El cardenal y exsecretario de Estado del Vaticano Tarcisio Bertone ha revelado que intentó disuadir a Benedicto XVI de renunciar al pontificado y retrasar su decisión, cuando le confió su intención de dimitir en la primavera de 2012. Finalmente, anunció su renuncia el 11 de febrero de 2013.
«Sólo una vez experimenté dolorosamente un desacuerdo, cuando en la primavera de 2012 me confió su decisión, madurada durante largo tiempo en la oración, de renunciar al papado. En vano intenté disuadirle», señala Bertone en un escrito publicado en el portal oficial del Vaticano ‘Vatican News’. Según confiesa, tras conocer la decisión del entonces pontífice, vivió un tiempo «lleno de preocupación y angustia» e intentó que «retrasara lo más posible el anuncio». En el mensaje, Bertone repasa su larga amistad con Joseph Ratzinger, al que conoció en la época del Concilio Vaticano II, «cuando se hablaba de él como de un joven teólogo alemán, una de las mentes más agudas de la escena teológica preconciliar».
Posteriormente, empezó a frecuentarlo más a menudo tras su nombramiento como consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de la que Ratzinger, por entonces cardenal, era prefecto; y la amistad surgió después del nombramiento de Bertone como secretario, en 1995. «La sencillez y la familiaridad que surgieron entre nosotros florecieron en una verdadera amistad que se mantuvo fiel y leal a lo largo del tiempo, especialmente en los tiempos difíciles que siguieron», asegura.
Bertone lamenta que algunos «le han juzgado estereotipadamente como un hombre severo, inflexible, un panzerkardinal». Frente a esta visión, defiende que el papa emérito tenía una «ternura a la hora de comprender al otro» incluso «en los enfrentamientos y conversaciones que tuvieron lugar sobre importantes cuestiones doctrinales». «A veces, releyendo las actas de la correspondencia entre la Congregación para la Doctrina de la Fe y obispos o teólogos, si encontraba alguna expresión dura, la corregía y recomendaba ‘suavizar’ las expresiones para no ofender a los interlocutores», destaca. También pone de relieve que «mostró la misericordia de su corazón hacia su ayudante de cámara Paolo Gabriele, tras el triste y enredado asunto conocido como ‘Vatileaks'».
«El juicio y el castigo en ese caso eran necesarios, pero pensando que podía haber sido una debilidad, aunque culpable, se preocupó por su familia y su trabajo y le recomendó que buscara alojamiento y empleo fuera del Vaticano», señala Bertone. El exsecretario de Estado también recuerda las reuniones semanales que mantenía con el entonces Papa para abordar los temas del orden del día y asegura que, cuando los casos eran «particularmente gravosos» como «el resurgir del problema sumergido de la pederastia en el clero», ponía toda su atención para captar exactamente su pensamiento y directrices, que luego debía comunicar con absoluta fidelidad a los responsables y hacerlas ejecutar.
Posteriormente, cuando ya era papa emérito, Bertone indica que pudo visitarlo en su residencia del Monasterio Mater Ecclesiae y afirma que fueron siempre «momentos intensos» en los que no faltó, en la medida de sus posibilidades, el intercambio de informaciones y reflexiones «que revelaban constantemente su amplia visión de la Iglesia, cuyo camino acompañó con cariño».