Defender la vida (I)

La propuesta civilizatoria en la que vivimos está claramente marcada por un límite que, si bien es reconocido por todos, pocos se animan a actuar en consecuencia.

El límite del que hablamos no es más ni menos que el de la propia vida en nuestro planeta. Conocido es que lo propio que precisa el capitalismo para vivir es lo que empuja a nuestra especie y al resto de la vida en el planeta a la destrucción. Queremos ir escribiendo sobre esto en las futuras columnas. Para dar inicio compartimos un artículo que, con algunas actualizaciones sigue tan vigente como cuando lo escribimos hace un lustro.
Mientras exista una sola persona con sus derechos fundamentales vulnerados no hay sociedad digna. Esto es, con cada persona que consigue una vivienda adecuada, con cada persona que logra salir de la pobreza, con cada hijo/a de trabajador que llega a la Universidad quien se hace un poco más digna es la sociedad. Básicamente porque la dignidad no puede ser factor individual ni tampoco corresponde a las cosas, sino a los seres vivos.  Cuando hablamos de una casa digna por ejemplo, estamos asumiendo determinados estándares, donde se privilegia el binomio tener/no tener por sobre el preciso/no preciso. Esto tiene que ver con los imperativos de éxito que tienen nuestras sociedades basadas en el consumo suntuario como motor de convertirse en ser.  La dignidad le corresponde a los seres vivos y las distintas asociaciones de esos seres vivos, pues la vida misma es una trama compleja.
 Antes que nada, la defensa de la vida es la principal puntería que debe contener cualquier acción política que pretenda la transformación de la sociedad, aun cuando puedan existir quienes vean en esto una forma de rebajar plataformas de lucha.
 El milagro que implica la vida debería ser el único merecedor de reverencias. Y si bien, lo opuesto a la vida, podría ser la muerte, en estas sociedades hay formas de morir, de ir muriendo sin estar muerto, aunque esto parezca un sinsentido, es bueno aclarar que la propia propuesta que mueve a esta civilización es un sinsentido.
 Vamos muriendo cuando hay excluidos, marginados, vamos muriendo cuando nuestros niño/as caminan descalzos, pasan fríos y no los convoca el futuro con esperanza. Vamos muriendo cuando no reconocemos al otro, cuando cerramos los ojos ante los problemas del prójimo, vamos muriendo cuando preferimos el camino rápido de avanzar pisando la cabeza del que tenemos al lado, vamos muriendo cuando preferimos llegar primeros y solos en vez de con todos y a tiempo.
 Así las cosas, vamos comprendiendo que lograremos ser más humanos, más hermanos, más solidario/as cuando más nos reconozcamos hijos de la naturaleza y no dueño/as. Tal afirmación puede parecer delirante, en medio del pragmatismo cotidiano en el que nos intenta hacer funcionar el capitalismo y sus distintas expresiones; sin embargo, el campo de batalla para esto es posible colocarlo en las vivencias más concretas.
 En las situaciones diarias que nos toca ser parte; en el bondi eligiendo si le doy el asiento a alguien que lo precisa o miro por la ventana; en la calle si le aviso al que va adelante que se le cayó algo o sigo caminando como si nada, en el barrio dando una mano a quien lo precise, en el intercambio con otro/as apostando siempre a discutir con su mejor argumento y no bastardear en función de victorias pírricas. En fin, tenemos oportunidades cotidianas para hacer subir al ser humano en su capacidad y su posibilidad.
 Es claro, que solo con esto no basta y es claro también que la culpa del funcionamiento expulsivo de nuestras sociedades no está en nuestros comportamientos actuales. Sin embargo, dejar de lado eso implica no ser capaces de transitar el proceso de transformación necesaria.
 Estimo que la virtud de la época, se aloja en la ética liberadora situacional, siguiendo a J.L.Rebellato, donde tenemos la posibilidad de enfrentarnos a ser parte de algo distinto en un montón de situaciones cotidianas. Sin pretender ganar en todas las batallas situacionales, al menos ir siendo cada vez más conscientes de que lo intentamos y no pudimos.
 En definitiva, nuestras intencionalidades de transformación civilizatoria implican un esfuerzo tremendo de nuestras sociedades por lo tanto de cada uno/a de nosotros/as. Y más aún si asumimos que las propias sociedades que conformamos, funcionan centradas en una propuesta de exclusión continua y necesaria para perpetuarse.
 Así también, pueden ir moldeando nuestras posiciones, nuestros deseos, cuando consumimos sin criticar un instante, los grandes medios de comunicación. Nos hacen tomar posición sobre lo que sucede en un país, nos hacen tomar posición sobre lo que sucede en nuestro país, nos hacen consumir productos que no precisamos y que para hacerlo debemos endeudarnos una y otra vez.  Defender y promover la vida, la naturaleza como entramado de conexiones que permiten ser, se transforma en el eje de cualquier accionar político que se precie de transformador. Luego de eso, pueden suceder muchas luchas, batallas y plataformas.  Termino con una cita de un imperdible discurso de Fidel Castro en la cumbre de Río del año 92.
 “La solución no puede ser impedir el desarrollo a los que más lo necesitan. Lo real es que todo lo que contribuya hoy al subdesarrollo y la pobreza constituye una violación flagrante de la ecología. Decenas de millones de hombres, mujeres y niños mueren cada año en el Tercer Mundo a consecuencia de esto, más que en cada una de las dos guerras mundiales. El intercambio desigual, el proteccionismo y la deuda externa agreden la ecología y propician la destrucción del medio ambiente”.

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