Refleja el estado general del cuerpo, la alimentación, el equilibrio hormonal y hasta el nivel de estrés que atravesamos. Cuidarlo implica mucho más que elegir un buen champú: es comprender cómo funciona su ciclo, qué lo debilita y de qué manera podemos fortalecerlo desde adentro y desde afuera.
Diferencias biológicas que marcan el cabello
Aunque hombres y mujeres compartimos la misma estructura capilar —un tallo compuesto por queratina que emerge del folículo piloso—, las hormonas influyen de forma distinta. En el hombre, la testosterona y su derivado, la dihidrotestosterona (DHT), son los principales responsables de la alopecia androgenética, una condición que provoca el afinamiento progresivo del cabello en la zona frontal y superior del cuero cabelludo. Es un proceso hereditario que puede comenzar desde los 20 años y que, sin tratamiento, avanza con el tiempo.
En la mujer, las hormonas femeninas —estrógenos y progesterona— tienden a proteger los folículos. Por eso, la caída difusa o el debilitamiento capilar suelen aparecer en momentos de cambios hormonales: posparto, menopausia, suspensión de anticonceptivos o patologías tiroideas. En esos casos, el cabello se afina de manera generalizada, perdiendo densidad, brillo y volumen.
El estrés y la alimentación: enemigos silenciosos
El estrés crónico se ha convertido en uno de los factores más frecuentes detrás de la caída del cabello. A través de la liberación de cortisol, el organismo desvía energía de los procesos “no vitales” —como el crecimiento del pelo— hacia funciones de supervivencia. Esto genera una caída masiva conocida como efluvio telógeno, que suele revertirse una vez controlado el estrés, aunque puede tardar meses en normalizarse.
La alimentación también juega un papel clave. El déficit de hierro, zinc, vitamina D o proteínas compromete la producción de queratina, debilitando la fibra capilar. Por eso, una dieta equilibrada rica en frutas, verduras, legumbres, cereales integrales y fuentes de omega 3 no solo mejora la salud general, sino que fortalece el cuero cabelludo.
Cuidados cotidianos que marcan la diferencia
El exceso de calor, los tratamientos químicos agresivos o los peinados que traccionan demasiado el cabello son causas comunes de daño capilar. Usar planchas o secadores a alta temperatura destruye las proteínas de la fibra y reseca el cuero cabelludo. En cambio, mantener una rutina sencilla pero constante —lavar con productos adecuados al tipo de cabello, evitar el agua muy caliente, hidratar con mascarillas y masajear suavemente el cuero cabelludo— puede cambiar completamente su apariencia.
En los hombres, la limpieza regular del cuero cabelludo es esencial para evitar la acumulación de grasa y células muertas, factores que pueden obstruir los folículos. En las mujeres, el cuidado suele centrarse en la hidratación y en la protección de las puntas, aunque ambos géneros deben evitar los productos con sulfatos fuertes o alcoholes secantes.
Avances y tratamientos
La ciencia capilar ha avanzado enormemente. Hoy existen terapias como el minoxidil, los inhibidores de la 5-alfa reductasa, la mesoterapia capilar o el plasma rico en plaquetas, que estimulan el crecimiento del cabello y mejoran su densidad. También ganan terreno los tratamientos naturales con extractos vegetales, aceites esenciales y suplementos de biotina o colágeno, aunque siempre deben ser indicados por un profesional.
En los últimos años, la salud capilar dejó de ser un tema exclusivamente estético para integrarse al bienestar integral. Cada vez más dermatólogos, nutricionistas y endocrinólogos trabajan en conjunto para abordar el problema desde una mirada multidimensional.
Un reflejo de equilibrio interno
En definitiva, el cabello no solo adorna: comunica. Un pelo fuerte, con brillo y vitalidad, es señal de equilibrio interno; uno que se cae, se engrasa o se reseca puede estar advirtiendo sobre desbalances hormonales, estrés o mala alimentación.
Cuidar la salud capilar es, en última instancia, cuidar de uno mismo. No hay fórmulas mágicas, pero sí constancia, buenos hábitos y una mirada integral que entienda que el bienestar —también el del cabello— empieza por dentro.

