Entre gestos moderados y señales de confrontación

La opinión pública no es ajena a estas problemáticas por eso señalan como principales problemas del país la corrupción, los bajos salarios, la desocupación, la pobreza y la inflación.

La Argentina transita sus primeras semanas tras la contienda electoral con una mezcla de expectativa, cautela y desgaste. El clima político que dejó la urnas todavía no decanta del todo, y mientras el oficialismo busca consolidarse en el poder, la oposición intenta reorganizarse frente a un tablero en movimiento.

El presidente Javier Milei, que durante la campaña se caracterizó por un tono confrontativo y explosivo, decidió bajar la intensidad discursiva desde que asumió el cargo. Los mensajes públicos ya no exhiben el mismo filo verbal que meses atrás, y algunos gestos institucionales han intentado transmitir una idea de gobernabilidad más serena. Sin embargo, el cambio de tono no parece haber sido acompañado por una estrategia más amplia de integración política.

Desde los bloques opositores, señalan que la moderación comunicacional no se tradujo en señales concretas de diálogo. Los dirigentes que alguna vez fueron blanco del discurso libertario, hoy observan con distancia y una cuota de prudencia. “Bajar la agresividad no implica necesariamente abrir el juego”, coinciden algunos legisladores que esperaban un puente mínimo para discutir políticas públicas esenciales. Hasta ahora, ese puente no apareció, y los principales proyectos del Ejecutivo han sido impulsados con lógica de verticalidad, buscando números antes que consensos.

En noviembre de 2017 Macri tenía el mismo nivel de aprobación que Milei, 43%, y había obtenido un caudal de votos similar. La diferencia es que su balance de imagen como dirigente era positivo.

En noviembre del 17 todos creíamos que Macri tenía la reelección asegurada, del mismo modo que hoy se piensa que la tiene Milei.

En una sociedad cada vez más líquida nada es seguro. Poder contestar la pregunta de si Milei es quien abre un nuevo ciclo en la Argentina o si es el último representante del viejo ciclo es trascendental.

Su equipo económico acaba de decir que siempre se creyó que una política de ajuste económico no generaba crecimiento y que ellos están demostrando lo contrario. Quizás habría que tener en cuenta que más de la mitad de sus votantes nos dijeron que sin la ayuda de Trump el dólar y la inflación se hubieran disparado y cuatro de cada diez de sus votantes en 2023 dudan de la capacidad de gestión de Milei.

En los pasillos del Congreso se percibe una convivencia tensa, casi quirúrgica. La Libertad Avanza intenta imponer agenda legislativa con rapidez, consciente de que el capital político de un gobierno nuevo es un recurso que se oxida rápido. La oposición, fragmentada y golpeada por el resultado electoral, debate internamente cómo plantarse frente a un oficialismo que combina moderación estética con firmeza en la toma de decisiones.

Mientras tanto, la ciudadanía mira. Observa medidas, reacciones, discursos. Muchos votantes esperan resultados económicos concretos que aún no llegaron con la velocidad prometida; otros, más escépticos, temen que la falta de puentes derive en un ciclo de mayor conflictividad. La gobernabilidad, al final, no solo depende del tono, sino del diálogo que lo sostenga.

La Argentina poselectoral parece caminar sobre una línea fina: un gobierno que baja el volumen, pero no el pulso propio. Una oposición que escucha, analiza, pero todavía no encuentra la forma de incidir. Y un país que, entre expectativas y urgencias, aguarda señales claras de que la política puede construirse sin gritos—pero también sin exclusiones.

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