Hace 50 años se inauguraba la Cárcel de Punta de Rieles: un campo de concentración para presas políticas

Se recordó el hecho con la presencia de algunas de las mujeres que estuvieron detenidas en el lugar.

Foto: Agustín Fernández / IM

El 16 de enero de 1973 era trasladado al Penal de Punta de Rieles un primer grupo de presas políticas que las Fuerzas Armadas tenían detenidas en dos cuarteles de Montevideo. El Regimiento n° 9 de Caballería en José Belloni y Aparicio Saravia y la Brigada de Infantería n° 1, en el km 14 de Camino Maldonado.

La idea era crear un verdadero campo de concentración femenino con mujeres provenientes de reparticiones militares de todo el país. “Recordar hoy los 50 años de la apertura del Penal, es pensar en la historia de nosotras mismas, revivir ese día como el inicio de una etapa de encierro que no solo preveíamos prolongada, sino también desconocida e incierta” leyó Cristina, expresa de Punta de Rieles en la ceremonia recordatoria realizada en la plaza Museo Memoria a pocas cuadras del penal.

El evento, organizado por Crysol tuvo como principal cometido el de homenajear a las más de 700 mujeres que pasaron por esta cárcel durante los tiempos del terrorismo de Estado bajo la consigna “Nunca más terrorismo de Estado!”.

En el acto que contó con una convocatoria numerosa, un grupo de expresas leyeron un texto colectivo en donde dieron cuenta del proceso que se vivió en Punta de Rieles desde enero de 1973 hasta 12 años después cuando en 1985 fue liberada la última presa política con la conquista de la democracia. Juntas repasaron los relatos del horror de las torturas físicas y psicológicas pero también de las memorias de la resistencia que, a pesar del férreo sistema opresor, llegaron a vivirse en esos años en Punta de Rieles.

La llegada

En esa fecha de 1973, meses antes del golpe militar del 27 de junio, las presas políticas llegaron trasladadas desde reparticiones militares de todo el país en herméticos camiones y carromatos militares hacia Punta de Rieles. “No se veía nada para afuera, así que no sabíamos qué camino recorríamos. Íbamos en silencio, pensando cada una en qué iría a pasar, adónde nos llevarían” leyó la expresa política apodada Cacle quien agregó que “sólo se oía el ruido de los helicópteros alrededor”, se trató del procedimiento que los represores denominaron Operación Charrúa consistente en el traslado masivo de prisioneras a la cárcel de Punta de Rieles desde distintos puntos del país. La mayoría de ellas muy jóvenes, de 18 a 25 años.

Esta operación fue realizada en el marco del “Estado de guerra interno” declarado por la Asamblea General el 15 de abril del año anterior luego de años de “medidas prontas de seguridad”. Medidas decretadas por el presidente Pacheco Areco levantadas por el parlamento y luego vueltas a implantar en varias ocasiones. Las prisioneras políticas continuaron llegando desde distintos puntos del país en vehículos militares “bultos y personas se iban acumulando en racimos, bajo el calor del sol sin sombras del descampado al pie del edificio, a la espera” leyó Lucía en la presentación colectiva. 

La espera se prolongó frente al edificio que según recordaban las prisioneras, había sido también el presidio de sus compañeros detenidos durante 1972 y antes de eso había albergado a los sindicalistas de la huelga bancaria de 1969. Luego llegó el momento de entrar a las celdas que a las presas políticas no les parecieron tan malas por contar con ventanas: “al principio nos permitían abrirlas un rato por día. No duró mucho. Después, durante años, para vichar para afuera, hacíamos agujeritos en la pintura hasta que en el 80 las tapiaron por completo” leyó Taby.

Después de eso se retiraron los camiones y las mujeres se llenaron aún más de incertidumbre al ver las torres con las ametralladoras apuntando hacia ellas: “Estábamos en un campo de concentración pero estábamos juntas. Si el penal iba a ser nuestro lugar de encierro, entonces iba a ser también, para nosotras un lugar de lucha” sentenció Nibia ante una platea en completo silencio.

Foto: Agustín Fernández / IM

Tormento y resistencia

La expresas de la cárcel de Punta de Rieles cuentan que allí se vivía una vida muy lejos de ser monótona y silenciosa ya que se trataba de una cárcel militar en donde vivían hacinadas en celdas de hasta 24 presas.

Además es sus mentes y en sus cuerpos se repetían las experiencias traumáticas de la tortura y los interrogatorios. Las presas de Punta de Rieles además, no eran informadas sobre su situación judicial acerca de la cual ignoraban prácticamente todo. A su vez las presas entre los años 1975 y 1979 fueron obligadas a realizar trabajos forzados como aplanamiento de tierras, arados y carga de pedregullos: “nos sacaban a recorrer el campo escoltadas por soldados armados y perros a juntar en una bolsa de arpillera las colillas que dejaban tiradas los oficiales en sus paseos a caballo. Nos mandaban cargar y desparramar carretillas de pedregullo en las que siempre había que agregar una palada más” contó Adriana en la ceremonia de homenaje sobre estas jornadas de trabajo que llegaron a extenderse hasta las 12 horas diarias.

