Soñamos con deseos que nos desvelan. Animales internos que nos cargan las fuerzas que nos impulsan y que incluso nos hacen confundir los anhelos con las realidades y deforman nuestra mirada. Ellos alimentan las aspiraciones que llenan nuestros cerebros, nos dan sentido y dirección, y guían nuestros actos íntimos y propósitos en el mundo volátil y cambiante que nos aloja. Dirigen los mundos brumosos que nos envuelven fijando los derroteros de nuestra vida. Son finalmente la base de la pirámide de expectativas de Maslow gritan algunos sobre esas mochilas que se cargan en nuestras espaldas y esclavizan nuestros pasos. También esos sueños impulsan los nudos de placeres que anhelamos en la tierra y son culpables de las tentaciones desenfrenadas de logros y colinas a superar. Algunos de ellos incluso son peaje de angustias inalcanzables que se constituyen en las luces perdidas de alguna estrella que orienta el camino oscuro y solitario que nos desvele por otra vida que supere las inclemencias cotidianas. Todas son sin embargo efímeras y engañosas de una paz inexistente en la tierra.
Ante ello nos preguntamos si será verdad que sin esos deseos y pasiones la vida carece de sentido y siempre requerimos alguna locura enfermiza del porvenir que nos haga olvidar los tiempos presentes del dolor de la carne. E incluso, cuando se volatizan esos deseos que nos obnubilan la mente, soñamos sin embargo con ser invadidos y poseídos por otros de esos fantasmas irracionales que nos carguen de energía nuestros huesos y acciones. Perseguimos esas fuerzas irracionales que hacen fluir a la sangre y nutren de calor, superando el pasar cotidiano cargado de tranquilas monotonías que rechazamos y que son finalmente nuestra vida en la tierra para casi todos. Luchamos por ser entonces poseídos por esos fantasmas que esperamos nos saquen de lo cotidiano y nos impulsen a locos placeres y reconocimientos, pero que finalmente también nos cargan de angustias insatisfechas, irracionales fantasías y obsesiones de adoración. Son el centro de los deseos insatisfechos que ocupan y llenan nuestra mente y pueblan los divanes de terapeutas y familiares y muchas veces alimentan las cárceles de los desenfrenos incontenibles. Ellos son sin embargo nuestra escala de valores y el cartabón que nos acerca o separa de los otros, que alimenta la máquina que nos acompaña y que envasa nuestra mente de una trascendencia siempre fugaz y subjetiva que nos hace entrar en los círculos viciosos de la locura del poder de la locura y la locura del poder.
Mientras unos creen que la vida solo tiene sentido en el tiempo efímero donde somos parte y que muchos de esos sueños de logros son engaños del ego, superaciones de nuestras carencias infantiles o inventos de un mundo que nos crea esfuerzos irracionales de realización y nos hace confundir la vida con esos sueños que nos marean y que nos colocan en las nubes. Otros sienten que esas baterías que mueven a los hombres y la pelea de ideales terminan siendo el consumo desenfrenado y el tiempo perdido atrás de alguna medallita.