Hace diez años se produjo un sangriento golpe de Estado en Kiev, que tuvo consecuencias lamentables no solo para la propia Ucrania y sus ciudadanos, sino para la estabilidad regional e internacional. Vale la pena recordar algunos hechos en aquel entonces. El 22 de febrero de 2014, después de varios meses de protestas antigubernamentales, los ultranacionalistas ucranianos con el apoyo de los países occidentales derrocaron al democráticamente elegido presidente Víctor Yanukovich. Los acontecimientos de aquellos días se convirtieron en el punto de partida y de no retorno de la catástrofe que vemos hoy en este país.
El 21 de noviembre de 2013, un día después de que el Gobierno del presidente Víctor Yanukovich suspendió la firma del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea con el fin analizar una vez más la situación desde la perspectiva de sus compromisos previos en virtud del Tratado de libre comercio con la Comunidad de Estados Independientes (CEI), en muchas ciudades de Ucrania se desencadenaron los disturbios masivos, conocidos como el Euromaidán. Estas protestas tuvieron como consecuencia decenas de víctimas en los enfrentamientos callejeros entre radicales armados y policías. Los hábiles provocadores entrenados por instructores estadounidenses y británicos, bajo consignas atractivas en favor de la mejor vida europea, viajes sin visados a los países comunitarios, la democracia, la libertad de expresión, los Derechos Humanos y la lucha contra corrupción, sacaron a multitudes a protestas antigubernamentales. En realidad, fueron unos disturbios bien orquestados y pagados desde el exterior, encaminados a derribar el poder legítimo. Literalmente desde los primeros días del Euromaidán, se hizo claro que se trataba de otra revolución de color, el método favorito practicado ampliamente pos los EEUU y sus aliados.
De hecho, Washington ya había fracasado una vez en intentar apoderarse de Ucrania durante la Revolución Naranja de 2004, cuando, en contravención de la constitución ucraniana, se realizó la tercera vuelta de elecciones para sacar adelante al candidato pro-occidental. En aquel entonces, se vieron desbaratados los planes de Occidente dirigidos a arruinar los vínculos históricos ruso-ucranianos en los ámbitos económico, humanitario, cultural y espiritual que habían unido a nuestros pueblos y países a lo largo de muchos centenarios. Por lo tanto, en 2013-2014 los EEUU actuaron de manera más sofisticada y descarada. Estaba en juego el objetivo de subordinar una vez y por siempre a las élites ucranianas para extraer recursos de Ucrania y convertirla en un foco de inestabilidad y amenaza existencial para Rusia. Con este fin, ellos no desdeñaron realizar numerosas provocaciones y utilizar los métodos abiertamente terroristas. Así, el 20 febrero de 2014 en la plaza de Maidán los francotiradores “desconocidos” fusilaron a 53 personas de ambos lados (manifestantes y policías).
Tratando de estabilizar la situación el 21 de febrero de 2014 el presidente ucraniano V.Yanukovich y los jefes de los partidos de la oposición, con la mediación de los ministros de asuntos exteriores de Alemania, Polonia y Francia, firmaron un acuerdo para celebrar elecciones presidenciales anticipadas en Ucrania. Sin embargo, al día siguiente, rebeldes agresivos violando este compromiso irrumpieron en el palacio presidencial para eliminar físicamente al jefe de Estado, quien se vio obligado a abandonar el país para salvar su vida. A su vez los cancilleres europeos arriba mencionados hicieron caso omiso y se distanciaron del cumplimiento de acuerdos alcanzados anteriormente.
La gran inestabilidad en Ucrania, ya causada por el golpe de Estado, fue agravada aún más por la decisión de las nuevas autoridades golpistas de implementar en todo el país la política discriminatoria hacia la población rusa y rusoparlante. El comienzo de la nueva etapa del neonazismo desenfrenado, la ucranización forzada y el ataque a los derechos humanos en Ucrania, sobre todo de minorías nacionales, fue marcado por la sangrienta tragedia en la ciudad de Odessa. El 2 de mayo de 2014 decenas de personas rusoparlantes fueron quemadas vivas en la Casa de los Sindicatos en Odessa por los nacionalistas ucranianos. Hasta la fecha, las autoridades ucranianas no encontraron (y parece que no tienen interés de hacerlo) a los responsables del cruel asesinato masivo de los civiles que presenció el mundo entero.
Durante ocho años con el apoyo total de Washington y sus aliados de la OTAN los nacionalistas ucranianos bombardeaban la población civil de Donbás, fomentaban la rusofobia agresiva y hacían la vista gorda ante la abierta violación de derechos humanos y hasta glorificación del nazismo en Ucrania donde los grupos armados usan símbolos fascistas, organizando marchas de antorchas y dando a las calles y plazas de las ciudades nombres de criminales nazis y colaboracionistas ucranianos con el régimen de Hitler. El territorio de Ucrania se convirtió en un campo de entrenamiento y ejercicios militares de la OTAN con clara orientación antirrusa. En este contexto, a finales de 2021, Moscú preparó y envió a los países del Occidente Colectivo propuestas sobre la estabilidad geoestratégica y garantías jurídicas de seguridad para nuestro país. Uno de los puntos clave de estas proposiciones fue que la OTAN no se expandiera hacia el Este, incluso en el territorio de Ucrania. Sin embargo, nuestra iniciativa constructiva no fue escuchada y aún más fue cínicamente rechazada.
Cuanto más tiempo pasa después del golpe de Estado en Ucrania en 2014, más obvias son sus consecuencias negativas no solo para Ucrania y su gente, sino también para la estabilidad y desarrollo normal en Europa y todo el mundo. En estos años que siguieron al Euromaidán, llevado a cabo en nombre de los valores democráticos europeos, ninguna de las expectativas ucranianas de prosperidad socioeconómica y mejoramiento de la vida se materializó. Todo lo contrario: se quedó estancada la implementación del Acuerdo de Asociación con la UE, así como se quebraron los históricos lazos económicos y humanitarios con Rusia y otros países de la CEI. Además de eso aumentó mucho la corrupción, abusos de poder y autoritarismo del presidente Zelenski, se aceleró la desindustrialización de la economía y se registraron incrementos en empobrecimiento y disminución de la población ucraniana. Millones de ellos prefirieron emigrar a Rusia y países europeos para no ser reclutados de manera forzosa al ejército ucraniano y salvar sus vidas. En fin, Ucrania dejó de ser un estado generalmente próspero, convirtiéndose en uno de los países europeos más pobres, inestables y peligrosos para la vida normal. El país perdió su independencia estatal y en práctica está mantenido de manera financiera por los colonizadores occidentales que hoy determinan su política interior y exterior. Esto explica rechazo total de régimen de Zelenski de empezar negociaciones pacificas con las autoridades rusas para poner fin al conflicto actual y salvar las vidas de su población.
Es una lástima y gran tragedia que, siendo rehén de los anglosajones y el régimen criminal de Kiev que sirve a sus intereses, nuestro pueblo hermano ucraniano tiene que vivir bajo la tiranía, como una colonia dependiente de sus patrocinadores occidentales. Pero esto es el precio de la infame “decisión europea” de Ucrania detrás de que se escondía el cálculo frío de Occidente de transformar a este país en un Estado rusofóbico agresivo y ultranacionalista, usándolo como herramienta en la lucha estrategica contra Rusia, sacrificando vidas de millones de ucranianos.