Ansiedad y angustia

El sentimiento de angustia patológico o neurótico puede manifestarse por síntomas somáticos, conductuales y subjetivos.

¿Qué es la ansiedad?

La ansiedad es una respuesta de nuestro organismo cuando se enfrenta a un peligro inmediato: el cerebro ordena al Sistema Nervioso Autónomo que active la respuesta de “huir o luchar”. Se segregan diversas sustancias químicas, entre ellas la adrenalina, que desencadenan cambios fisiológicos, como el aumento de la frecuencia cardíaca, frecuencia respiratoria y mayor flujo sanguíneo hacia los músculos. Por lo tanto, la ansiedad es fisiológica, normal e incluso útil ante una situación de alerta o peligro. Es parte de la existencia humana, considerada como una respuesta adaptativa. Sin embargo, cuando la ansiedad rebasa los límites de lo fisiológico o esperable, siendo excesivamente intensa, persistente o sin una causa real que la provoque, entonces configura un Trastorno de Ansiedad.

Según la OMS se trata de un trastorno transitorio, de gravedad variable (a veces importante), que aparece en un individuo como respuesta a un estrés físico o psicológico excepcional. De acuerdo al DSM V (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) la ansiedad sería la anticipación de una amenaza futura. Otros autores la definen como una afección por la que una persona tiene preocupación y sentimientos de miedo, intranquilidad, malestar emocional acompañados (o no) de inquietud, sudoración, fatiga, irritabilidad, falta de concentración, dificultades en el sueño, para respirar, taquicardia y mareos, entre otros.

¿Qué diferencias hay entre la ansiedad y la angustia?

Si bien muchas veces ansiedad y angustia se utilizan como sinónimos ya que ambos son estados psicológicos displacenteros acompañados de síntomas físicos frecuentes, describiendolos como expectación penosa o desasosiego ante un peligro inminente, la angustia no es fisiológica nunca. La angustia paraliza a la persona, no se considera un proceso adaptativo, es incontrolable, se presenta con un elevado grado de sufrimiento y el individuo no siente que haya solución o salida posibles. Muchas veces ambas (ansiedad y angustia), coexisten.

La crisis de angustia o ataque de pánico se caracteriza por la aparición súbita de síntomas de aprensión, miedo pavoroso o terror, acompañados habitualmente de sensación de peligro o muerte inminente, miedo a “volverse loco” o “perder el control”. Concomitantemente puede presentarse falta de aire, palpitaciones, opresión o malestar torácico, sensación de asfixia o atragantamiento, náuseas o malestar abdominal, sudoración, temblor, mareo o sensación de desmayo, sentimientos de irrealidad, entumecimiento u hormigueo en manos, pies o cara, pensamiento ansioso e irracional, músculos tensos, boca seca. No siempre se presenta toda la sintomatología, ni se requiere de todo este cortejo sintomático tan florido para hacer diagnóstico.

Las crisis, de comienzo brusco, aislado y temporal, alcanzan su máxima expresión rápidamente (10 a 20 minutos) y son autolimitadas, pudiendo durar entre unos minutos y media hora, aunque síntomas físicos y emocionales podrían persistir hasta horas. Se trata de episodios breves de ansiedad intensa.

¿Qué es el Trastorno de Angustia?

El Trastorno de Angustia se caracteriza por la presencia de crisis de angustia inesperadas recurrentes. Presenta inquietud o preocupación persistente por la aparición de nuevas crisis o sus consecuencias, y/o por un cambio significativo y desadaptativo en el comportamiento que se relacione con las crisis de angustia. El estrés crónico, estrés agudo (como experimentar un evento traumático), ingesta excesiva de cafeína, entre otros, pueden predisponer a las crisis.

Los trastornos de ansiedad son el motivo de consulta más frecuente en policlínica de psiquiatría de niños y adolescentes. Ha incrementado mucho su incidencia a partir de la pandemia y la consulta y abordajes tanto psicoterapéutico como farmacológico, pueden aliviar mucho la sintomatología, mejorando la calidad de vida y el funcionamiento global del paciente.

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