David es un joven comunista convencido, terco, radical y honesto, estudia sociología en la Universidad de La Habana y sueña con ser escritor. Diego es un artista homosexual, culto y preparado, acosado por la homofobia intrínseca de la Cuba de los años 70 del siglo pasado, sueña con el asombroso mundo de la Historia Universal. Así, sin necesitar apellidos, ambos personajes interpretados magistralmente por Vladimir Cruz y Jorge Perugorria, describen una sociedad intolerante ante la diversidad sexual, pero que aún no está perdida. No es un filme gay, declaró su director desde el primer momento: “No. Cuando hablo de incomprensión, hablo de incomprensión de un lado y de otro. También de parte de los homosexuales. La película no toma partido por los homosexuales ni es una película que promueve la homosexualidad. No se trata de eso, se trata de mostrar una situación sobre la que ha habido una incomprensión, y punto”.
“Fresa y Chocolate”, devenido en clásico del cine cubano, es un drama estrenado en 1993, dirigido por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, ambos reconocidos cineastas del país. La cinta está basada en el cuento “El lobo, el bosque y el hombre nuevo” del escritor cubano Senel Paz, quien estuvo a cargo también del guion cinematográfico. Ambientada en la cultural Habana, religiosa, mística, tradicional, musical…
La historia sigue la relación entre David y Diego. A través de su amistad, la película explora las tensiones entre la ideología comunista y la libertad individual, así como los prejuicios y la intolerancia que enfrentan las personas LGTBIQ˖
El filme fue ganador del Oso de Plata a la mejor película, Primer Premio del Público, Primera Mención Especial del Jurado Ecuménico en el Festival de Cine de Berlín, 1994, Premio al mejor guion inédito en el XIV Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano 1992 y Nominada al Premio Óscar a la mejor película extranjera por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, Estados Unidos, 1995.
Cuando triunfó la revolución cubana en 1959, la comunidad homosexual vivió los años más grises, sufrió la crudeza y la intolerancia por ser “lo diferente”, persecuciones que crearon prejuicios y separaciones. Esto, junto a la segregación religiosa han sido de los errores declarados por el sistema. En dicho contexto se desarrolla la película, la cual se propone explorar las posibilidades para promover el debate social. Fresa y Chocolate es una oportunidad para que el público reflexione a través de un cine que fue concebido para eso: estimular la crítica ante la realidad.
“Es una película que se inserta muy bien en los momentos actuales, cuando hay que tomar conciencia de muchos errores cometidos a lo largo de estos años. Hace falta cambiar en muchos sentidos y esta película apunta sobre uno de estos aspectos: la actitud de intolerancia que ha habido durante mucho tiempo sobre un sector de la población, la homosexualidad. En definitiva, la intolerancia sobre un sector denota la intolerancia sobre otras muchas cosas. Pero uno no hace las películas para transformar la realidad o para cambiar algo. Uno hace las películas porque el cine, en primer lugar, te debe proporcionar disfrute, y en ese sentido esta película puede ser muy atractiva, conmovedora, con humor y al mismo tiempo con una carga emotiva muy fuerte” declaró Tomás Gutiérrez en una entrevista con Rebeca Chávez, publicada en La Gaceta de Cuba, en septiembre de 1993.
Resulta muy interesante las lecturas entre líneas de la película, referencias simbólicas a la virilidad del chocolate, asociado a lo masculino y fuerte, sin embargo, lo femenino del color rosa se asocia a la fresa. A ambos sabores el cine los pone a convivir, y no condiciona al público a elegir entre uno u otro. Alegorías a no marginar ninguna forma de ser… Los personajes son creíbles, son visibles los detalles de humor, las críticas no son amargas y se reconoce un patriotismo sincero. Las ideas conservadoras de David y los altares religiosos de Diego, convergen desde su individualidad.
«Fresa y Chocolate» fue aclamada tanto por la crítica como por el público y su impacto ha perdurado a lo largo de los años, convirtiéndola en un referente del cine cubano y en un importante punto de discusión sobre la diversidad y los derechos humanos.
La producción cinematográfica de Gutiérrez Alea ha acostumbrado al público a una dirección de arte significativa, donde las metáforas y la semiótica se dan la mano, jugando con una sátira perfecta entre el drama y la comedia. Miles de símbolos describen a una nación que se hace pieza a pieza por su arte, parte indisoluble de su pueblo.
Al final del filme, en un acto simbólico David y Diego intercambian sus helados. Acto que no implica que alguno cambiara su identidad sexual, pero que ambos a partir de las diferencias construyeron su amistad.