Allá adentro, en lo más recóndito de nuestro cuerpo se encuentran nuestras verdaderas debilidades y problemas de vida. Están escondidas en algún lugar del delicado mecanismo de relojería de piezas que alimenta nuestros movimientos y su frágil equilibrio. En la diversidad de órganos y tejidos, de músculos y nervios, de venas y huesos, se nutren males y desvelos que el algún momento de develarán. Desde algunos de esos territorios profundos y desconocidos, brotaran dolores y gotas de sangre, frente a nuestro asombro. Por suerte allí ante enemigos misteriosos, también batallan como firmes soldados micros organismos protectores. Muchas veces clamarán por apoyo en esas luchas desiguales cuerpo a cuerpo que son nuestro diario vivir. Esos territorios son el terreno de un delicado equilibrio de escaramuzas y batallas que también mutan y se transfieren desde terrenos minados a otros otrora impolutos y virginales. Ellos son el lugar de trabajo de luchas microscópicas.
El cuerpo se aprendió a cuidar y proteger en su milenario camino, pero tiene también lamentables límites que nos han condenado en la historia. La ciencia nos ha traído finalmente respuestas con pastillas, tratamientos y operaciones, y los territorios enfermos se han trasladado a las farmacias, laboratorios y salas blancas y frías de quirófanos y hospitales. Serán aquí, en el taller de nuestro envase del alma, donde se repararán y cambiarán las piezas. Tendremos repuestos no originales, limpieza de conexiones o tratamientos, y nos saturarán de inyecciones y llenarán de pastillas. Nosotros apenas entendemos desde nuestra limitada conciencia mientras vemos indicadores inexplicables que refieren a estas tragedias íntimas de nuestro cuerpo. Somos el lugar de trabajo y taller de reparación. Empleo para otros a quienes soñamos con traspasarles las angustias que nos carcomen. Cada órgano o recoveco es un mercado de pastillas, especialistas y diagnósticos. Lugar de operaciones y controles continuos, toqueteo arbitrario ante nuestros impávidos ojos.
En el centro de ese circo está el corazón, el pequeño puño que bombea la sangre a través del cuerpo y que alimenta la esperanza de seguir y que es el soporte que resiste el dolor y las batallas. En su palpitar nos alimenta la ilusión de más tiempo para alcanzar nuestros sueños. Y es también el centro de esas batallas en la incómoda cama del quirófano donde nacen las esperanzas de una sobre vida.