El gran circo de Cardama

Si algo nos sobra en Uruguay no son patrulleras, sino espectáculos. Y el más reciente tiene nombre, luces y público: “El gran circo de Cardama”. Un show donde los trapecistas son políticos, los payasos se multiplican en redes sociales y los domadores intentan hacer callar a los periodistas que, pobremente, solo tratan de contar qué está pasando con las embarcaciones que parecen flotar más en escándalos que en el agua.

Cada número tiene su truco. El acto principal consiste en distraer al público: en lugar de mirar los contratos, los costos, los informes o las demoras, el ojo debe quedarse en otra parte. “Miren a los periodistas”, gritan los presentadores, como si fueran los culpables de haber inventado las noticias. Aplausos, luces, cortinas de humo. Y mientras tanto, nadie explica por qué el espectáculo costó tanto ni quién se lleva la taquilla.

El guión es conocido. Cada vez que alguien desde la prensa se atreve a preguntar algo incómodo, aparece la troupe del poder con sus viejos números: “operaciones políticas”, “ataques coordinados”, “campañas sucias”. Todo sirve para no hablar del fondo. Y el fondo, por si alguien lo olvidó, es que hay patrulleras que no patrullan y contratos que huelen a humedad institucional.

En este circo nadie quiere ser el payaso, pero muchos hacen méritos. Los que ayer pedían transparencia hoy se tapan los ojos con la bandera. Los que exigían libertad de prensa ahora quieren redactar los titulares. Y los que se llenan la boca hablando de democracia no soportan que alguien prenda una linterna en medio del espectáculo.

Mientras tanto, los periodistas —esos molestos domadores de la verdad— siguen haciendo su trabajo: preguntar, investigar, publicar. No hay red debajo, y los leones del poder rugen cada vez más fuerte. Pero aun así, siguen en la pista, porque el periodismo no es un número de magia: es el oficio de sacar a la luz lo que otros prefieren mantener entre bastidores.

El público, por su parte, ya no se traga todos los trucos. Empieza a entender que si hay tanto esfuerzo por silenciar a la prensa, es porque hay algo que no se quiere escuchar. Que si los aplausos son tan ensordecedores, es porque alguien está tratando de tapar el ruido de las cadenas oxidadas de esas patrulleras.

El circo podrá durar un tiempo más. Habrá más gestos, más gritos, más intentos de convertir el periodismo en enemigo. Pero la función termina cuando se apagan las luces y queda la verdad sola en el centro de la pista. Y ahí no hay maquillaje que alcance.

Porque al final, el verdadero espectáculo no lo dan los periodistas: lo dan quienes temen ser vistos sin disfraces.