Mario Vargas Llosa, el escritor peruano que elevó la novela a nuevas alturas y conquistó el Premio Nobel de Literatura en 2010, ha fallecido a los 89 años en Lima, la ciudad que lo vio crecer, crear y, finalmente, descansar. Sus hijos, Álvaro, Gonzalo y Morgana, confirmaron la noticia con un comunicado breve pero conmovedor: “Nuestro padre se fue en paz, rodeado de amor”.
Nació el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, una ciudad andina de calles empedradas y volcanes imponentes, cuya atmósfera impregnó su sensibilidad literaria. Hijo de Ernesto Vargas Maldonado y Dora Llosa Ureta, su infancia estuvo marcada por la separación de sus padres, un hecho que lo llevó a vivir en Cochabamba, Bolivia, hasta los nueve años. Allí, bajo el cuidado de su madre y sus abuelos, descubrió el poder de las historias: los relatos orales, los libros de aventuras y las primeras chispas de su vocación. Al regresar a Perú, su reencuentro con su padre, un hombre autoritario, trajo nuevos desafíos. A los 14 años, ingresó al Colegio Militar Leoncio Prado, una experiencia que lo confrontó con la disciplina férrea y las jerarquías brutales, pero que también le regaló el germen de su primera gran obra, La ciudad y los perros (1963). Esa novela, publicada cuando tenía apenas 27 años, fue un terremoto literario. Con una estructura audaz que alternaba perspectivas y tiempos narrativos, Vargas Llosa desnudó las entrañas de una institución militar y, por extensión, de una sociedad peruana atrapada en sus contradicciones. El libro no solo ganó el Premio Biblioteca Breve, sino que marcó el inicio del boom latinoamericano, ese movimiento que, junto a figuras como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, llevó las letras de la región a los escenarios globales. La ciudad y los perros fue traducida a decenas de idiomas y adaptada al cine, pero, sobre todo, estableció a su autor como un narrador capaz de transformar lo local en universal.
El arquitecto de mundos
La carrera literaria de Vargas Llosa es una galería de obras maestras. La casa verde (1966), con su mosaico de historias entrelazadas en la selva peruana, le valió el Premio Rómulo Gallegos y consolidó su reputación como un innovador estructural. En los años 70 y 80, Vargas Llosa exploró nuevos territorios. Pantaleón y las visitadoras (1973) combinó humor y crítica social en una sátira sobre la burocracia militar, mientras que La tía Julia y el escribidor (1977) mezcló autobiografía y ficción para narrar su romance juvenil con Julia Urquidi, su primera esposa. En La guerra del fin del mundo (1981), se adentró en la historia de Brasil para narrar el episodio de Canudos, demostrando su habilidad para convertir hechos históricos en epopeyas literarias. El cambio de siglo trajo una nueva cima: La fiesta del Chivo (2000), una novela que desmenuza la dictadura de Rafael Trujillo en la República Dominicana. Con una precisión casi quirúrgica, Vargas Llosa exploró los mecanismos del poder absoluto, la complicidad social y las heridas que deja la tiranía. Esta obra, junto a El sueño del celta (2010) y Tiempos recios (2019), consolidó su interés por las figuras históricas y los momentos que definen el destino de los pueblos. Su última novela, Le dedico mi silencio (2023), fue un canto a la música criolla peruana, un regreso a las raíces que lo formaron. En ella, un hombre obsesionado con el vals descubre en la cultura popular una forma de resistencia frente al caos. La crítica la recibió como una despedida melancólica, un testamento literario que cerraba una trayectoria de más de seis décadas.
Vargas Llosa no se limitó a la ficción. Sus ensayos, artículos y conferencias revelan a un intelectual comprometido con las grandes preguntas de su tiempo. En La verdad de las mentiras (1990), defendió el poder transformador de la literatura; en La civilización del espectáculo (2012), alertó sobre la banalización de la cultura en la era de los medios masivos. Su pluma periodística, publicada en columnas como “Piedra de toque”, abordó desde la política hasta el arte, siempre con una claridad que desarmaba prejuicios.
Su evolución ideológica marcó su vida pública. En los años 60, abrazó el socialismo y apoyó la Revolución Cubana, pero el caso del poeta Heberto Padilla en 1971, encarcelado por el régimen de Fidel Castro, lo llevó a romper con la izquierda ortodoxa. Desde entonces, defendió el liberalismo con fervor, abogando por la democracia, el mercado libre y los derechos individuales. Esta postura lo enfrentó a antiguos aliados, como García Márquez, con quien tuvo una célebre ruptura personal y política. En 1990, su candidatura presidencial en Perú, al frente del Frente Democrático, fue un intento de llevar sus ideas al poder. Aunque perdió ante Alberto Fujimori, la experiencia enriqueció su visión del mundo, reflejada en obras como El pez en el agua (1993), su memoir político. Nunca rehuyó la controversia. Criticó con igual contundencia las dictaduras de derecha, como la de Pinochet, y los populismos de izquierda, como el de Hugo Chávez.
EXCELENTE ARTICULO, DONDE PRODUCE ALGO TEORICAMENTE IMPOSIBLE, SINTETIZAR LA FANTASTICA VIDA DE UN ADMIRABLE ESCRITOR, EN POCAS COLUMNAS. ME CONGRATULO ANTE ELLO.