El Parkinson fue descubierto por el cirujano británico James Parkinson en 1817, enfermedad a la que le dio el nombre de “parálisis temblorosa”. Dos siglos más tarde, el mundo científico y médico sigue sin encontrar la cura, ni un método de diagnóstico de alta precisión que permita controlar la enfermedad desde su comienzo.
Esta afección es un trastorno neurológico progresivo que se diagnostica con mayor frecuencia en adultos mayores de 60 años. Pero aunque a menudo se percibe erróneamente como una enfermedad que solo afecta a los adultos mayores, su inicio puede producirse años antes del diagnóstico, y la afección empeora con el tiempo.
A nivel mundial, la discapacidad y las defunciones debidas a la enfermedad de Parkinson están aumentando rápidamente. Para el 2021 se estimaba que más de 11 millones de personas en el planeta padecían la enfermedad. Mientras que en Uruguay, el Fondo Nacional de Recursos en el 2023 informó que la prevalencia es de 1,36 por cada 1.000 personas.
A pesar de que los síntomas aparecen a edades avanzadas de las personas, el diagnóstico temprano de la enfermedad de Parkinson puede ayudar a tener una vida más saludable y prolongada. Aun así, no hay una prueba única para detectar el Parkinson; en la mayoría de los casos se basa en los síntomas, historial médico y examen físico; a veces, se requieren pruebas adicionales para descartar enfermedades similares.
Con el tiempo, los pacientes de Parkinson pueden experimentar síntomas físicos como el síndrome de las piernas inquietas, estreñimiento, babeo, pérdida del sentido del olfato y un rostro menos expresivo y “enmascarado”. A medida que la enfermedad progresa, pueden aparecer síntomas motores como temblor, rigidez, lentitud e inestabilidad. Los pacientes también pueden desarrollar síntomas de salud mental, problemas digestivos, trastornos del sueño, demencia y deterioro cognitivo.
Aunque la enfermedad de Parkinson no es mortal, aumenta el riesgo de muerte por factores asociados como las caídas, y los pacientes con complicaciones como demencia y trastornos del sueño también corren mayor riesgo.
Dado que los síntomas de la enfermedad pueden variar de una persona a otra y que no existe cura, las opciones de tratamiento también son múltiples. Esto se podría deber a la actual escasez de neurólogos y las disparidades de diagnóstico y tratamiento en todo el mundo. Esto hace que no todos tengan el mismo acceso al tratamiento.
Pero a pesar de estas enojosas lagunas en el conocimiento y el acceso, la lucha contra la enfermedad de Parkinson continúa. Los ensayos clínicos y los estudios a gran escala están en marcha, y cada nuevo año significa nuevos avances en el diagnóstico, la genética y los tratamientos para mejorar la calidad de vida de los pacientes.