El ACV, la urgencia que más golpea a los uruguayos

En Uruguay alrededor de seis mil personas sufren un accidente cerebrovascular cada año.

Un minuto puede parecer nada. Pero para el cerebro, un minuto puede ser la frontera entre la vida y la sombra. En Uruguay, alrededor de seis mil personas sufren un accidente cerebrovascular cada año, lo que equivale a diecisiete casos por día y a miles de familias atravesadas por la urgencia y la rehabilitación. Es la segunda causa de muerte en el país y la primera de discapacidad en adultos. Lo más inquietante de estas cifras es que ocho de cada diez ACV podrían prevenirse.

Este 29 de octubre, el mundo conmemora el Día Mundial del ACV, y la fecha vuelve a recordarnos que el tiempo puede ser el mejor o el peor aliado. Cada año, la jornada convoca a millones de personas, organizaciones médicas y comunidades a detenerse un momento y pensar en lo que normalmente ignoramos —que el cerebro no avisa antes de apagarse—. La campaña global de 2025, bajo el lema Cada minuto cuenta, insiste en un mensaje que no admite excusas.

En Uruguay, los avances en la atención son reales. El país incorporó la trombectomía mecánica al Fondo Nacional de Recursos, lo que permitió que un tratamiento de alta complejidad sea hoy gratuito y accesible. Siete centros en todo el territorio pueden realizarlo, con equipos de guardia permanente. La ciencia, por una vez, parece ir más rápido que la costumbre.

La consigna internacional también trae esperanza. Reconocer los signos a tiempo salva vidas. Rostro caído, debilidad en un brazo, dificultad para hablar. Esas tres señales bastan para actuar sin demora. No hay que esperar a que “pase”. No hay que dudar. Llamar a emergencias en los primeros minutos puede cambiarlo todo. En esos sesenta segundos se define cuánto del cerebro logra sobrevivir al asalto silencioso del ACV.

Los descubrimientos más recientes amplían las oportunidades. Un ensayo clínico en Brasil demostró que la trombectomía puede aplicarse incluso en ventanas extendidas, utilizando tomografía convencional. En Europa, la tenecteplasa —un trombolítico de aplicación instantánea— simplifica el tratamiento en los primeros minutos. La inteligencia artificial ya se usa en hospitales para detectar obstrucciones cerebrales en tiempo real. La ciencia se está volviendo aliada del reloj.

Pero los relojes no corren solos. En Uruguay, el Código ACV coordina ambulancias, hospitales y especialistas para que cada paciente llegue más rápido al centro que puede salvarle la vida. La diferencia entre llegar o no a tiempo sigue dependiendo, muchas veces, de quien está al lado.

La Dra. Ana Mieres, directora técnica de UCM, lo explica con claridad. “El tiempo es cerebro”, repite. Pero también es salud cotidiana. “Cuidar la presión, hacer actividad física adaptada a la edad y patologías de cada uno, dormir bien, comer con menos sal y no fumar, son tan terapéutico como una receta a tiempo”, afirma. Su mirada va más allá de la urgencia: “El bienestar no es un lujo, es una estrategia. La prevención es una forma de bienestar”.

No se trata de miedo, se trata de consciencia. Nadie está completamente a salvo. Ni los jóvenes que viven acelerados ni los adultos que creen que “a mí no me va a pasar”. El ACV no distingue edades, pero sí distingue actitudes.

Uruguay cuenta con la red, equipos médicos y de enfermería entrenados, los fármacos necesarios y los equipos. Falta el último eslabón, la reacción de la gente. Reconocer los signos, llamar al servicio emergencia móvil sin perder minutos. Cada uno puede ser el puente entre una vida independiente y una marcada por secuelas.

“El Día Mundial del ACV no busca conmemorar, busca despertar. Cada año repite el mismo mensaje y, sin embargo, sigue siendo urgente: prevenir es vivir, actuar es cuidar, llegar a tiempo es salvar. No hay mayor gesto de amor propio que escuchar a tiempo lo que el cuerpo intenta decirnos”, cierra la Dra. Mieres.

 

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1 Comentario

  1. Es un problema cuya temática debería ser difundida cada día en todo el espacio mediático, como forma de educación pública ante una catástrofe nacional.
    Esto no sería un gasto, sería una inversión en muchos aspectos.
    Una inversión en salud y calidad de vida frente a una discapacidad evitable.
    Una inversión en la fuerza laboral activa que permitiría al individuo seguir produciendo para el país, ganando su sueldo, manteniendo su hogar, pagando sus impuestos.
    Una inversión en el tiempo de otras personas las que en vez de cuidar a alguien con reducida movilidad, tendrían su tiempo libre para dedicarlo a otras actividades.
    Una inversión en el sistema de salud, generando espacios para otras enfermedades inevitables, como el cáncer o para emergencias en operaciones, etc.
    Un ahorro en volumen de medicamentos e infraestructura secundaria en los hogares familiares.
    Sería una inversión en el país mismo, donde la salud de ese país se mide por la salud de sus habitantes, de la misma manera que la riqueza de un país se mide por el standard de vida de sus habitantes.

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