Reconocido como uno de los actores más importantes de su generación, Grandinetti dejó huella con el paciente de Darse cuenta, de Alejandro Doria; con el poeta errante de El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela; con su explosivo personaje en Relatos salvajes y con el inquietante médico de Rojo, filme con el que ganó el premio al mejor actor en San Sebastián en 2018. Conversar con él es recorrer un itinerario que va desde el teatro independiente rosarino hasta filmar con Pedro Almodóvar; desde la certeza de que no abundan los buenos guiones hasta la convicción de que el arte es un espacio inevitable de resistencia.
Vive en Rosario, no en Buenos Aires. “Es mi ciudad —dice—; voto acá, camino sus calles, voy al teatro, me cruzo con amigos”. Su familia está repartida entre Rosario, Buenos Aires y Madrid, pero su anclaje afectivo sigue siendo la ciudad donde comenzó a actuar en 1976, un momento en el que ya existía una efervescencia cultural notable. Rememora salas, directores y maestros: Arteón, Lenski, Buchín, Lauro Campos, Serrano, Barreiros. “Siempre hubo una actividad teatral fuerte”, afirma.
Tampoco le sorprende que de esa escena hayan surgido nombres como Machín, Nemirovsky, Zapata o Postiglione. “No es casualidad —explica—. Uno está en el oficio porque lo necesita”. Actuar es, para él, un salto al vacío: si no hay buen guión, no hay milagro posible. Y aunque a veces mira algún film y piensa que hubiese preferido otra toma —“casi siempre eligen la que no era mi favorita”— nunca se deja dominar por la presión del juicio ajeno. “Trabajo para mí. Para quedar conforme yo. Y pocas veces lo logro”.
La obra que marcó un antes y un después fue Hijos del silencio (1982), dirigida por Sergio Renán. A partir de ese espectáculo llamó la atención de David Stivel y Alejandro Doria, lo que transformó definitivamente su carrera. Y claro, después llegó Almodóvar. Hablé con ella primero; Julieta años más tarde. Filmar con el director manchego fue ingresar en otra dimensión profesional: guiones sólidos, producciones cuidadas y un trato al actor que él describe como “amoroso y respetuoso”.
Pero la conversación inevitablemente se mueve hacia el presente argentino. Grandinetti no oculta su preocupación. Percibe un deterioro profundo en la cultura, en los apoyos públicos y en la valoración social del arte. También observa con inquietud un clima político marcado por descalificaciones desde las altas esferas del poder, expresiones que —según cree— fomentan la hostilidad social. “Lo alarmante —afirma— no es solo el discurso, sino el modelo económico que se impulsa y quienes lo sostienen desde atrás”.
No lo inquieta el costo profesional de decir lo que piensa, aunque reconoce que en este contexto alzar la voz puede cerrar puertas. Lo desconciertan más las figuras públicas que alguna vez se vincularon con el arte y hoy impulsan medidas que afectan directamente a artistas e intérpretes. “Hay decisiones que duelen porque vienen de quienes se suponía que defendían lo que hacíamos”, reflexiona.
Aun así, ve una vitalidad inesperada en el movimiento cultural. Las salas independientes de Buenos Aires y Rosario se llenan incluso de lunes a lunes. Para él, eso es resistencia: la del artista que crea y la del espectador que acompaña. “La gente busca belleza, poesía, ruptura”, dice. “Busca un respiro frente a tanta mediocridad y tanto menosprecio por la cultura”.
Afirma que siempre se sintió kirchnerista y reivindica la figura de Néstor y Cristina Kirchner, aunque reconoce el desencanto que muchos vivieron durante la presidencia de Alberto Fernández. “En el peronismo conviven trayectorias muy diversas —admite—; pero mi identidad política está clara”.
El avance global de las derechas, los discursos extremos, la hostilidad en redes y el empobrecimiento del debate público también lo preocupan. Cree que estos fenómenos no son nuevos, pero que hoy encuentran legitimación en sectores de gran visibilidad. Y aunque muchos añoran un movimiento cultural articulado como lo fue Teatro Abierto, él sostiene que algo similar ya ocurre de manera espontánea: obras, espacios pequeños, colectivos independientes que se multiplican con convicción.

Grandinetti profundiza
La crisis cultural que atraviesa hoy la Argentina se suma a un deterioro generalizado. Frente al recorte del financiamiento estatal al cine, al teatro y a la actividad cultural, la única respuesta posible es resistir. El teatro, recuerda el entrevistado, siempre sobrevivió por su propia fuerza: incluso en los momentos más duros, los escenarios –desde la calle Corrientes hasta los espacios independientes– se mantuvieron vivos gracias al público. Y hoy, en medio de un clima social adverso, la gente sigue llenando salas pequeñas como un acto de resistencia estética, buscando belleza, poesía, humor y rupturas frente a tanta mediocridad.
Mientras tanto, el Presidente habla de “zurdos de mierda” y funcionarios como Francos califican a las universidades de “nidos de subversivos”. Pero lo que realmente preocupa, dice, no son esas declaraciones delirantes, sino la impunidad de quienes se enriquecen sin trayectoria ni mérito, amparados por el poder económico que verdaderamente gobierna: el círculo rojo a través de Sturzenegger, Caputo y Bullrich. Lo inquietante es que aún haya quienes creen en ese proyecto y que, paradójicamente, depositan en el peronismo la defensa de sus propios intereses, a pesar del odio visceral hacia ese mismo movimiento.
Ese “pobre desgraciado que preside”, afirma, es apenas un instrumento de otros poderes. El contenido profundo del modelo está dictado por energéticas, prepagas y corporaciones que se benefician directamente.
En este contexto mundial de avance de las derechas, resistir implica riesgos laborales y políticos. Y duele ver a figuras que alguna vez fueron aliadas, como Scioli, acompañar medidas que perjudican a los artistas. Ante ese desencanto, reafirma su identidad: no se siente peronista en abstracto, sino kirchnerista, porque ese proyecto –de Néstor y de Cristina– representó una época de ampliación de derechos y protagonismo cultural.
La polarización, dice, no es nueva, pero hoy se expresa con una crudeza alentada desde arriba. Sin necesidad de repetir experiencias como Teatro Abierto, observa una nueva forma de resistencia cultural: salas independientes llenas todos los días, artistas creando pese a la adversidad y un público que acompaña como gesto político y vital.
Lo que queda claro, al final de la charla, es que Grandinetti resiste desde donde sabe: desde el arte, desde la palabra, desde el escenario y desde esa ciudad que lo abriga. Y que, para él, la cultura sigue siendo un acto de dignidad en tiempos difíciles.

