Caminar es uno de los actos más naturales y cotidianos del ser humano, pero pocas veces se piensa en los pies hasta que duelen. Sin embargo, en ellos se sostiene todo el cuerpo, y su salud influye directamente en la postura, la circulación y la calidad de vida. En los últimos años, la podología —esa rama de la salud muchas veces subestimada— ha cobrado una nueva relevancia, integrándose a la medicina preventiva y al cuidado integral de las personas.
El podólogo ya no es solo quien corta uñas o trata callos. Su función se ha expandido al diagnóstico precoz de enfermedades que pueden manifestarse en los pies antes que en otras partes del cuerpo, como la diabetes, los trastornos circulatorios o las alteraciones musculoesqueléticas. Un examen podológico puede revelar signos de neuropatía, mala irrigación o incluso desbalances posturales que repercuten en rodillas, caderas y columna.
En Uruguay, la podología viene ganando espacio dentro de los servicios de salud pública y privada. Hospitales, mutualistas y centros especializados incorporan cada vez más profesionales en esta área, conscientes de que la atención temprana evita complicaciones costosas y dolorosas. En personas mayores, por ejemplo, un control podológico periódico puede prevenir infecciones o caídas derivadas de deformaciones o problemas en el apoyo plantar.
La relación entre salud podológica y enfermedades crónicas es un campo clave. En pacientes con diabetes, los pies son una zona de alto riesgo: pequeñas heridas pueden derivar en úlceras o infecciones graves si no se tratan a tiempo. Por eso, los llamados “pies diabéticos” requieren cuidados específicos, que incluyen control de la piel, corte correcto de uñas, elección de calzado adecuado y educación al paciente. El rol del podólogo es esencial en esa prevención, en coordinación con médicos y enfermeros.
La población infantil también necesita atención. Muchos trastornos del pie comienzan en la niñez: pies planos, alteraciones en la marcha, malformaciones o calzados inadecuados pueden generar problemas a futuro. Un control podológico en edades tempranas permite corregir la pisada y prevenir dolencias articulares en la adultez. En el extremo opuesto, los adultos mayores requieren un seguimiento distinto: piel más frágil, uñas engrosadas, pérdida de sensibilidad y dificultades para la movilidad que hacen de la podología una aliada para mantener autonomía y confort.
El calzado, a su vez, sigue siendo un enemigo silencioso. La moda, muchas veces, se impone sobre la salud. Tacones excesivos, suelas planas o materiales rígidos alteran la biomecánica natural del pie y generan dolores crónicos. El consejo podológico es simple: elegir calzado cómodo, flexible, con buena amortiguación y espacio suficiente para los dedos.
Pero la podología no solo trata patologías: también promueve bienestar. Los masajes podales, las plantillas personalizadas y los tratamientos de cuidado estético-terapéutico contribuyen al equilibrio general del cuerpo. Un pie saludable mejora la postura, favorece la circulación y hasta incide en el estado de ánimo, ya que reduce el dolor y el cansancio.
El desafío actual es cultural: revalorizar la salud podológica como parte del cuidado integral, al igual que los controles odontológicos o visuales. Incorporar el hábito de revisar los pies, mantener la higiene y consultar ante molestias debería ser una práctica cotidiana.
En definitiva, los pies son el primer punto de contacto con el mundo. Nos sostienen, nos desplazan y nos conectan con nuestra vida diaria. Cuidarlos no es una cuestión menor: es un acto de respeto hacia el propio cuerpo. La podología, desde su ciencia y su sensibilidad, nos recuerda que la salud empieza —literalmente— desde abajo.

