El viaje al país de Cucaña …..

Sin utopía, no existe la posibilidad de construir un futuro superior. 

Pero la utopía, necesariamente debe hundir sus pies en el barro de la realidad y ser capaz de alzar sus brazos y manos para dibujar trazos imaginarios consistentes, que tengan como fondo, el azul profundo del cielo distante. 

Después del gobierno de Mauricio Macri y sus consecuencias en materia de endeudamiento, cierre de más de 20.000 pymes y un manejo sesgado de la política financiera, la mayoría ciudadana aceptó la opción peronista que oportunamente ofreció Cristina Fernández de Kirchner. La experiencia vivida por el país después de cuatro años de gobierno de Alberto Fernández, ha sido muy negativa y ello devino en un nuevo “…que se vayan todos”, mensaje cuyo eco todavía rebota en los oídos de un país hastiado, irascible y desencantado. 

En este caso no hubo las movilizaciones de ciudadanos enardecidos en la puerta de los bancos, sino que “… el que se vayan todos” adquirió la forma de una consigna que caló profundamente en la desilusión y bronca ciudadana con la dirigencia política: unos y otros son esencialmente lo mismo. Ambos forman parte de “la casta”.

Y con ese término que esencialmente interpreta un sentimiento, de manera casi imprevisible, se instaló un personaje sin antecedentes ni historia política, constituyéndose en la primera mayoría en las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias, PASO, recientemente celebradas.

Transmite sin filtro un culto mesiánico por el mercado, acusa al Estado de todos los males que ha sufrido el país y haciendo caso omiso al teorema de Baglini, que dicta que la cercanía al poder morigera la estridencia discursiva, continua divulgando supuestas viejas-nuevas fórmulas extraídas de la Escuela de Viena, contra los pilares históricos y fundamentales del Estado argentino, como lo son la educación pública a la que vapulea a partir de la experiencia chilena inspirada en los vouchers educativos proclamados por Milton Friedman; contra el modelo de salud basado en el financiamiento de la oferta; anticipando por inútil e intervencionista el cierre del Banco Central; desahuciando al CONICET por albergar científicos inútiles y deslumbrando al público atónito con una inmensa tijera de podar que, con deleite histriónico, abre y cierra para cortar de raíz la colección de ravioles que conforma el aparato del estado argentino.

Obviamente este señor no deja de resultar llamativo dentro y fuera del país, cultivando un carisma que nadie puede poner en duda. Pero dado el grado de deterioro al que ha llegado la situación de la República Argentina, parecería que la instalación de una opción tan desmesurada, podría resultar funesta.

Esto sucede porque culturalmente Argentina tiene la propensión a creer en la solución mesiánica del Salvador, en la aparición de un conductor iluminado, que al igual que el flautista de Hamelin, sacará el instrumento de su mochila y guiará a los desesperados hasta un río tumultuoso en el que indefectiblemente, se ahogarán.

El grave problema de Argentina es la fragilidad de sus instituciones, llámese Justicia, llámese Congreso, llámese federalismo mal aplicado y, ante esa colección de fragilidades, la cultura política instalada históricamente, refuerza la ilusa tentación de sucumbir ante los designios del conductor-salvador. 

Y ello acontece no solo en el mundo de la política, sino que la mala calidad democrática se repite en la vida y cultura de asociaciones civiles, organizaciones deportivas, estructuras sindicales, cámaras empresariales, etc., donde los dirigentes más que responder a los designios de sus representados, generan agendas propias, de las cuales ellos mismos, son los principales beneficiados.

El salvador mágico no existe. Lo que sí existe es la necesidad de fortalecer las instituciones republicanas al amparo de un gran Acuerdo Nacional. Un acuerdo que permita la integración de las fuerzas democráticas, provenientes de todas las filas del espectro político, como lo son la Unión Cívica Radical, los sectores republicanos y democráticos del PRO y los sectores moderados y republicanos del Partido Justicialista, así como de las demás fuerzas políticas de menor rango que hoy existen en el país. Un pacto social, con una agenda nacional consensuada, para canalizar las energías nacionales detrás de objetivos fundamentales, que hagan posible que el país se aleje del precipicio y se instaure, con el debido consenso, una política de control del gasto público que de manera transparente se exprese a través de la Ley de Presupuesto sin gastos reservados y discrecionales. Tampoco se puede dejar de asumir que nunca existirá una genuina viabilidad nacional que no esté debidamente acompañada de la necesaria paz social, y ello no es posible mientras más del 40 por ciento de la población esté por debajo de la línea de pobreza. Debe asumirse en forma explícita, la conveniencia de establecer un salario básico universal que haga desaparecer la discrecionalidad ofensiva de la administración de los planes que hoy está impuesta de manera poco transparente y arbitraria. Que un Acuerdo Nacional supone definir una estrategia que parta del reconocimiento de las inmensas posibilidades que representa tener la capacidad de alimentar una población más de 10 veces mayor a la que actualmente habita el territorio nacional; que el país dispone en abundancia de los principales productos que demanda el mundo: hay litio, gas, petróleo, cobre, hierro, agua, una inmensa riqueza ictiológica. Que es absolutamente imprescindible construir en forma consensuada un clima de previsibilidad, fundado en una adecuada seguridad jurídica, que permita canalizar los esfuerzos nacionales en pos de metas de estabilidad primero, y de crecimiento sostenido después. Que ese Pacto Nacional debería lograrse idealmente, antes de tener que sufrir un nuevo fracaso, que tenga mayores costos para los ciudadanos. Pero lamentablemente, los tiempos no dan y la lógica imperante parece que exige atravesar aún mayores sufrimientos a los que el país ya viene soportando. 

Solo un milagro haría que la gran mayoría democrática y republicana tomara conciencia en forma anticipada a precipitarse en un nuevo desastre, acerca de la conveniencia y necesidad de convocar a un esfuerzo de concertación nacional, de donde surja una agenda y un modelo de gobierno transitorio integrado por representantes de todas las fuerzas democráticas, al amparo del espíritu de un gobierno de salvación nacional. El 60 por ciento debe imponerse en forma sensata. 

Un formato de tales características podría suponer un alineamiento extraordinario por un periodo no menor a 10 años, en los que se establezca una administración basada en un ejecutivo republicano y multipartidario, en torno a una agenda nacional común, con un conjunto de objetivos básicos pero fundamentales: fortalecer las instituciones, erradicar la pobreza extrema y crear un clima favorable para hacer crecer los negocios públicos y privados, de modo tal que Argentina se reencuentre con su verdadera vocación de país llamado a ocupar un lugar destacado dentro del conjunto de las naciones del mundo.  

2 Comentarios

  1. Es una descripcion realista pero la,solucion que propones es dificil de concretar, hay mucho odio, personalismos, y no existe una figura que pueda aglutinar a esos representantes de los distintos partidos politicos.

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