Santi Mostaffa, uno de los nombres más reconocidos del hip hop uruguayo, no necesita un alias para dejar huella. A sus 39 años, con una carrera que comenzó en 2003, su nombre propio es sinónimo de compromiso artístico, sensibilidad social y evolución constante. “Soy un OG”, dice con humor, aunque su vigencia se mide más por la profundidad de su mensaje que por los años.
Desde los primeros pasos en una escena emergente hasta posicionarse como uno de los referentes del rap nacional, Mostaffa ha sabido construir un discurso propio.
“Había tres gatos locos cuando empecé”, recuerda, pero el tiempo le dio razón: hoy existen generaciones que crecieron con hip hop, que lo entienden y lo viven. Sin embargo, esa expansión también trajo consigo nuevas tensiones.
“El hip hop está mutando, mezclándose con demasiadas cosas”, admite. Lejos de ver eso solo como una amenaza, reconoce que la creatividad no puede limitarse: “Capaz que los géneros son medio una pelotudez. Está bueno ser creativo”, afirma Santi Mostaffa.
En su discografía, el álbum Escapismo marca un punto de inflexión. Un trabajo nacido desde la presión, la necesidad de equilibrio entre lo artístico, lo comercial y el deseo urgente de huir. “Era mi botón rojo”, confiesa Santi Mostaffa.
Una válvula de escape frente a desafíos personales y profesionales. Ese impulso a escapar no era solo íntimo: también lo marcaban sus experiencias dictando talleres de rap en contextos de privación de libertad. La libertad, o la falta de ella, es un tema recurrente en su obra y en su vida.
“Nosotros hacíamos los talleres y por una hora y media, esas personas estaban bien. No cambiábamos sus vidas, pero salían mentalmente del encierro”, cuenta Santi Mostaffa.
Esa cercanía con la realidad social dejó una marca indeleble en su forma de escribir. Santi no solo narra su vida: da voz a quienes no la tienen.
En Salir, salir cuenta la historia de un menor privado de libertad. En otra canción, inspirada en una práctica universitaria en un hospital psiquiátrico, retrata las historias invisibles del dolor mental y la pobreza. Explica
“me interesan las historias que me conmueven. Las injusticias. Escribo desde ahí”.
En paralelo, su carrera internacional lo enfrentó a nuevas realidades y recuerda
“fue una alegría, pero también me generó angustia. De repente tenés la atención que nadie te dio por años, y eso abruma”.
A pesar de eso, supo capitalizar conexiones y expandir su propuesta, sin perder la raíz. Hoy, la exploración musical lo lleva por nuevas rutas: fusiones entre hip hop y ritmos autóctonos como la plena o el candombe.
Sostiene “eso me encanta. Es re apropiarnos de lo que es nuestro, hacer algo familiar y nuevo a la vez”.
Actualmente, retomó sus estudios en Psicología con una madurez que lo lleva a mirar hacia adentro y hacia los demás. Su nueva etapa creativa está centrada en los encuentros y refelxiona “con los amigos, con el amor, con la espiritualidad. Me gusta pensar la música como un campo de encuentros”.
Desde ese lugar, también cuestiona la lógica del escenario como espacio jerárquico: Nos explica “lo hacemos juntos. Ahora canto yo, después cantás vos. Hay algo que surge ahí”.
Santi Mostaffa no se detiene. Aunque a veces se declara “en stand-by”, su pulsión creativa es constante. Tiene canciones guardadas, otras en proceso y la necesidad vital de seguir escribiendo. Su recorrido es el de un artista que no reniega de la calle, pero tampoco de la reflexión. Que hace catarsis, sí, pero también construye puentes. Que representa, transforma y escucha.
Porque si algo define a Santi Mostaffa es su forma de estar presente: en el beat, en la palabra y en el otro.