Editorial artesanal «Cuenta, Imagina y Crea» presenta los cuentos de Humberto Souto

Pensados a partir de realidades y experiencias, otros son "auténticas" fantasías

Los cuentos de Humberto Souto están pensados a partir de realidades y experiencias, otros son «auténticas» fantasías, pero todos tienen algo en común: trama rápida y sencilla, desenlaces inesperados, toques de humor a veces teñido de un negro Intenso, profundo, y uso del lenguaje cotidiano y coloquial.

Escribe con necesidad de transmitir la soledad de los olvidados, como en «Este cuento, como el que anteceden, son inéditos…», que se confunde con la solidaridad ante la situación de los olvidados por la sociedad. Con algo de impotencia para cambiar la realidad. Como si fuera un observador, y no parte del cuento.

Humberto Souto comienza sus relatos en Facebook, dónde tomó contacto con ellos. Son el resultado de una vida vivida, de gustos estéticos y la necesidad de comunicarse con lectores dónde la relación no es necesariamente personal o íntima por la característica de red social. Y logra que el lector se hunda en el texto muy rico en imágenes más aún, logra que el sentimiento de soledad, desamparo, tristeza y hasta desesperación nos sacuda el alma y seamos mudos integrantes del grupo que llega hasta el «círculo imaginario que nadie rebasa» pero que disfrutamos mucho. Profesora Iris Amorena.

Los vecinos tempraneros que bajaban a la playa lo conocían.

Siempre en las mismas rocas.

Siempre llegaba el primero, como para conseguir ese lugar. Como si hubiera dormido allí. No hablaba con nadie, no molestaba a nadie. Solo fumaba y miraba. Miraba todo y a todos. Miraba a la gente, miraba a las mujeres, siempre a la cara, siempre a los ojos. Y miraba el mar, y sus ojos se tornaban más verdes aún. Ojos muy tristes, pero de mirar intenso, encerrando tal vez un profundo dolor. Aún sin quererlo despertaba curiosidad. Siempre en el mismo lugar, con la misma mochila, aún más triste que él, de la que solo sacaba cigarrillos con regular frecuencia. No era del barrio, eso era seguro; en esa parte de la playa todos se conocen, y de él ni siquiera el nombre se sabía. Cuando la playa se poblaba, él levantaba su mochila, se calzaba y partía. Y se perdía en la rambla rumbo al este. Nadie sabía a dónde iba, ni tampoco de dónde venía. ¿Quién era? ¿Qué hacía? ¿A qué se dedicaba? ¿Cómo sonaría su voz? Nadie lo escuchó jamás hablar. Solo reconocían su mochila negra, raída, y sus ojos verdes, más verdes cuando miraba el mar, pero tristes, muy tristes.

Una mañana no apareció. Y nunca había faltado. Hay quienes aseguran que aún en días de lluvia lo vieron en las mismas rocas, su mochila envuelta en nylon, y sus ojos mirando el mar. Pero esa mañana no apareció; es decir, él no apareció, pero sí estaba su mochila en sus rocas. ¿La habría olvidado? ¿Se había ido más temprano? Nadie la tocó. Todo el mundo la conoce y sabe quién es el dueño. La cuidamos, es capaz que está caminando. Pero no, no volvió a buscarla. Nadie se animó a revisar. Parecía una profanación. La seguimos cuidando. Velando. Nadie habló nunca con él, pero lo respetaban, tal vez hasta lo apreciaban. Por lo cotidiano de su presencia. Por sus ojos verdes y tristes, por su mirada lejana vuelta hacia el mar. Pero no volvió por su mochila. Mandaron a alguien de la prefectura a buscarla. Su cuerpo apareció en Trouville esa tarde: Los ojos verdes bien abiertos, sin miedo; no parecían tan tristes dicen algunos.

Pero eso puede ser otra historia.

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Editorial artesanal: Cuenta, Imagina y Crea 

Montevideo – Uruguay

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