Esta novela que entreteje la búsqueda obsesiva de un tesoro pirata con la vida en un pueblo costero, ha sido destacada por su manejo del humor y lo absurdo. Sin embargo, su autor revela que el haber sido ganador llegó como una sorpresa posterior, un efecto no buscado de un proceso de escritura más intuitivo que planificado. “La sorpresa fue grande, pero no por considerar que la obra fuera una apuesta deliberada hacia esos géneros», explicó. Asimismo, aclaró que no se sentó a escribir una novela de humor, sino a perseguir cierta fidelidad a la historia que quería contar. Compara el fenómeno con ver una película catalogada como “drama” y encontrarse riendo. “No es que me ría de perverso, sino que ese borde de lo tragicómico está ahí, y funciona como espejo en el que uno se ríe de sí mismo”.
Origen real de una ficción
La novela gira en torno a un hombre común de San Carlos obsesionado con un tesoro pirata. Laureano confirma que la historia está “muy inspirada en hechos reales”. Tras una investigación y numerosas conversaciones, llegó el momento de dar cohesión a todo el material. “Como no pude hacerlo, o sea, no pude darle un formato coherente, me percaté que no estaba obligado a respetar ningún formato”.
Con esa libertad, decidió dejar que los personajes hablaran por sí mismos. Respecto a la inspiración para el personaje central, el “gordo bolacero”, confirma su existencia real. “Sí, hubo un gordo bolacero que sirvió enormemente de inspiración. Fue quién me contó la historia exactamente en esas circunstancias”. Indica que cada vez que aparece el personaje en la novela es “una copia fiel” de cómo se dio en la realidad, lo que complicó la corrección para preservar la privacidad de las personas sin alterar la esencia del relato.
El personaje del “gordo bolacero” encarna una tradición oral uruguaya: el narrador exagerado, charlatán pero entrañable. Sobre su construcción literaria, afirma que se construyó solo. “Cuando hago ficción, en general, a los personajes les pongo las caras y las personalidades de personas que conozco, me resulta más fácil hacerlos hablar”. Con este personaje en particular, el proceso fue simple porque fue el modelo vivo. Sobre su cualidad entrañable o mítica, se desliga, “yo qué sé, depende de cada uno cómo se lo quiera tomar, una cosa es leerlo y otra cosa es vivirlo en directo”.

El equilibrio entre la risa y la memoria
La novela mezcla momentos hilarantes con referencias al período de la dictadura. Preguntado sobre cómo logra equilibrar humor y memoria histórica sin que uno opaque al otro, admite que es una pregunta difícil de responder. Describe su proceso como el de alguien que cocina sin receta, probando sabores.
“Pobres de los que no llegan a enterarse que uno estuvo metiendo la cuchara chupada en la sopa. Lo mismo sucede cuando uno va escribiendo, el lector no se entera de todos los bocetos”. Al respecto, reiteró que no fue un mecanismo completamente intencional y que el resultado dependió en gran medida de los personajes y sus voces. “Si me hubiera tocado hablar, de repente, con una persona que transpira un dolor muy crudo, tal vez el resultado hubiera sido distinto”.
El juego constante con la frontera entre lo histórico y lo fantástico, haciendo que lo inventado parezca real, es un sello de la obra. Sin embargo, niega que sea un recurso consciente para hablar de cómo se construyen las historias en los pueblos. “No soy ajeno a la existencia de la historiografía. Pero sí traté de manejar el límite de lo real y lo ficticio no desde una óptica profesional, sino desde el enfoque que le damos en una reunión informal”.
Es el tono de las historias que se cuentan en una cena, en un contexto donde no se teme ser tildado de loco: “Capaz que, sin querer, uno termina haciendo un ejercicio parecido a la construcción de la historia desde una óptica no científica”, concluye, bromeando sobre estar “bolaceando” en ese mismo instante.También revela que, en un boceto inicial, probó usar una ciudad simbólica. Sin embargo, encontró un poder particular en concentrar el lector modelo. “Yo me imaginé que le estaba escribiendo la historia al vecino”.
La obsesión por el tesoro pirata funciona como motor de la trama. Para Laureano, representa varias cosas a la vez: ilusión, locura y esperanza: “Sobre todo creo que funciona como un catalizador de la aventura”. Lo describe como un “simbolismo berreta”, pero precisamente en eso radica su valor. Los diálogos son un pilar del ritmo y el humor del relato.
Sobre el trabajo del lenguaje coloquial, confiesa que no era consciente de su efectividad hasta leer las reseñas. Explica que todo depende del “molde” que uno utilice para escribir. “¿Viste que hay dibujantes que al hacer los detalles de un rostro ellos mismos van haciendo la mueca que tiene la cara? Creo que es algo parecido”. “Ahora que lo pienso la gente se tiene que dar cuenta que los estoy escaneando todo el tiempo”.

Su visión
Si bien algunos ven en la novela un rescate del humor en la narrativa uruguaya, Laureano tiene otra forma de verlo. “No sé si la novela buscaba rescatar algo aparte de la misma historia que cuenta”. Se alegra de que se piense eso, pero hace una distinción crucial: “hay que diferenciar el humor del humorismo”. Sugiere que el humor a veces es visto como un mecanismo superficial o artificial, mientras que el humorismo no trabajaría desde la intención primaria de hacer reír.
“La risa es (o debería ser) un efecto colateral”. El mayor desafío al escribir esta novela no fue uno solo. Asimismo, padeció por igual el mantener el tono, estructurar la trama vertiginosa y encontrar la voz narrativa adecuada. “Creo que por cada uno de esos tres sujetos hice una corrección completa cada vez y una cuarta para armonizarlos”.
La mezcla de risas y melancolía que deja la lectura es, una marca personal de la vida. “Que lo digas me llena de alegría, porque lograr eso, para mí, es extremadamente difícil”. Los comentarios de los lectores, especialmente aquellos de pueblos como San Carlos, han sido de reconocimiento. “Sí. Sin embargo, no lo veo como una victoria mía.
Producto de la suerte más que otra cosa”. Laureano González no solo consolida su carrera, sino que también valida una forma de narrar que bebe de la tradición oral, se nutre de la idiosincrasia local sin caer en el costumbrismo plano, y demuestra que las historias más poderosas a menudo son aquellas que, partiendo de lo particular y lo aparentemente pequeño, logran hablar sin solemnidad de las grandes obsesiones humanas.

