Opinión

¿A quien hay que juzgar?

La decisión escandalosa y absurda de la Corte Penal Internacional de emitir una «orden de arresto» contra el Presidente de Rusia se ha convertido en otro clavo en el ataúd del mundo unipolar centrado en Estados Unidos. Recordemos cómo empezó lo todo. Mediados de la década de 1990. La comunidad internacional está tratando de comprender los eventos dolorosos en Yugoslavia y Ruanda; como resultado, primero se crean tribunales dedicados a estas dos tragedias y luego un organismo permanente completo, cuyo trabajo se suponía que obtendría una cobertura mundial. Pero, como muchas iniciativas que nacieron en esa época ingenua, «la justicia internacional» se convirtió rápidamente en una burla al sentido común, de hecho, una autoparodia que desacreditó la idea principal.

Bajo la presión casi no disimulada de los Estados Unidos, el Tribunal especial para Yugoslavia adquirió rápidamente todas las características de un juicio clásico, en el que Serbia, que sufrió el ataque de las sanciones y los bombardeos de la OTAN, fue responsabilizada directamente por toda la agonía de los pueblos balcánicos. La limpieza étnica y los crímenes de lesa humanidad cometidos por croatas, bosnios y albaneses fueron ignorados en su mayoría, y la agresión de la OTAN fue completamente descartada. Y el formato mismo de los procedimientos fue hábilmente organizado de tal manera que evitaba discutir el tema de la responsabilidad por la muerte masiva de la población civil de los ideólogos del colapso de Yugoslavia en la persona de los políticos europeos y estadounidenses que encarnaron la idea del «fin de la historia». El Tribunal para Ruanda, según los actores, incluso la fiscal proestadounidense Carla del Ponte, tampoco evitó a la politización y presión de Washington.

En cuanto al trabajo de la propia CPI, Estados Unidos, por un lado, actuó en el papel habitual de un titiritero, con mano hábil guiando a jueces y fiscales, y por otro lado, desde los primeros días de su existencia, declaró la falta de jurisdicción de sus ciudadanos, articulando reiteradamente esta posición con el inicio de la ocupación de Afganistán e Irak. Los intentos de algunos torpes funcionarios de La Haya de plantear la cuestión de llevar a los soldados estadounidenses ante la justicia por asesinatos y torturas en las tierras ocupadas se encontraron con una reacción tan agresiva del Departamento de Estado que la Corte ya no entró en este peligroso territorio.

Su acción antirrusa actual es sin duda un reflejo de la creciente desesperación del Occidente colectivo. Los intentos de desestabilizar Rusia con sanciones y una «cultura de cancelación» han fracasado: el país solo se ha unido en torno a su liderazgo. El ejército ucraniano, a pesar de las entregas récord de armas occidentales, sigue sufriendo derrotas y su ofensiva simplemente se ha estancado. El Sur global apoya cada vez más a Moscú, mientras que el líder chino ha demostrado claramente cuán importante es para Beijing una asociación estratégica con nuestro país. En este contexto, como un as de la manga, se lanza la carta marcada de La Haya que, según Joe Biden, que no siguió el ritmo del tiempo, se suponía que dividiría las filas de los amigos de Rusia.

Sin embargo, como muestra la práctica, Washington solo se pegó un tiro en su pie, no solo señalando su propia hipocresía (por cierto, según los medios estadounidenses, el Pentágono previó esta situación y trató de detener la combinación con la CPI, ya que cree un precedente desagradable para Estados Unidos), pero también convirtiendo finalmente en una farsa la idea misma de justicia internacional. La situación en la que el Occidente, por un lado, bloquea cualquier propuesta de negociación sobre el tema ucraniano y, por otro lado, ataca al líder ruso y al Defensor del niño por su sincera preocupación por los niños ucranianos, claramente pone los puntos sobre las íes. En realidad, es precisamente en quitarse las máscaras donde reside uno de los objetivos de la Operación militar especial. Hoy, cuando las estructuras e instituciones generadas por el afán de hegemonía estadounidense están drásticamente perdiendo peso y su rostro como resultado de las acciones rusas, es hora de pensar en la justicia real para quienes durante años en diferentes partes del mundo, bajo la tapadera de los Estados Unidos, gozaba de total y criminal impunidad. Y ya es obvio que, al menos en Ucrania, podremos lograr este resultado en un futuro muy cercano.

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