Decrece número de productores familiares agrícolas en Uruguay

La Oficina de Programación y Políticas Agropecuarias del MGAP, documentó que entre los años 2006 y 2023, la cantidad de estos productores disminuyó en un 47,5%. Este dato confirma una tendencia de largo plazo que indica una crisis estructural para este segmento productivo, el cual mantiene una participación relevante en varios rubros a pesar de las condiciones adversas que, según el reporte, «amenazan su sostenibilidad y su reproducción intergeneracional».

El análisis de los datos reveló dinámicas específicas dentro de este declive general. La reducción fue más acentuada entre los productores familiares que contrataban asalariados. En el sector agrícola, este grupo se redujo en un 43,5%, mientras que en el ganadero la caída fue del 63,3%. Esta tendencia sugiere que el modelo de explotación familiar de mayor escala, con capacidad para generar empleo formal en su entorno local, es el más afectado. La contracción no se limita a unidades de subsistencia mínima, sino a establecimientos con potencial de inversión y generación de mano de obra.

Este fenómeno se correlaciona con una disminución documentada en la contratación de trabajadores agrícolas y ganaderos por parte de las familias productoras, lo que señala una reducción en la escala operativa. Paralelamente, el informe identifica «una clara tendencia a la disminución del trabajo no remunerado vinculado a la producción familiar». Esto refleja cambios en la estructura del hogar productivo, con una menor disponibilidad de mano de obra familiar no remunerada.

El documento señala que «en ambas poblaciones se aprecia un proceso de envejecimiento», refiriéndose a los productores y a los integrantes de los hogares dedicados a la tarea. Este envejecimiento, sumado a la referencia a ingresos estancados o en retroceso, configura un círculo vicioso: los bajos ingresos limitan la inversión y la innovación, lo que dificulta la rentabilidad y la atracción de sucesores, profundizando la crisis de sostenibilidad.

Ante esta realidad, es necesario evaluar la función que cumple la agricultura familiar más allá de su contribución a los volúmenes de producción de bienes básicos. En un análisis sobre el desarrollo rural sostenible, se define como «la piedra fundacional del desarrollo humano». En un contexto global dominado por un modelo agroindustrial intensivo en capital y escala, la agricultura familiar representa un sistema alternativo con lógicas económicas y sociales distintas.

A diferencia de la agricultura industrial, altamente dependiente de insumos externos y mercados globales volátiles, la producción familiar se caracteriza típicamente por una mayor diversificación productiva. Esta diversificación constituye una estrategia de gestión de riesgos, busca garantizar el autoconsumo y genera diferentes flujos de renta a lo largo del año. Su estructura, donde la gestión y el trabajo están fuertemente integrados en la unidad familiar, promueve un vínculo directo con los recursos naturales y una adaptación específica al territorio.

El agricultor familiar es simultáneamente emprendedor y trabajador, situando al ser humano como fin del proceso productivo y no como un medio intercambiable. Este capital social facilita redes de cooperación, la transmisión intergeneracional de conocimiento práctico y adaptado al entorno, y contribuye al arraigo cultural y poblacional en el medio rural. Su erosión implica la pérdida de estos activos intangibles, difíciles de reconstruir.

La desaparición de estas unidades productivas tiene implicaciones multidimensionales. Afecta la soberanía alimentaria a escala local y nacional, reduce la diversidad genética en cultivos y razas animales, acelera el vaciamiento demográfico de amplias zonas rurales y concentra la estructura de tenencia de la tierra. Un territorio sin población estable y diversificada se vuelve más vulnerable desde el punto de vista social, económico y ambiental.