En las calles empedradas de Gion, el barrio más antiguo de Kioto, aún puede verse una silueta fugaz envuelta en un kimono impecable, moviéndose con gracia entre faroles de papel. No es una actriz, ni una figura de museo. Es una geisha, uno de los íconos más representativos y al mismo tiempo más incomprendidos de la cultura japonesa.
Contrario a muchos mitos occidentales, las geishas no son cortesanas ni bailarinas exóticas. Son artistas altamente entrenadas en disciplinas como la danza tradicional japonesa, el canto, la poesía, la conversación refinada y el arte del té. La palabra “geisha” significa literalmente “persona de las artes” y su trabajo consiste en entretener con elegancia, conocimiento y carisma.
Convertirse en geisha no es tarea sencilla. Las jóvenes que aspiran a este camino inician como maiko (aprendices), generalmente a los 15 o 16 años. Viven en casas tradicionales llamadas okiya, donde aprenden la rigurosa etiqueta, el arte del kimono, y múltiples formas de expresión artística. Solo tras varios años de formación, una maiko puede graduarse como geisha.
En la era del streaming y los influencers, resulta asombroso que aún existan alrededor de 200 geishas activas solo en Kioto, según registros de asociaciones culturales. Aunque su número ha disminuido drásticamente desde su auge en el período Edo (1603-1868), la figura de la geisha ha sabido adaptarse sin perder su esencia.
Muchas trabajan en casas de té (ochaya) donde atienden a empresarios o turistas interesados en experimentar una velada tradicional. Algunas han abierto sus presentaciones al público general en eventos culturales y festivales, y otras combinan sus habilidades con proyectos modernos de cine, moda o documentales.
“La geisha representa lo mejor de la elegancia japonesa. Es un arte que vive a través del tiempo, incluso en una sociedad tan cambiante como la nuestra”, comenta Ayaka, una joven geisha de Tokio entrevistada para esta nota.
El aspecto visual de una geisha no es solo estético; cada elemento de su vestimenta y maquillaje comunica algo. El peinado y la forma del cuello del kimono indican si es aprendiz o geisha consolidada. El maquillaje blanco simboliza pureza y teatralidad, mientras que los adornos de cabello (kanzashi) cambian con las estaciones del año.
“Cuando una geisha entra a una habitación, no sólo llama la atención, la transforma”, relata un guía turístico local. “Todo en ella, desde la forma en que sirve el té hasta cómo se mueve, es una danza de detalles”.
Las geishas son motivo de admiración tanto dentro como fuera de Japón. Sin embargo, también luchan contra estigmas, confusiones históricas y la comercialización superficial. Muchas trabajan por educar al público, participando en charlas, talleres y colaboraciones con museos o universidades.
En Kioto, algunas okiya han lanzado iniciativas para preservar este legado, promoviendo un turismo cultural respetuoso. El gobierno local incluso ha puesto restricciones al acoso fotográfico en zonas donde transitan geishas y maiko, buscando proteger su dignidad y privacidad.
En un mundo que gira cada vez más rápido, la geisha representa una forma de resistencia poética. Es un recordatorio de que el arte, la paciencia y la belleza pueden seguir teniendo un lugar sagrado en la vida cotidiana.
Así, mientras el neón de Tokio brilla sobre rascacielos futuristas, en las sombras de una casa de té en Kioto, una mujer toca el shamisen con delicadeza milenaria. La tradición sigue viva. Y mientras haya quien la aprecie, las geishas seguirán danzando entre ayer y mañana.