En un país que respira arte a través de la música, la literatura y el teatro, también hay quienes pintan la historia sobre cemento. José Gallino, nacido en el Departamento de Salto, ha convertido las paredes de Uruguay en un lienzo colectivo donde la memoria, la identidad y la lucha social encuentran refugio. Lo suyo no es solo graffiti y muralismo, sino también, una forma de mirar con el alma y plasmar lo que el país a veces olvida.
Autodidacta, curioso e incansable, Gallino empezó su camino artístico sin más herramientas que un aerosol y el deseo de representar lo que lo conmueve. La calle fue su escuela y el retrato su lenguaje. Con un estilo que roza el hiperrealismo pero no pierde la calidez del trazo humano, ha hecho de los rostros el vehículo para decir mucho más que nombres: dice historias, contextos, emociones. Su primer mural fue en su Salto natal, un retrato de Edinson Cavani que marcaría el inicio de una carrera que ya tiene decenas de murales a lo largo del país. Pero Gallino no pinta por encargo de la fama. Él elige. Elige figuras que tocan fibras profundas de la cultura y la historia nacional. China Zorrilla, Eduardo Galeano, Ida Vitale, Zitarrosa, Los Olimareños. No son sólo personalidades; son símbolos. Al retratarlos, Gallino los pone nuevamente frente al pueblo, como si dijera: “Míralos, siguen aquí, siguen diciendo”.
Su obra no se queda en la nostalgia. También interpela. Lo hizo al pintar a Guyunusa, la mujer charrúa que fue secuestrada y llevada a Francia en el siglo XIX. La gigantografía de su rostro en un muro de 30 metros en Montevideo no es decoración urbana: es una declaración. Es memoria activa y Gallino lo sabe. Por eso, trabaja muchas veces en colaboración con vecinos, colectivos y organizaciones sociales. Cree que el arte no debe estar aislado en galerías sino respirar en los barrios, ser parte del entorno, dialogar con quienes lo habitan.
Esa capacidad de combinar lo estético con lo simbólico lo ha llevado a participar en múltiples proyectos institucionales. Uno de los más polémicos fue su mural en la fachada del Instituto de Profesores Artigas (IPA), donde retrató al educador Antonio Grompone. La obra generó controversia por intervenir un edificio patrimonial, pero Gallino defendió su postura: el arte urbano, dijo, no destruye la historia, la reactiva. Tampoco le tiembla el pulso para hablar de temas difíciles. En sus murales han aparecido mensajes contra la violencia de género y el maltrato infantil y personajes femeninos fuertes que buscan equilibrar el predominio masculino en los espacios públicos.
Gallino no se queda en Uruguay. Sus obras ya cruzaron fronteras: en Barcelona dejó un mural de Manu Chao y sueña con llevar a Suárez a las paredes de Europa, no por la fama del futbolista, sino por lo que representa para el imaginario popular uruguayo: esfuerzo, raíces, identidad.
En su cuenta de Instagram, @gallinoart, comparte avances, bocetos y pensamientos. Más que una vidriera, es un diario abierto de su proceso. Allí se lo ve en andamios, bajo el sol, en barrios alejados del circuito turístico. Lejos de buscar protagonismo, Gallino prefiere el anonimato del creador que deja que su obra hable por él. Y sus murales hablan. A veces susurran, a veces gritan. Pero siempre dicen algo que vale la pena detenerse a escuchar. Porque si hay algo que Gallino entendió con claridad es que el arte, en la calle, no se cuelga: se vive.