El dengue es una enfermedad viral transmitida principalmente por el mosquito Aedes aegypti, que se reproduce en aguas estancadas y es más común en zonas tropicales y subtropicales. La infección puede causar síntomas que van desde fiebre leve hasta formas más graves, como el dengue hemorrágico, que puede ser potencialmente mortal. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que cada año se producen entre 50 y 100 millones de infecciones de dengue en todo el mundo. Los síntomas del dengue suelen aparecer de 4 a 10 días después de la picadura de un mosquito infectado e incluyen: fiebre alta, dolor de cabeza intenso, dolor detrás de los ojos, dolor en las articulaciones y músculos, erupciones cutáneas y náuseas y vómitos. En casos graves, el dengue puede progresar a dengue hemorrágico, que se caracteriza por hemorragias, disminución de plaquetas y daño a los vasos sanguíneos, lo que puede llevar a un shock y a la muerte si no se trata adecuadamente.
La prevención del dengue se centra en el control de la población de mosquitos y la protección individual. Es fundamental eliminar cualquier recipiente que pueda acumular agua, aplicar repelentes de insectos que contengan DEET, picaridina o IR3535 en la piel expuesta, usar ropa de manga larga, pantalones largos y calcetines y utilizar mosquiteros en ventanas y puertas
En algunas regiones, existe una vacuna contra el dengue que puede ser administrada a personas que ya han tenido la enfermedad y que viven en áreas endémicas. No existe un tratamiento específico para el dengue, pero se pueden tomar medidas para aliviar los síntomas. La hidratación adecuada es fundamental, así como el uso de analgésicos como el paracetamol para reducir la fiebre y el dolor. Es importante evitar el uso de aspirina y antiinflamatorios no esteroides (AINEs), ya que pueden aumentar el riesgo de hemorragias.