que corro peligro si no avanzo tratando de adivinar qué hay detrás o adentro de esto que veo. ¿Es una mujer lo que tengo enfrente? ¿Están la cama y los muebles dispuestos para una escena? ¿Y ese olor, esa luz, ese frío que entra por la ventana? ¿Son estas garras humanas mis manos? ¿Tengo que creer en los gritos, en el reguero que brota y en esa mirada de terror que me observa mientras escucho mi risa?

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Últimos artículos de Cultura