La radio ha cambiado nuestra perspectiva de los otros. Es nuestra oreja real que llena los tímpanos, nos nutre la mente de sentidos y nos muestra la diversidad del mundo y que vivimos en sociedad. Nacida hace más de un siglo, nos ha permitido estar y saber del mundo en todo momento. De la verdad de los hechos, o de las interpretaciones de otros, así como de los chismes y mentiras, o intrascendencias que igual nos tienen atentos. Era la red que nos repetía que no estamos solos en este mundo diverso y nos ponía a imaginar y maquinar en la mente nuevas ideas y problemas, pero que nos han iluminado del mundo externo.
Es el instrumento por el cual el éter nos habla mientras recorremos su dial entre números y letras encontrando personas, circunstancias e historias tanto lejanas como casi íntimas. Nos alimenta imágenes en las palabras de las transmisiones de deportes, en los partes e historias policiales, en las infinitas guerras, en cosas raras o en los hechos de la vida cotidiana o las desgracias que morbosamente incluso nos atraen. Incluso nos lee cuentos y narraciones en el radio teatro que logran meternos dentro de esas historias. Los titulares o las entrevistas nos alimentan la imaginación y nos avisan los hechos y también las miles de opiniones que nos van llenando y casi siempre cambiando o incluso deformando nuestras cabezas encerradas en cuatros paredes.
AM o FM, onda corta u onda larga, eléctrica o a pilas, y ahora digital por internet, es el mensaje y el masaje mientras nuestra vida queda enredada dentro de esos mecanismos de transmisión. Ellas nos calman o nos irritan, nos informan o entretienen, nos despiertan y obnubilan, pero siempre nos acompañan en la soledad. Ella está allí alimentando nuestra imaginación, mostrándonos que no estamos solos y que hay un mundo ajeno en movimiento perpetuo con el cual cerca o lejos convivimos, sufrimos y gozamos por sus mensajes que han hecho que parte de nuestra historia sean “días de radio” como lo homenajeó Woody Allen. (R42)