Cuando uno piensa en China, la mente viaja hacia templos sagrados, murallas interminables y dragones danzantes. Pero detrás de esas imágenes coloridas existe una historia de reyes, guerras, innovaciones y renacimientos que abarcan más de cuatro mil años. Esa historia fue escrita, en gran parte, por las dinastías: casas reales que gobernaron con el «Mandato del Cielo», una especie de contrato divino que justificaba su poder y hasta que lo perdían.
El viaje comienza con la dinastía Xia, cuya existencia aún se debate entre el mito y la historia. Aunque no hay evidencia arqueológica concluyente, las leyendas hablan de reyes sabios que domesticaron las aguas del gran río Amarillo y esta fue la primera dinastía de la historia tradicional China. Luego vino la dinastía Shang (1600–1046 a.C.), donde ya se pueden ver los primeros registros escritos sobre huesos y caparazones: los famosos «huesos oraculares» (usados para la adivinación).
Más firme en el tiempo aparece la dinastía Zhou (1046–256 a.C.), que trajo consigo una idea revolucionaria: el Mandato del Cielo. Si un gobernante era justo, conservaba el mandato. Si era tirano, el cielo lo quitaba y otro tomaba su lugar. Durante este largo periodo nacieron también Confucio y Lao Tsé, dos pensadores cuyas ideas marcarían a Asia por milenios.
En medio del caos de reinos enfrentados, un nombre cambió el juego: Qin Shi Huang, el primer emperador. En el 221 a.C., fundó la dinastía Qin, unificó China por primera vez, construyó caminos, estandarizó pesos, medidas, escritura y mandó a hacer la Gran Muralla. También ordenó su propia tumba, custodiada por un ejército de 8.000 guerreros de terracota de tamaño real que hoy asombran al mundo.
Tras su corta dinastía llegó la dinastía Han (206 a.C. – 220 d.C.), considerada una edad dorada. Fue un tiempo de apertura comercial con la famosa Ruta de la Seda, de crecimiento cultural y avances científicos como el sismógrafo o el papel. La burocracia estatal se fortaleció gracias a los exámenes para funcionarios, algo impensado en otras partes del mundo.
Con la caída de los Han, vino una era de división, hasta que la dinastía Tang (618–907) trajo un renacimiento. La poesía floreció, el arte se llenó de matices budistas y la capital, Chang’an, se convirtió en un crisol de culturas. En esa época, el esplendor de China era tal que su fama llegaba hasta Arabia y Europa.
Luego, la dinastía Song (960–1279) apostó por la innovación: brújula, pólvora y la imprenta con tipos móviles nacieron en este tiempo. Pero también fue una época de vulnerabilidad y los mongoles lo aprovecharon.
La llegada de los invasores no significó el fin. La dinastía Yuan (1271–1368), liderada por Kublai Khan, nieto de Gengis Khan, gobernó China respetando muchas tradiciones locales. A pesar de ser extranjeros, mantuvieron viva la cultura china y expandieron el intercambio con Occidente.
La dinastía Ming fue la última dinastía imperial China gobernada por el pueblo Han (etnia mayoritaria del país) (1368–1644) recuperó el orgullo chino. Se construyó la Ciudad Prohibida, se restauró la Gran Muralla.
La última dinastía fue la Qing (1644–1912), de origen manchú. Gobernaron casi tres siglos, pero la presión occidental, las guerras del opio y las rebeliones internas pusieron fin al ciclo imperial en 1912, dando paso a la República de China.
Hoy en día, aunque los emperadores ya no gobiernan, su huella vive en templos, en ideogramas milenarios y en una identidad nacional profundamente arraigada. Con cada dinastía, China escribió un capítulo único que aún resuena en la memoria del mundo mostrando su increíble historia y hermosa cultura.
Nos resulta muy interesante…la Historia China….aun asi y como critica constructiva….este medio deberia «atenuar»…en algo la sino-tendencia……el enemigo….tambien juega…