En el distrito de Xicheng, al sur de la Plaza de Tian’anmen y a pasos de la calle Qianmen, se encuentra una de las arterias más emblemáticas de la capital china: Dashilan. Este barrio comercial, con más de 500 años de historia, es un espacio único donde conviven reliquias históricas, tiendas centenarias y puestos que ofrecen desde dulces tradicionales hasta curiosas comidas exóticas como alacranes y arañas.
Aunque la extensión de sus calles es de apenas 300 metros, recorrerla puede llevar tiempo: cada rincón guarda una historia. Su nombre se traduce como “gran mercado de joyas” y su construcción se remonta a la dinastía Ming, hacia 1420. Desde entonces, Dashilan ha resistido incendios, rebeliones y sucesivas reconstrucciones, consolidándose como uno de los epicentros comerciales más antiguos de Beijing.
Entre sus atractivos destacan marcas tradicionales que siguen activas tras siglos de actividad: Tongrentang, ícono de la medicina tradicional china; Ruifuxiang, especializado en sedas; Neiliansheng, célebre por sus zapatos de confección artesanal; o Ma Ju Yuan, la tienda de sombreros más famosa de la ciudad. También sobresalen casas de té como Zhangyiyuan y los encurtidos de Liu Bi Ju, que forman parte de la memoria colectiva de generaciones de capitalinos.
El paseo por Dashilan no es solo comercial: también es arquitectónico y cultural. Sus fachadas restauradas y los hutongs que se abren en torno a la calle conservan el estilo típico de la vieja Beijing. Al mismo tiempo, la zona ha sabido abrirse a lo contemporáneo. Eventos como la Beijing Design Week transforman la calle en un laboratorio cultural, donde lo antiguo dialoga con lo moderno a través de instalaciones artísticas, exposiciones y recorridos interactivos.
La vitalidad de Dashilan tiene raíces históricas. Fueron las clases prósperas de la capital quienes impulsaron su comercio, y ese espíritu sigue presente. Hoy, la calle recibe entre 150.000 y 160.000 visitantes diarios, mientras que los fines de semana y días festivos la cifra supera los 200.000. La afluencia masiva de turistas y locales refuerza su papel como escaparate de la cultura y el comercio tradicional chino.
Pese a los siglos transcurridos, gran parte de su arquitectura original permanece en pie, y muchas de sus tiendas consagradas aún ofrecen productos de calidad. La sabiduría popular lo sintetiza en una frase: “Si quieres ver espectáculos, cruza el puente; si quieres ir de compras, ven a Dashilan”. Usar un sombrero de Ma Ju Yuan, calzarse los zapatos de Neiliansheng o poseer una tela de seda de Ruifuxiang no es solo adquirir un objeto, sino formar parte de la próspera escena que marcó la vida social y comercial del Beijing antiguo.
Comida en la calle Deshilar
Dashilan también es un viaje para el paladar. En medio de la multitud, los puestos de comida callejera llaman la atención con brochetas de alacranes, arañas, caballitos de mar o estrellas de mar, entre muchos otros animales “extraños”. El impacto visual es fuerte: verlos alineados en pinchos de madera despierta una mezcla de miedo y curiosidad. Pero al probarlos, la sorpresa es otra: los sabores están adaptados al paladar del turista, local y extranjero.
Más que el gusto del propio animal, predomina el condimento intenso y la fritura. La textura es crujiente, como un snack tostado, y el sabor recuerda más a especias y aceite que a algo reconocible. Es difícil asegurar “a qué sabe” realmente, porqué los condimentos enmascaran casi todo el gusto del animal. Esa combinación hace que el visitante se quede con la vivencia más que con un sabor definido. Comer un alacrán o una araña en Dashilan no es tanto un descubrimiento gastronómico, sino que se parece más a un ritual turístico y cultural, una forma de animarse a lo exótico en una de las calles más tradicionales de Beijing. Es importante destacar que puedes conseguir otras comidas tradicionales dignas de la capital asiática.
Vida nocturna y eventos culturales
Más allá de lo comercial y gastronómico, Dashilan se transforma en un escenario cultural, con sus actividades atractivas. La calle se llena de instalaciones artísticas, exhibiciones al aire libre y recorridos interactivos que invitan al público a explorar de manera distinta. Los viejos locales se convierten en galerías improvisadas y los hutongs cercanos en espacios de diseño, música y cine. Es un momento en el que lo tradicional se mezcla con lo vanguardista, y la calle recupera su rol como punto de encuentro para artistas, emprendedores y visitantes.
Con la llegada de la noche, el ambiente cambia, pero la energía se mantiene. Los faroles rojos iluminan las fachadas antiguas, creando un aire nostálgico. Los puestos de comida se multiplican y el aroma de las parrillas se mezcla con el de las especias y los insectos fritos para los más atrevidos. Los turistas pasean lentamente, algunos con cámaras en mano, otros dejándose llevar por los aromas y sabores. A un costado, artistas callejeros aportan música y espectáculos que convierten la caminata en una experiencia viva. Dashilan nocturno es más íntimo, bullicioso y vibrante a la vez, un retrato perfecto de cómo Beijing combina lo histórico con lo contemporáneo.
Caminar por Dashilan es atravesar siglos de historia en apenas 300 metros. Entre faroles, aromas, tiendas centenarias y brochetas exóticas, la calle revela la esencia de Beijing: un lugar donde lo antiguo y lo moderno conviven, donde la tradición se mezcla con lo inesperado y lo exótico se vuelve cotidiano. Más que compras o sabores, Dashilan invita a sentir la vitalidad de una ciudad que nunca deja de reinventarse.





