Este domingo, la Argentina no solo elige autoridades. En las urnas se deposita un veredicto sobre un experimento político inédito: la transferencia explícita de la soberanía económica e institucional a los grandes operadores financieros globales. El gobierno, que llegó al poder cabalgando la ola de un profundo descontento popular, llega a esta cita electoral con un nivel de intervención del JP Morgan que carece de precedentes en la historia nacional. No se trata solo de la cartera de Economía; la propia Cancillería y puestos claves del Estado están ocupados por ex funcionarios de esa institución. La prometida «cruzada contra la casta» ha revelado su verdadero rostro: la instauración de una «casta financiera» con mandato directo para gobernar.
El eco de la historia: reformas que resuenan como fantasmas
En este contexto de cesión de soberanía, el gobierno anuncia sus banderas de lucha: las llamadas reformas de segunda generación. La reforma laboral y la reforma previsional no son solo proyectos de ley; son detonantes que activan la memoria colectiva.
- La Ley Mucci, impulsada por Raúl Alfonsín en los albores de la democracia en 1984, despertó al gigante sindical y lo enfrentó a un gobierno radical que aún respiraba los aires de la ilusión.
- La reforma previsional de Fernando de la Rúa, bautizada por el escándalo como «la reforma Banelco», fue la antesala de una movilización social que terminó por erosionar hasta los cimientos la legitimidad de su gobierno.
Hoy, el pueblo argentino vuelve a sentir en el aire el aroma de una embestida contra sus derechos más elementales. La historia, aunque no se repite, ronda con insistencia.
La gran decepción: del voto castigo al ajuste sobre los más vulnerables
Este gobierno accedió al poder con la legítima fuerza del hartazgo, canalizando el inmenso fracaso de las administraciones anteriores. Sin embargo, a dos años de gestión, el mensaje fundacional se ha vaciado de contenido para llenarse de contradicciones. La tan mentada «casta» a exterminar resultó estar encarnada en los más vulnerables.
El desfinanciamiento sistemático se ha cobrado sus víctimas: la educación pública, el sistema de salud, el Hospital Garrahan (símbolo de la salud pediátrica), los programas para personas con discapacidad, las transferencias a las provincias y la obra pública son eslabones rotos de un Estado que se desvanece. La destrucción del sistema de Vialidad Nacional no es solo un dato técnico; es la metáfora de un país cuyos caminos se desdibujan.
El ajuste como dogma y la especulación como privilegio
Mientras las dificultades para llegar a fin de mes se vuelven dramáticas para una mayoría creciente, la respuesta oficial no es el alivio, sino la profundización del ajuste. Este camino no es una mera decisión local; cuenta con el aval explícito de los organismos de crédito internacional. Recientemente, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) elogió sin tapujos a aquellos dirigentes que «se han atrevido» a recortar jubilaciones, pensiones y salarios –en magnitudes que oscilan entre un 40% y un 60%– y que, pese a ello, «cuentan con el acompañamiento de la gente». Esta declaración, que raya en un intervencionismo directo, plantea la pregunta crucial: ¿Está dispuesto el pueblo argentino a que le sigan apretando las clavijas indefinidamente?
La pregunta se vuelve más urgente y moralmente repudiable cuando se contrasta con la otra cara de esta moneda: mientras la mayoría sufre el estrangulamiento de sus ingresos, los actores financieros aliados al poder han obtenido ganancias siderales, estimadas en hasta un 35% en dólares, a través de operaciones de carry trade especulativo. Es la lógica perversa del modelo: austeridad forzada para las mayorías, y ganancias garantizadas para una minoría.
La trinidad del desequilibrio: macro, micro y política
Todo gobierno que aspire a la estabilidad debe gestionar de manera articulada tres dimensiones fundamentales: la macroeconomía (los grandes equilibrios), la microeconomía (la vida cotidiana de empresas y trabajadores) y la política (la construcción de consensos y horizonte colectivo).
La obsesión de este gobierno por el déficit fiscal cero y el control de la inflación mediante el secuestro de la liquidez –»secar la plaza», en jerga financiera– ha producido un monstruoso desequilibrio. La política ha sido reducida a la categoría de técnica, y la microeconomía, abandonada a su suerte. El resultado es una sociedad más empobrecida, más fragmentada y más desconfiada, donde el tejido social se resquebraja día a día.
La elección final: democracia como pacto o como instrumento del mercado
La historia argentina es elocuente: todo intento de reforma estructural impuesta sin consenso social ha terminado en crisis profundas. Este domingo, el pueblo no vota meramente entre candidatos. Vota entre dos modelos de país y, más esencialmente, entre dos formas de entender la democracia: como un pacto social vivo, un proyecto nacional con horizonte de justicia, y como el límite último al poder omnímodo del dinero; o como un mero instrumento para la eficiencia de los mercados.


