La educación no es solo un derecho: es el cimiento sobre el que se sostiene una nación libre, justa y democrática. Cada aula que se vacía, cada maestro que se desanima, cada joven que abandona el estudio, es una grieta más en la estructura de la república. Cuando la educación decae, no se deteriora únicamente el conocimiento o la competitividad económica: se debilitan la democracia, la justicia social y la igualdad de oportunidades.
La historia demuestra que las sociedades más desarrolladas son aquellas que invirtieron con convicción en la educación pública, gratuita y de calidad. En cambio, los países que relegaron ese compromiso terminaron atrapados en el círculo de la desigualdad, donde la pobreza se hereda y el futuro se achica. La educación es el gran igualador social: permite que un niño de un barrio humilde tenga la misma posibilidad de soñar que otro nacido en la abundancia. Pero cuando esa herramienta se erosiona, las diferencias se agrandan y la cohesión social se rompe.
Uruguay, que alguna vez fue faro educativo en América Latina, atraviesa una crisis profunda. Los indicadores de aprendizaje se deterioran, la deserción crece y los docentes, sobrecargados y desmotivados, luchan contra un sistema que parece haber perdido rumbo y respaldo. No se trata solo de infraestructura o recursos materiales: el verdadero problema es la falta de visión. Sin un proyecto educativo nacional que piense el país que queremos ser, la educación se convierte en un simple trámite administrativo.
La democracia se sostiene en ciudadanos críticos, informados y conscientes de sus derechos. Sin educación de calidad, el voto se vuelve frágil, la opinión pública manipulable y el debate colectivo superficial. La ignorancia —como advirtió alguna vez José Pedro Varela— es terreno fértil para el autoritarismo. Un pueblo sin educación es un pueblo más fácil de dividir, de dominar y de engañar. La defensa de la democracia comienza en las aulas, donde se aprende a pensar, a preguntar y a disentir.
Tampoco hay justicia social posible sin educación. Es ella la que abre caminos hacia la movilidad, la que permite romper con las cadenas del asistencialismo y acceder a un trabajo digno. Cuando el sistema educativo fracasa, se condena a generaciones enteras a la precariedad, y se instala la falsa idea de que el mérito depende solo del esfuerzo individual, cuando en realidad depende también de las oportunidades que brinda el Estado.
Revalorizar la educación no significa repetir consignas, sino asumir un compromiso político y moral. Requiere inversión sostenida, respeto por los docentes, actualización de los programas y una apuesta seria por la ciencia, la tecnología y la cultura. Pero también exige algo más profundo: entender que cada peso invertido en educación es una inversión en libertad, en justicia y en paz social.
Si Uruguay permite que su sistema educativo siga debilitándose, lo que estará en riesgo no será solo el futuro laboral de sus jóvenes, sino la base misma de su democracia. No habrá justicia posible en un país donde la educación se vuelve un privilegio. Por eso, defender la educación pública es defender la República. Porque sin educación no hay pensamiento libre, y sin pensamiento libre, la democracia se apaga.


Excelente artículo de Camila Jiménez!
El Estado debe seguir siendo el pilar fundamental en el proceso educativo de su pueblo, pues es la parte más interesada al momento de cosechar los frutos de su inversión.
La educación de un país es el nivel de educación de sus habitantes. Y eso significa progreso en todos los niveles, desde el personal hasta el de la sociedad en conjunto.
El mecanismo educativo debe ser un elemento de máxima atención y estricta regulación estatal pues de ese elemento depende el futuro de las generaciones por venir.
Lo primero que la ciudadanía tiene que tomar conciencia es el enorme privilegio que posee al tener acceso gratuito a la enseñanza. En otros países hay que pagar sumas enormes de dinero para acceder a los institutos de enseñanza y es ahí donde la educación es un privilegio elitista, sobre todo en Europa y los EEUU.
Mucha gente se engaña con ciertos países del hemisferio norte. Un par de ejemplos, a ambos lados del Atlántico son el Reino Unido y EEUU, diferentes en su idiosincracia pero con el elemento común de los bajos niveles de educación de sus habitantes.
Por un lado tenemos el Reino Unido, donde finalizar una carrera significa que uno proviene de una familia millonaria o que al finalizar su familia tendrá una deuda superior al valor de su casa, y la cual costará años de sacrificio para pagar.
El caso del Reino Unido es muy particular pues la generalidad de la gente piensa que los británicos, y los ingleses en particular son muy «educados», y no es así, son en verdad muy «respetuosos», y no debe confundirse educación con respeto, el cual sí figura entre los elementos fundamentales de una sociedad históricamente aristocrática y consciente de las divisiones en la escala social.
En el caso de los EEUU el panorama es diferente, a pesar del elemento común de la ignorancia general, es que los estadounidenses o «Unistaters»(*) no tienen educación ni tampoco respeto.
El tema es amplio y debatible pero, y valdría la pena hacer la prueba, si tomamos de las poblaciones del RU, de EEUU y de UY un grupo de 20 personas al azar, de edad media entre 40 y 60 años y le ponemos una lista de 50 preguntas de lo que llamamos «cultura general», pues indudablemente los niveles de conocimiento de nuestro UY son claramente superiores a cualquiera de las dos «potencias» norteñas.
Esto que afirmamos no es orgullo ni chauvinismo ni nada parecido, es producto de la experiencia personal, cuando no en una ni cinco, sino en incontables oportunidades hemos tenido conversaciones con profesionales tanto del RU como de sus pares de EEUU, acerca de determinados temas –dominados por cualquier liceal uruguayo, por lo menos de mi generación liceal en los 70’s– y hemos descubierto que ciertos conocimientos eran totalmente ajenos a su educación adquirida en instituciones de rimbombante y prestigioso nombre, donde el costo anual son figuras de 5 y hasta 6 cifras (en moneda «fuerte»).
Obviamente lo que los medios de difusión presentan al exterior acerca de esos contextos sociales y culturales es sólo lo que los dueños de los sistemas mediáticos quieren mostrar, nunca van a difundir al exterior las miles de personas durmiendo bajo los puentes o las colas que hacen en los gratuitos «food banks» para poder alimentar sus familias.
En todo caso nada es absoluto, y en todos lados hay instituciones de caridad que ponen todo su esfuerzo y tratan de «tapar los agujeros» que el Estado vergonzozamente deja al descubierto, priorizando listas con discutible validez para el bienestar de los habitantes.
La ignorancia es la madre de todos los vicios, es lo que reza un dicho popular, y sin educación no hay derecho de elegir, sino sólo el de aceptar lo que se impone. Como dice Camila Jiménez en su artículo, «sin educación no hay pensamiento libre, y sin pensamiento libre la democracia se apaga».
Es por eso que al final debemos reiterar la importancia del papel fundamental y obligatorio del Estado en la normativa educacional, con el compromiso de mantener al día las estructuras y las temáticas educacionales, y por otro lado también fundamental, el compromiso de la gente de valorar y tomar conciencia de la enorme oportunidad de acceder a la enseñanza en forma gratuita, un privilegio que sólo los países «desarrollados mentalmente» ofrecen a sus habitantes.
(*) Unistaters. Neologismo. En lengua inglesa gentilicio de los habitantes de EEUU. El término «estadounidense» no tiene equivalente en inglés y usan «American», que es un calificativo más geográfico que político, es como decir «European» si uno nació en Portugal o Alemania, en vez de decir «portugués» o «alemán». Un canadiense, cubano, paraguayo o brasileño es tan «American» como un estadounidense. Americanos somos todos.