A todo esto se sumaba “las sacadas” que eran procedimientos en los cuales se llevaba una o más presas de nuevo hacia los cuarteles para ser torturadas e interrogadas. A menudo según denuncian, sin otro fin que atormentarlas. Esta práctica se extendió hasta poco tiempo antes de la apertura democrática. Fue precisamente el hacinamiento que las “obligaba a compartir el espacio y que robaba toda intimidad” como contó Irma en el homenaje, lo que las llevó a compartir también alimentos, juegos y como enfatizó la propia Irma: “discusión política”.

Sobre este aspecto Chela Fontora quien estuvo en Punta de Rieles 7 de los 14 años en que fue prisionera política relató a Diario La R: “Resistimos porque nos unimos más allá de pertenecer a grupos políticos diferentes, hicimos una cadena que no pudieron romper” explicó.

Chela nos comentó que una de las cosas fundamentales fue que los militares, hombres y mujeres guardiacárceles buscaron transformarlas en meros números y no permitían que se refirieran entre ellas mismas por sus nombres. “Yo era 499 y las compañeras no podían llamarme Chela o Fontora pero eso nosotras lo rompimos a pesar de que nos ponían sanciones nosotras nos llamábamos siempre por nuestros nombres y eso fue fundamental porque no fuimos números para nosotras aunque para ellos sí”. Fontora nos cuenta que la resistencia dentro de la cárcel a veces se materializó en las negativas a salir a realizar trabajo forzado o a cocinar para la oficialidad “nosotras nos juntábamos a escondidas y tratábamos de aplicar nuestras políticas” luego de esto sobrevenían las sanciones más arbitrarias pero en muchas ocasiones las presas lograron su cometidos actuando unidas.

Chela contó que el compartir lo que se tuviera también formó parte de la resistencia: “nosotros nos organizábamos de tal manera que todo lo que llegaba era compartido, así fuera un paquete de galletitas que te dejaban entrar o un kilo de azúcar”. 

En el caso de Chela su única visita era su hija adolescente ya que su compañero también había formado parte de la lucha de los cañeros de Bella Unión y se encontraba preso en otro establecimiento. Por esto mismo muchas veces a Sonia, hija de Chela le resultaba imposible costear un viaje para realizar la visita. “Nosotras hacíamos muchas manualidades para que gente como la mía pudiera vender para tener un peso para ir a verme y eso lo hacíamos entre las compañeras” relató Chela.

Según cuentan las expresas la música y las canciones también se constituyeron en herramientas de resistencia dentro de la cárcel, muy difíciles de controlar por parte de los represores: “Una vez hicimos una murga para despedir la visita de nuestros familiares a fin de año” nos cuenta Chela y agrega que luego de eso quedaron de plantón. Práctica muy frecuente según la cual los militares obligaban a los presos a permanecer largas horas de pie con castigos de choques eléctricos y palizas para quienes se dejaran vencer por el cansancio.

Foto: Agustín Fernández / IM

La salida

El 14 de marzo de 1985, ya en democracia, fueron liberados los últimos presos y presas políticas de la dictadura. Una dictadura cívico-militar que utilizó el encarcelamiento prolongado como su mayor herramienta represiva. Pasaron por la justicia militar más de 6 mil personas y se sabe que otras 4 mil más sufrieron prisión política pero no figuran al no haber sido procesados militarmente.

La salida largamente anhelada por las presas de Punta de Rieles no fue fácil ni igual para todas. Chela tras 14 años de prisión, sin oficio ni contactos de ningún tipo nos cuenta que su sentimiento ante la inminente libertad era el miedo: “mucho miedo porque no tenía nada, y no conocía nada afuera, tenía a mi hija que ya me había perdido toda su adolescencia y a mi compañero hacía 13 años que no lo veía” nos cuenta. Sin embargo lo que encontró Chela al salir de la cárcel por ley de amnistía el 10 de marzo de 1985, fue el apoyo de gran parte de la sociedad, “me encontré con mucha solidaridad” nos dice y nos cuenta una anécdota como tantas se dieron en esos tiempos: “En una actividad en Plaza Libertad vino un joven y me dijo Chela, yo soy fulano de tal, vivo acá en Montevideo. Yo quiero ofrecerte mi apartamento con mi compañera para que vengan a vivir con nosotros cuando ustedes quieran” relató Chela a Diario La R.

Las dificultades para Chela Fontora no fueron pocas pero el trabajo en colectivo logró que recién en el año 2007, durante el primer gobierno del Frente Amplio, se aprobara una ley de reparación a las víctimas del terrorimos de Estado que incluyó una Pensión Especial Reparatoria. Se trata de una prestación económica indemnizatoria que otorga el BPS a expresos políticos que fueron procesados por la justicia civil y/o militar y que por lo mismo estuvieron privados de su libertad a partir del 9 de febrero de 1973 o a aquellas personas que sufrieron al menos un año de privación de libertad sin ser procesadas o que estuvieron en centros clandestinos de detención fuera del país en operativos en que participaron fuerzas represivas uruguayas.

