Nunca supe, cuando realmente empezaba mi exilio. La única vez que ni lo pensé, realmente comenzó.
Las cosas se fueron dando de poco. La noche del Golpe, fui detenido. Creían que Wilson venía en el mismo auto (el suyo) en el que yo había salido del Palacio. Cuando recuperé la Libertad, viajé Buenos Aires. Fui al Hotel Carsson en la calle Viamonte, donde alguna vez habíamos ido de turistas. Por seguridad, no había querido saber los planes de su salida. Por surte, allí me encontré los viejos.
Como narra Roy Berocay (El País de las Cercanías): Habían salido del aeropuerto El Jagüel en una avioneta. Abordaron la nave en movimiento. Papá cae encima de mamá y le dice “no negarás que no te he dado una vida aburrida.” El lugar es recordado hoy con un monumento.
Había llegado el 2 de julio. El 8 de julio fue a visitarnos Alfredo Arocena. Gran amigo, poco recordado por todo lo que hizo. Había, por ejemplo, sacado al Toba del País. Era gerente de la Naviera Dodero S.A. que administraba el Vapor de la Carrera (en aquella época un modo usual de “cruzar el charco”).
Nos contó que el 9 de julio habría una manifestación contra el Golpe en 18 de julio. Se convocaba boca a boca. Papá, según contaba después, vio en mi mirada, frustración por no estar, ganas de volver… Tomó un bolso y me dijo, “poné tus cosas y andate con Alfredo”.
Así que el primer exilio, no duró ni una semana.
¡Inolvidable! ¡Haber estado aquel día heroico del pueblo uruguayo! La hazaña de Ruben Castillo (otro no, suficientemente recordado). En cada tanda en Radio Sarandí, leía la poesía de Federico García Lorca, cada uno de cuyos versos terminaba “a las cinco en punto de la tarde”.
Una semana después me presenté a concurso en la Corte de Justicia (ya le habían quitado lo de de “Suprema”). Gané e ingresé a trabajar en el Juzgado Penal de Primera Instancia Penal de 1er y 3er turno. (La derecha siempre que me quiere insultar, me dice que nunca trabajé: hasta fui sereno nocturno del BID en Washington).
Los fines de semanas que podía, iba a ver a los viejos. Me detenían en cada regreso. Me llevaban a la Dirección de Inteligencia, me interrogaba el Inspector Castiglioni y me dejaban en libertad. Fuera de horas de trabajo militaba todo el día.
Seregni había ido preso tras la manifestación del 9 de julio. En el breve periodo, desde que lo liberaron hasta que lo llevaron de preso ya por muchos años. En ese período nos veíamos mucho y coordinábamos actividades del FA y el P.Nacional. (Aquel P. Nacional). El mismo las bautizó “Jornadas de Acción Nacional” Las reuniones las coordinábamos el actual politólogo Oscar Botinelli por el FA y yo por el PN.
El 2 de octubre del 74, un grupo de militares demócratas, junto con los Dres. José Claudio Williman y Ricardo Vidal me citan con urgencia. Aseguran tener información fehaciente de que la vida del viejo está en peligro en Buenos Aires. Me instruyen convencerlo de irse de Argentina de inmediato.
No era fácil. El 3 de octubre viajo a Buenos Aires con Juan C. Payssé para verlo. Ese mismo día nace la hija menor de mi hermana. Lo que más extrañaba papá del cercano exilio, era ver crecer sus nietas. Pero nos lanzamos al desafío. Mamá, sentenció: “Voy a conocer a mi nieta, que las valijas estén prontas a mi regreso”.
Mamá volvió, el 4 y preguntó si ya estaban los pasajes. ¿pero a dónde? “A donde salga el primer vuelo”, respondió con cariñosa firmeza. Como siempre. Me mandó a ver a Luisa Ponce, una amiga peruana que tenía una agencia de viaje (Inca Travel, luego instalada en EEUU). Justo, tenía un vuelo esa tarde para Lima.
Cuando creyeron que había pasado el peligro, volvieron a Buenos Aires. ¡Qué ingenuos fuimos todos! Su regreso se hizo público meses después. Ahí Toba, Zelmar y el Viejo planean una ofensiva de la que luego se llamó “diplomacia del Exilio.”
Zelmar había estado en el Tribunal Russell en marzo del 74. Luego le habían cancelado el pasaporte. El Toba iría a Estrasburgo al Parlamento Europeo como Presidente de la Cámara. Wilson haría una gira por Venezuela, México y EEUU, a la que me pidió le acompañe. Plantearía en EEUU con Zelmar, a quien, los americanos podían darle un salvoconducto, para denunciar al régimen ante el Congreso.
El 25 de agosto de 1975, era el sequiscentenario de la “Declaratoria de la Independencia” en Uruguay. Los militares llamaron al 75 el “Año de la Orientalidad”. El 25 fue feriado y el 26 hubo un acto en el trabajo (juzgado). Varios cantamos el himno con énfasis en “¡Tiranos Temblad!”
Regresaba a casa, cuando a menos de una cuadra del Juzgado me llevan preso. Otra vez a “Inteligencia” de la Policía (Castiglioni). Pero fue más tiempo que en las rutinarias detenciones. No 24 o 48 horas. Pasaban días, semanas y meses. El viejo, pendiente de mi libertad, decía que sin mi, no haría el viaje. Me sentía un poco culpable.
Mentiría si dijera que fui sometido a malos tratos. Ni un dedo encima. Eso sí, para ir al baño, debía pasar por la sala de tortura de las mujeres. De noche. tirado en el colchón que me habían echado en una oficina, sentía los gritos de las torturadas. Me notifican de un escrito del Juez Dr. Salvador Chiara, en el que me echa del Poder Judicial. Sin sumario, ni nada. Pa´fuera. Al fin, el 1 de noviembre me sueltan.
Duermo en casa de amigos. Me avisan que en mi departamento de Francisco Vidal había, presencia policial. Me fui a Argentina por Brasil. Justo esa vez, no sospeché, ni se me pasó por la cabeza que, como iba a ser, empezaba mi exilio.
Acompañe a mi padre al viaje que fue muy exitoso. Le hice de secretario, traductor etc. Volvimos con muchos planes. Vivíamos en la Provincia, a unas dos horas de Buenos Aires. Sabía que plantear mi regreso en ese momento era perder antes de empezar. Habría que dejar esperar un tiempito.
Así se fue enero, febrero, marzo, abril y parte de mayo del 76. Hasta que les digo a mi viejos que me vuelvo al Uruguay. Mamá casi se muere. Papá una vez más se hizo el distraído y me dijo que a las 17 había tres para Buenos Aires.
De noche tomé un café con el Toba y otro hasta muy tarde, con Zelmar que vivía frente a un monoambiente que teníamos para cuando alguno se quedaba a dormir en la Capital. Les conté que por la mañana del 18, un amigo, Carlos Arrosa, me iría a buscar para acompañarme en mi regreso a Uruguay. Zelmar me tiró la ilusión abajo y quedamos en hablar al otro día.
Me fui a dormir a las 3:00. A las 6, me despierta el hijo mayor del Toba para decirme que se habían llevado al padre. Cruzamos al Hotel donde se alojaba Zelmar. Se lo habían llevado.
A las pocas horas me embarcaba para Montevideo. En el único momento en que no se me pasaba por la cabeza esa posibilidad, comenzaba mi exilio.