Nueces

Nunca había comprendido tantas cosas a la vez - Louis Ferdinand Céline

Esa mañana se me ocurrió que el peronismo no es ideología, sino tecnología: una herramienta efectiva para alcanzar y conservar el poder o para modificar las cosas en cualquier dirección. No es un movimiento, me dije, no, porque un movimiento va —o intenta ir— en una dirección, y el peronismo no tiene dirección… ¿O la tiene, y en realidad se convierte en lo que le conviene? 

Cuando era chico, veía los dibujitos animados de los Gemelos Fantásticos. Ante algún personaje maléfico, los gemelos juntaban sus anillos, que eran como una media medalla, y decían a dúo: “Poderes de los Gemelos Fantásticos: ¡Actívense!” y cada uno anunciaba la forma deseada: «En forma de…» y se producía el cambio. 

Según Wikipedia, el gemelo Zan podía transformarse en agua en cualquiera de sus estados —sólido, líquido o gaseoso—, podía ser jaula para un criminal, motor de un cohete y hasta en una ocasión se transformó en nitrógeno líquido… 

Creo que es importante decir que podía transformarse también en disturbios atmosféricos como una tormenta de nieve, un monzón o un tifón. Jayna, su gemela, era capaz de convertirse en cualquier animal real o mitológico —siempre y cuando conociera el nombre del ejemplar—, así se transformó por ejemplo en hormiga y en ballena. 

Tal vez no sea necesario, pero quiero agregar que además de sus poderes de transformación, los gemelos fantásticos compartían un vínculo telepático, lo que les permitía comunicarse en situaciones extremas: su telepatía mutua también podría explicar cómo fueron capaces de asumir las formas que permite la cooperación sin discusión previa de la estrategia a seguir. 

Me daba la impresión que el peronismo maneja la misma tecnología.

Esto era aproximadamente lo que pensaba justo antes del descubrimiento. Me estaba afeitando con el celular en altavoz: el secretario del Ministro de Industria pedía una inclusión en el discurso del Gobernador.

—Un anuncio de extrema importancia estratégica y de mucho interés para la población…

—Imposible —respondí, mirando mi cara mirarme, embadurnada adentro del espejo—, el jefe ya lo tiene: im-po-si-ble.

—Pero es fundamental para el futuro del programa… Hace meses que venimos con esto…

Estaba plantado, cómodo en mi negativa, las piernas separadas, desnudo y con los pies descalzos sobre la toalla abierta, actuándome esa expresión de poder, gozando del no, mientras la doble cuchilla recuperaba el cutis para las reuniones de gabinete, los encuentros con periodistas, las intrigas y las mentiras, montando espuma desde el cuello a la pera, hasta que la mano se detuvo.

El secretario buscó por otro camino. Yo podía verlo: blanco, las orejas de lobo, el torso consumido y hueco como un armazón. La camisa bailándole alrededor del pescuezo y el saco con hombreras ampliándole tanto la espalda que cuando se lo quitaba parecía perder cincuenta kilos de golpe y convertirse en una versión reducida del que era antes del perchero.

Le decían Ruso, aunque hubiera aclarado mil veces que su abuelo cazaba osos en Siberia, pero que había nacido en Letonia, que no era ruso. Cuando nos encontrábamos, al hablar por teléfono como esa vez o si alguien lo nombraba, siempre me activaba una secuencia mental en la que aparecía envuelto en cueros de animales peludos, blandiendo una lanza mientras corría a grito pelado, tal vez aullando, con los ojos amarillos de furia asesina detrás de una bestia que huía sobre un decorado de película clase B: pequeños arbustos inmóviles, piedras grises, horizonte de picos bajos.

Es cierto que a pesar de haberlo escuchado contar que el viejo perseguía al oso hasta su madriguera escoltado por perros feroces, que esperaba agazapado que saliera rugiendo, parado en las patas traseras con sus cuatro metros de altura para dispararle con un Mauser a corta distancia, yo seguía viendo al nieto con una lanza.

El ruso opinaba sobre cualquier cosa — una rencilla amorosa, un proyecto político, un partido de fútbol — echando mano al arsenal de conocimientos que tenía sobre estrategia militar. Su cabeza vivía jugando juegos de guerra.

—…te soy sincero: no lo dijimos antes porque queríamos estar seguros. Quizás fuimos demasiado cautos, preferimos volar bajo el radar mientras hacíamos el balance. Pero nos damos cuenta que el momento es este… Es la gran oportunidad para dar un golpe efectivo… Es el mensaje ante la asamblea: todos los medios, la cadena oficial, los dirigentes… Un escenario para mostrar el potencial, una coyuntura propicia. ¿Me explico, no?

Mi mano seguía quieta. Mi cara inmóvil mirándome. 

¿Dos nueces?

—Digo… quiero decir… —siguió el Ruso arriba de mi silencio —Un proyecto capaz de cambiar la matriz productiva, que puede servir como nueva plataforma de despegue… No podemos dejarlo guardado para salir a pelear con palos y piedras…

¿Una nuez al lado de la nuez?

No era cierto que no pudiera incluir el anuncio. No quería. Prefería modificar lo menos posible, ya estaba midiendo el aire. Y si bien es cierto que tenía cronometrada la respiración del Gobernador, y sabía que era necesario colocar un punto o una coma cada veinte sílabas como máximo, era mejor hacer la prueba. Un término mal puesto, una esdrújula vacilante o un corte abrupto que obligara a cambiar el ritmo podían desembocar en un atasco o provocar un descarrilamiento bochornoso. Es verdad, incluso que, aunque evitara las rugosas visibilidad, paupérrimo, subrepticio, prefería comprobar si avanzaba a ritmo más o menos parejo.

Lo tenía sobre la mesita del living: veintiocho carillas en tipología Times, cuerpo dieciséis, once mil doscientas noventa y dos palabras: aproximadamente, una hora cuarenta y cinco minutos. 

Todavía me quedaba plantar las señales amarillas para los remates. Eran como postes al costado de las vías: paradas técnicas donde el Gobernador levantaba la vista, miraba al pueblo que lo miraba del otro lado y tragaba un sorbo de agua sobre los aplausos de la mayoría oficialista que acomodaba las caderas en el honorable anfiteatro, para volver sobre la marca y continuar la lectura.

—Hacemos una conferencia de prensa la semana que viene con todos los medios. Tu ministro y el gobernador: los dos solos. —le dije, y corté.

Mi mano bajó y apoyó la maquinita de afeitar sobre el lavatorio. Dos dedos subieron y apretaron juntos dos veces. 

Marqué un número. Unas hormigas invisibles me caminaron por la frente y no pude tragar.

—¿Qué temprano? ¿Qué pasó? ¿Algún problema?

—Tengo un tumor.

—Ja, vos estudiaste filosofía: el médico soy yo.

—Está al lado de la nuez, no me duele, parece un huevo.

—Ah… vení que te reviso…

Julio César Guianze

Escritor, periodista,
especialista en comunicación política.

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