El grupo de expresas presentes en el recordatorio de los 50 años de la cárcel de Punta de Rieles finalizó el acto recordando que no todas las presas políticas salieron aquel marzo de 1985: “no todas las compañeras que llegaron al Penal recobraron la libertad” advirtieron y señalaron en su alocución colectiva que Anita González, Clarisa Bonilla, Gladys Yáñez, Raquel Cunev y Norma Cedrés murieron en el presidio. “No las olvidamos” dijeron. A su vez también dedicaron unas palabras a “las compañeras que, habiendo salido de la cárcel, murieron poco después” a consecuencia de los apremios sufridos.

“A pesar de todo lo sórdido que vivimos juntas y también porque lo fuimos atravesando juntas es que se fue construyendo esa enorme solidaridad entre nosotras que hoy nos hace sentirnos hermanadas” concluyeron.

Historias dolorosas

Como parte de los apremios a los que se sometía a las presas políticas de la cárcel de Punta de Rieles figuraban los maltratos a las visitas. Estos maltratos llegaron a incluir abusos de todo tipo a niños y niñas que visitaban a sus madres. Francesca Cassariego en las décadas del 70 y 80 era una niña que visitaba en el presidio a su madre Lilián Celiberti.

Consultada sobre esos días por Diario La R, Francesca nos compartió a modo ilustrativo el siguiente relato conmovedor: «La vida transcurría en la rutina de la infancia, con algunas particularidades, claro está. Los domingos hacíamos un largo y tan ansiado viaje para poder estar unos minutos con nuestras madres. Los días de lluvia eran terribles porque el camino se inundaba, pero poco importaba mojarse los pies, viajar una hora en bus, o pasar horas en la sala de espera, porque el placer superaba los obstáculos, estar ahí, con mamá, durante algunos minutos, lo era todo. Había domingos no tan felices, porque después de todo eso llegaba la hora de la visita y te decían que no, que estaba suspendida, o que se yo… y solo quedaba regresar por el camino y esperar hasta el siguiente domingo para volver a caminar con la esperanza de unos fragmentos de mamá.

Mis recuerdos son pocos, porque mi mente me cuidó siempre, y he olvidado casi todos los malos recuerdos, por eso era una niña feliz, por eso siempre mantuve mi cara de cachetes colorados y una sonrisa de dientes picados, y claro, mamá no estuvo para mandarme a lavar los dientes cada noche, o decirme que no coma tantos caramelos. 

Recuerdo sin embargo un día, tendría unos 5 o 6 años, estaba feliz porque me habían regalado de cumpleaños mi primer reloj, y había esperado toda la semana que llegara el domingo para mostrárselo a mamá. Antes de entrar a la visita, nos revisaban todas, pero todas, hasta la bombacha, porque vaya a saber la cantidad de cosas que una niña puede llevar entre sus bragas… 

Ese día en la revisión me sacaron el reloj, claro! sacaban todo, pero yo creí que se lo iba a poder mostrar. Pero me lo quitaron, y ya nada tenía el mismo sentido, pero había que disfrutar esos fragmentos con mamá que luego una repetía durante toda la semana, para tenerla un poquito más cerca, más presente. De la visita de ese día no recuerdo nada en particular, le conté a mamá del reloj, y charlamos y jugamos como siempre. Al volver, y pasar nuevamente por el cuartito de revisión me devolvieron el reloj, roto. ¡Me lo habían roto!».

Francesca contó a la R que luego del episodio escribió una carta a la mujer policía que le había quitado y roto el reloj. El texto, que era titulado “Acordate” le decía a la mujer policía entre otras cosas: “Era nuevo ¿sabías?”.

3 Comentarios

  1. Fuimos muy ingenuos pues nunca incluido yo , pensamos que esa dictadura fuera ser tan cruel y despiadada con sus propios hermanos, Con ese ejemplo aprendi que a las dictaduras el pueblo las tiene que enfrentar en las calles a morir peleando por la Libertad, de lo contrario , te Matan ellos en la Tortura , !!JAMAS DICTADURAS EN URUGUAY!!!

  2. Me averguenzo, en condicion de hombre, que haya habido seres humanos, si asi se les puede llamar, a quienes comentieron tales actos de vileza. Los milicos de aquella epoca (?) mostraron su peor faceta, frente a mujeres orientales de las cuales siempre, siempre, trendremos el orgullo de que tengan esa nacionalidad. Los cobardes y las ccobardes asesinos, torturadores, violadores, ladrones, siguen disfrutanddo la vida como si nada hubieran hecho. Pero no nos olvidamos. Estas heroinas nos estan marcando el camino. Todo mi respeto por ellas. Lamentablemente, por mi edad, ya no puedo acompañarlas fisicamente. Pero estan todas y cada una en mi corazon. Segira,emte la histor
    ia las recordara.
    ESTO ACABO DE ESCRIBIRLO. NO ES UNA REPETICION

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