La formación de los docentes es un determinante de la calidad educativa. Ello está en la base de las políticas y concepciones educativas y ha determinado históricamente un proceso de mejoramiento de su nivel de formación con mayores exigencias. En tanto la formación de los formadores es un componente de este proceso, ello ha implicado históricamente el mejoramiento de su formación y competencias a través de mayores requerimientos de formación, fundamentalmente con estudios superiores. Quien no sabe, no puede enseñar también ha implicado que quien no sabe también de educación, tampoco puede enseñar con pertinencia. Con ello, la formación docente a escala global se ha apalancado en dos componentes de requerimientos de calidad: tener conocimiento de las teorías y los métodos pedagógicos de enseñanza y a la vez tener una formación en el conocimiento propiamente disciplinario de lo que se pretenda enseñar y transmitir.
Este núcleo de dobles exigencias educativas para los formadores ha sido un ámbito de tensión y de complejos equilibrios y desequilibrios, en tanto no basta saber del campo disciplinario, pero tampoco se puede conocer ampliamente de educación, pero no conocer en profundidad la disciplina científica propiamente. Este equilibrio, difícil de resolver, hace la labor docente compleja, interdisciplinaria y más exigente en su nivel de formación en todos los niveles. Obviamente también ello varia si el acto docente es a nivel del prescolar, primaria, secundaria, universidad o posgrado, que imponen diferenciados niveles de conocimiento de los métodos educativos y de las disciplinas, cada vez más complejas y especializadas, y mucho más en un contexto de cambios en las tecnologías de comunicación e información y la aparición de multimodalidades de enseñanza y aprendizaje.
Este enfoque dio lugar a que el tema de la formación docente se constituya en un eje diferenciado de la educación superior y en tal sentido, la formación magisterial, de profesores, de técnicos y tecnólogos, así como de universitarios o de posgraduados, tengan diferenciados niveles de equilibrio y de formación entre los distintos componentes pedagógicos y disciplinarios. Así, el proceso de formación de docentes, nacido en la formación magisterial creada por Varela ha evolucionado históricamente acorde a las especificidades de los niveles y el aumento de los requerimientos de saberes. Se amplió a las adscripciones y los concursos de oposición y méritos, evolucionó a una formación terciaria a través del IPA, se expandió y nacionalizó con los Institutos de Formación Docente, se regionalizó con la creación de los Centros Regionales de Profesores, y actualmente se debate entre un camino de universitarización a través del nuevo marco normativo de la LUC que da el carácter universitario a las carreras y certifica una formación universitaria a los docentes como Licenciados, al tiempo que se discute la creación de un ámbito universitario de formación pero con el riesgo que no se conforme como una institución autónoma que finalmente corte el lazo umbilical entre esa formación y el ámbito público de ejercicio laboral y de práctica. Pero más allá de este debate, la imperiosa necesidad en el actual contexto de expansión del conocimiento y los requerimientos del mundo del trabajo, es impulsar finalmente una formación de posgrado de todos los docentes, superando la actual formación terciaria de 4 años. El posgrado es un nivel superior y va más allá de una certificación como Licenciados en Pedagogía como ha sido el camino de este período o del marco institucional de los impulsos a la creación de una universidad específica de la educación.
En este camino, reconociendo que de hecho el marco normativo claramente concibe que la ANEP está en capacidad de otorgar estos niveles de formación, a propuesta del Instituto de Perfeccionamiento (IPES) que hoy dirijo por concurso el año pasado, el Consejo de Formación en Educación (CFE) aprobó una Ordenanza de las Carreras de Posgrado, la que fue homologada por la propia ANEP. Este nuevo marco de la formación docente, se apoya no sólo a su carácter de ente educativo, sino a la propia Ley General de Educación (LGE) que dispone que la formación docente incluye la formación de posgrado, a que la Clasificación Internacional Normativa de la Educación (CINE) de la UNESCO habilita el recorrido de los niveles 5 a los niveles 7 de maestrías y 8 de doctorado, y a que las modificaciones de la LUC que habilitaron la certificación profesional refieren únicamente a los estudios de grado. Ello abre una nueva etapa de la formación docente en el país, con el ingreso del Consejo de Formación en Educación (CFE) en la oferta de especializaciones, maestrías y doctorados en educación,