El cáncer es una pandemia

El cáncer duele física y emocionalmente. Morir a causa de un cáncer, sea de mama, de páncreas, cerebro o pulmón es una de las experiencias más dolorosas y duras por las que puede pasar una persona y su gente querida.

La investigación e innovación en oncología debe ser una inversión pública, sanitaria, social y económica.

No puede depender de intereses empresariales y campañas de marketing que edulcoren la crudeza de una enfermedad como el cáncer y nos ponen a las mujeres con cáncer de mama a bailar y a saltar para que no decaiga la fiesta del lazo rosa.

Opinamos que “es tan importante investigar los genes como el agua que bebemos para buscar las causas del cáncer”. Quizá ha llegado el momento de otro relato del cáncer de mama, uno colectivo que cuente que esta enfermedad no es culpa de quienes lo sufren  sino de una sociedad capitalista que  lucra con los tratamientos. Quizá ha llegado el momento de colectivizar esta maldita enfermedad, de hablar de pandemia. La del cáncer, no solo de mama.

A pesar de saberlo, cada vez son más frecuentes las campañas que ponen el peso de la prevención del cáncer en el estilo de vida sano y fitness como si (y subrayo la palabra solo) solo comer sano y hacer ejercicio físico fueran suficientes para evitar tener cáncer o para que este no vuelva.

En cambio, apenas se habla de la importancia de la existencia de regulaciones que controlen los factores ambientales a los que estamos expuestos involuntariamente todos los días y frenen la comercialización de productos que contienen sustancias cancerígenas, productos que están en las estanterías de todos los supermercados.

Las  historias individuales no son casos aislados, son un relato colectivo. Los padecientes  son  las y los consumidores los que tenemos que asumir una responsabilidad que corresponde a los poderes públicos, a los presupuestos públicos del Estado.

Si el cáncer de mamas es de algún color es el marrón. Preguntémosle a cualquiera de las mujeres que han pasado por esta enfermedad o que están pasando.

Pocas cosas se me ocurren más antagónicas que el color rosa y el cáncer, ni de mama ni de cualquier otro tipo. Mientras que para las mujeres y su gente un diagnóstico de cáncer de mama significa que “el mundo se detiene” , para las marcas esta enfermedad ―y solo pasa con el cáncer de mama― abre un mundo de oportunidades de negocio. Para concienciar sobre el cáncer de mama no hace falta teñir octubre de rosa y que nos entreguemos al consumismo. ¿Quién no tiene un caso de cáncer de mama o simplemente cáncer cerca de sí?

El cáncer duele física y emocionalmente. Morir a causa de un cáncer, sea de mama, de páncreas, cerebro o pulmón es una de las experiencias más dolorosas y duras por las que puede pasar una persona y su gente querida.

Quizá por eso hay tanto miedo a nombrar la palabra cáncer, por eso y por el estigma de que igual hay algo de culpa personal en ese diagnóstico, de lo que ha hecho o ha dejado de hacer. Qué fácil es reducir lo complejo a la culpa.

Miedo, culpa y también desconocimiento; mejor dicho, ignorancia. Qué poca información clara y asequible tenemos del cáncer de mama y otros. Esta no se ofrece, hay que buscarla, porque existir, existe, y es muy útil para hacer frente a los tratamientos, sus efectos secundarios, el pánico, las cicatrices y otras huellas que deja la enfermedad pasada la quimio, la radioterapia y las cirugías.

Desconocimiento al que contribuyen las campañas rosas que romantizan estos procesos oncológicos y maquillan la realidad hasta convertirla en un cuento de princesas que van a ser salvadas por la marca de turno que donará una irrisoria cantidad de sus ventas a la investigación.

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