El emperador del fin del mundo

Como si fuera un Freddie Mercury delirante en el fin del mundo, Milei quema reservas del Banco Central a un ritmo inusitado,

Mientras el equipo económico argentino en pleno negocia en Washington con Scott Besset los lineamientos de un plan de gobierno post-electoral, y mientras el Congreso exige sin éxito el cumplimiento de leyes básicas sobre jubilaciones, discapacidad y salud pública, el presidente Javier Milei se sube a un escenario para cumplir su sueño adolescente y convertirse por un cuarto de hora en  una estrella de rock ovacionada por sus fans.

No es una metáfora. Es un espectáculo. Un show con luces, guitarras, batería y gritos. Un acto de exaltación personal en medio del colapso institucional. El presidente canta mientras la economía se desangra.

Como si fuera un Freddie Mercury delirante en el fin del mundo, Milei quema reservas del Banco Central a un ritmo inusitado, con el único objetivo de sostener artificialmente el tipo de cambio hasta las elecciones del 26 de octubre. En los últimos seis meses, el Banco Central vendió más de USD 7.000 millones en reservas para mantener el dólar oficial en una vitrina de cristal. No hay política monetaria, hay maquillaje cambiario. No hay estrategia, hay simulacro. La Argentina se endeuda mientras el dogma libertario se disuelve en intervenciones desesperadas.

Lo grotesco no termina ahí. El presidente estalla ante las instrucciones del Fondo Monetario Internacional, que observa con incomodidad pero tolera el desvarío. ¿Por qué? Porque el presidente de Estados Unidos se proclama su amigo y lo banca. Pero esa amistad no es afectiva sino estratégica. Y su precio es la soberanía. La instalación de bases militares en Ushuaia —presentadas como cooperación logística— forma parte de los derivados de esa ayuda. No se trata de respaldo ideológico, sino de reposicionamiento geopolítico. La Argentina, en su delirio libertario, se convierte en plataforma de intereses ajenos. El experimento Milei es sostenido no por sus resultados, sino por su utilidad. La geopolítica ha decidido mantenerlo en pie, aunque los números no cierren y las instituciones se resquebrajen.

Milei demostró sobradamente no tener plan de gobierno, y su supuesto expertise en crecimiento con y sin dinero no es otra cosa más que una burda improvisación. Y lo hace con el respaldo de un sistema internacional que prefiere el caos funcional antes que la alternativa incierta. El precio de esa improvisación es muy alto: más de 16.000 empresas cerradas desde su asunción, a un ritmo de 28 por día, según el Grupo Atenas y medios especializados. La pérdida supera los 236.000 empleos formales, con sectores como la construcción y la industria manufacturera operando por debajo del 60% de su capacidad. A esto se suma el drenaje de reservas, la deuda creciente y una cesión silenciosa de riquezas estratégicas y autonomía territorial.

Pero no solo se trata de la economía. La corrupción crece a niveles escandalosos. El caso Espert estalla en los medios, condicionado por su vínculo con el narcotraficante Fred Machado, mientras el descreimiento social se profundiza. La derrota electoral en la provincia de Buenos Aires por casi 14 puntos marca el hartazgo de una sociedad que lo había elegido como antídoto emocional contra el fracaso del gobierno anterior, y que hoy lo reconoce como un improvisado sin rumbo.

En ese contexto, Milei no se repliega: se exalta. En su imaginario, no es presidente sino que es un emperador romano. Gladiador en un circo delirante. Héroe de una epopeya que solo él parece ver. Y como Calígula, recurre al artilugio del espectáculo para aplacar las demandas del pueblo. No hay gestión, hay performance. No hay república, hay ritual.

Su hermana Karina aparece como una Drusila moderna, sacerdotisa de un culto familiar que reemplaza la política por la liturgia emocional. Tarotista, estratega, confidente, figura mística. Juntos recrean un clima festivo en un contexto apocalíptico. En la arena del circo romano, Javier toma contacto con su perro Conan, símbolo de una fantasía que mezcla poder, muerte y redención. Todo muy loco, sí. Pero todo muy real.

La influencia mística no se limita a Karina. Su asesor político estrella, Santiago Caputo, ha evidenciado una fuerte propensión a temas esotéricos, simbólicos, casi religiosos. La campaña se convierte en un ritual de invocación, donde el león, el tarot, el perro muerto y el emperador delirante configuran una narrativa que reemplaza la política por la magia. Y en esa magia, la Argentina se convierte en una distopía emocional, donde el poder se mide en aplausos y no en resultados.

La escena es tan g que grotesca que uno duda si describirla o callarla. Porque el silencio, quizás, sea el único gesto que Milei no puede tolerar. Pero el espectáculo es demasiado revelador para ignorarlo. No por lo que muestra, sino por lo que oculta: la fragilidad de un liderazgo que necesita la ovación para no desmoronarse.

Desde Uruguay, este fenómeno no puede ser visto con indiferencia. Porque lo que ocurre en Argentina no es solo argentino. Es un espejo deformado de las fragilidades democráticas de la región. Es una advertencia sobre lo que sucede cuando el delirio personal se convierte en programa de gobierno. Y es, también, una pregunta incómoda: ¿cómo alguien tan frágil, tan enfermo, pudo encaramarse en la primera magistratura de la Nación a través de la manipulación perversa de los algoritmos?

La respuesta no está en Milei. Está en nosotros. En lo que toleramos, en lo que celebramos, en lo que dejamos pasar. Y en lo que decidimos callar.

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