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La Izquierda y el Progresismo.

Estaríamos, posiblemente, frente a una “gran” divergencia entre izquierda y progresismo.

Estaríamos, posiblemente, frente a una gran divergencia entre izquierda y
progresismo.

Todos sabemos que los gobiernos de la nueva izquierda han dominado y dominan
el escenario político latinoamericano en los últimos años.
Suplantan a presidentes conservadores y neoliberales, y actualmente están
presentes en varios países latinoamericanos.
Sabemos también que este es un conjunto variado de gobiernos en países, con
diferencias notables.


A pesar de esas diferencias, tienen muchos elementos compartidos que permiten
reconocerlos como parte de un mismo conjunto, y distintos a las administraciones
conservadoras o neoliberales.
A mi modo de ver esto se debe a que estos gobiernos, y sus bases de apoyo, están
convergiendo bajo una identidad política específica: el “progresismo”.
Esta es una denominación adecuada, usada en varios países, y que deja muy en
claro que, más allá de sus diferencias, comparten la fe en el progreso. Se siguen las
ideas contemporáneas del desarrollo, y por ello se implantan modos específicos en
organizar la economía, las relaciones sociales y la apropiación de los recursos
naturales.
Hay un creciente debate sobre estos gobiernos. No me refiero a las clásicas críticas
de la derecha, como acusarlos de antidemocráticos, ni a las de una izquierda muy
dogmática que los denuncia como conservadores radicales. Esos son
cuestionamientos poco rigurosos.
En cambio, no se puede ignorar los señalamientos de un número importante de
simpatizantes, militantes e incluso conocidos líderes de izquierda, que están lejos de
ser dogmáticos, pero que de todos modos se sienten desilusionados, alejados o
incluso enfrentados con este progresismo. Sus posturas tienen una enorme
importancia y deben ser escuchadas.

Nos queda señalar que estamos en una situación donde el progresismo actual
comienza a apuntar en sentidos que son significativamente distintos a los trazados
por la izquierda que le dio origen.
Como “izquierda” es también una categoría plural, estas comparaciones deben
hacerse con precaución. La izquierda que lanzó al progresismo se nutrió de muy
variadas tendencias, de aprender de sus errores y saber renovarse. Muchos de sus
avances, al menos desde la década de 1990, en buena medida fueron posibles
porque se converge hacia lo que podría llamarse una “izquierda abierta”, que
intentaba no ser dogmática, era tolerante y aceptaba aportes diversos.
Esto le permitió destronar al neoliberalismo, establecer relaciones estrechas y
mutuas con movimientos y organizaciones populares , retomar roles protagónicos
para el Estado, y atacar la pobreza con energía. Fue una sinergia exitosa que
fructificó en conquistar gobiernos, lanzar procesos de cambio, y superar durísimas
oposiciones internas (como en Argentina, Bolivia o Venezuela).
Con el paso del tiempo, ese progresismo emergió no sólo como una identidad
política propia, sino que está apuntando en una dirección distinta. Estaríamos,
posiblemente, frente a una “gran” divergencia entre izquierda y progresismo.

¿Cuáles son los temas en los cuales izquierda y progresismo están difiriendo?
¿Dónde ubicar esta divergencia?
A mi modo de ver esto tienen que ver con varios factores, y entre ellos deseo
señalar al menos cuatro.
Uno. La necesidad de asegurar la marcha del Estado y la estabilidad económica,
obligó a que el progresismo gobernante se adaptara al capitalismo y la
globalización, y ello le significó quedar atrapado dentro del desarrollo convencional.
Dos. En la gestión cotidiana no logró diseñar un número suficiente de instrumentos
de política pública alternativos, por lo que debió seguir usando muchas de las
herramientas convencionales. Ese uso no es neutro, y por esa vía se implantaron
políticas públicas que también son convencionales.
Tres. Ante las elecciones, muchos progresistas se obsesionan con ganarlas a toda
costa, y eso los lleva a hacer y decir cosas extremas, aceptar alianzas con grupos
conservadores y hostigar a toda voz crítica.
Cuatro. Las épocas neoliberales dejaron de todos modos una impronta en la
sociedad, donde hay sectores importantes que apoyan al progresismo en tanto les
asegure la continuidad del desarrollo clásico.

Finalmente, en un plano que podríamos calificar como cultural, el progresismo
elabora diferentes discursos de justificación política, a veces con una retórica de
ruptura radical que resulta atractiva, pero sus prácticas son bastante tradicionales
en muchos aspectos.
Al progresismo se le hace cada vez más difícil responder a las contradicciones entre
el discurso y las prácticas. Sus estrategias ejemplifican este problema, ya que están
repletas de impactos sociales o ambientales, o de violaciones a los derechos
humanos.
Como es muy difícil defender esas medidas con argumentos serios, hay algunos
que caen en respuestas simplistas, muchos slogans, o incluso en burlas o
desprecios.
Prevalece, entonces, un discurso, donde hay unos cuantos muy entretenidos en
demostrar quién es más “revolucionario”, pero tienen enormes limitaciones para
analizar las propias prácticas.

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