Con 27 años, tocaba el piano con virtuosismo, pintaba muy bien y escribía maravillosamente. Pero fue demasiado para la sociedad de aquel 1914, y para su marido, que nunca aceptó su arte y con el que apenas convivió un mes y medio. Después de muchas amenazas, finalmente el hombre la mató y se suicidó.
Había nacido en el seno de una familia de dinero. Su padre Santiago Agustini habría sido usurero, con fuertes vinculaciones con el ejército y los políticos. Naturalmente no era bien visto su oficio y su esposa María Murtfeld Triaca aspiraba a superar esa mala reputación social. Delmira nació en 1886 y a los cinco años ya sabía leer y escribir y a los 10, ya escribía poemas y tocaba el piano. Pequeño prodigio, siempre se dijo que sus padres la protegieron de más, quizá un signo de sus tiempos y de su clase social. Su vida se repartía entre clases de francés, piano, pintura, dibujo, idiomas. A los 16 años comenzó a publicar sus poemas con el seudónimo de Joujou, con un estilo modernista, típico de la época en que reinaba la estética de Rubén Darío, a quien conoció y que valoró su obra. En 1907 publicó el libro “Frágil”, con apenas 21 años. Manuel Medina de Betancourt escribió el prólogo y Delmira comenzó a vincularse con las personalidades intelectuales de Montevideo, a pesar de su corta edad.
Un año después, llegó a su vida Enrique Job Reyes, con quien comienza un romance a escondidas de su familia, ya que su madre se oponía a la relación. Durante cinco años, mantienen un vínculo por correspondencia. El novio también provenía de una familia acomodada, que se dedicaba a la compra y venta de caballos. Pero nunca entendió a su novia, y consideraba que su talento literario era más una preocupación que una virtud. Tenía apenas un año más que ella y esperaba que Delmira abandonara su pasión literaria, quizá con el casamiento.
Enrique Job Reyes nunca entendió a su novia, y consideraba que su talento literario era más una preocupación que una virtud.
Con la publicación en febrero de 1913 de “Los cálices vacíos” se cierra su obra édita, con un tono marcadamente erótico, que irritó a muchos y aún hoy sorprenden por su audacia. “De todas cuantas mujeres hoy escriben en verso ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini, ni por su alma sin velos y su corazón de flor. A veces rosa por lo sonrosado, a veces lirio por lo blanco. Y es la primera vez en que en lengua castellana aparece un alma femenina en el orgullo de la verdad de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa en su exaltación divina. Si esta niña bella continúa en la lírica revelación de su espíritu como hasta ahora, va a asombrar a nuestro mundo de lengua española. Sinceridad, encanto y fantasía, he allí las cualidades de esta deliciosa musa. Sean con ella la gloria, el amor y la felicidad”, la celebraba Darío.
En agosto de 1913, Delmira y Enrique se casan, con Ugarte como testigo de la boda. “He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento”, le cuenta la uruguaya al poeta nicaragüense: “No sé: tal vez en el fondo me espera la felicidad. ¡La vida es tan rara!”. Darío le recomienda tranquilidad. Pero no la habrá. “Yo me encargaré de romper los devaneos y alejarla de toda preocupación intelectual. Es una mujer como otras. La poesía y el piano son entretenimientos de soltera”, dijo el flamante esposo.
El matrimonio duró alrededor de 45 días. Delmira volvió a casa de sus padres, pidió el divorcio el 13 de noviembre alegando “hechos graves que imposibilitan cualquier reconciliación”.
Un solo medio de la época se animó a llamar a las cosas por su nombre. Una publicación satírica se animó a decir la verdad. “Protestamos contra los hombres autoritarios que se erigen en amos de la mujer y quieren hacerse amar a tiros de revólver. ¡No, la mujer no es la esclava del hombre, ni en el amor, ni en nada!”, se publicó, sin firma del periodista,